Por Carlos Saravia Day
La festividad que celebra la Iglesia el 6 de enero, que también se llama “adoración de los reyes”, se convirtió pronto en regocijada fiesta para los niños, también para los grandes y también para todos y todas.
Esta vez no fue papá Noel el benefactor y tampoco los “reyes magos” que representaban el loor de la letanía y la adoración del niño Jesús, sino que todo conducía a la encrucijada traidora del “cuarto oscuro” cuando habla la urna electoral que muchas veces se convierte en urna cineraria.
De esta manera nacieron en la Hélade griega y después en Roma la corrupción y el soborno electoral. Las Leyes de Licinia y de Tullio declaraban: “enemigos del pueblo romano a aquellos que traficaban votos”.
Lamentablemente en Roma (y no solamente en Roma) los políticos eran muy elásticos, la ley lo único que no permitía era que con pago efectivo la promesa fuera cumplida. Según esta cláusula para quedar impune bastaba que el sorprendido denunciara a otro que cometió el mismo delito (suerte de voto cadena), (nihil novi sub sole) nada nuevo bajo el sol. Una manera de permuta isocrática que los romanos llamaron con irónica sonrisa “legalización de la estafa legalizada”.
Con la prostitución del voto comenzó la decadencia de la República en Roma. En contrario, en nuestro país comienza el respeto a la voluntad popular a partir de la Ley Sáenz Peña con Indalecio Gómez como ministro del Interior. Con esa ley accede al poder el primer presidente electo de la Argentina republicana: Hipólito Irigoyen.
Para Shakespeare, la historia es el relato de un loco para muchos idiotas, para Cicerón es la “Maestra de la vida”.
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