Opinión

AnálisisNosotros somos nosotros

Por Carlos Saravia Day

La reacción primera que en el hombre genera en una coyuntura peligrosa y adversa es la concentración de todo su organismo es apretar las filas para rechazar la situación hostil. Es el momento en que las partes advierten la angostura de su gremio para superar la adversidad del momento.

No es necesario que las partes de un todo social coincida en sus deseos, lo importante es que conozca y viva la situación que en el caso compromete el futuro de todos.

La CGT inmediatamente contesta convocando a un paro general y un eventual plan de lucha insolidaria con el resto de la sociedad: es el camino de la acción directa.

El otro camino, el de convencer a los demás tiene sus órganos que son las instituciones públicas, en el caso, el parlamento en la democracia representativa, que están tendidas como amortiguadores o muelles de la solidaridad nacional y lo hace a una semana de asumir el nuevo gobierno.

En estados normales de nacionalización, cuando un sector desea algo para sí, trata de obtenerlo buscando un acuerdo previo con los demás y recibir la consagración legal del parlamento: esto se llama acción legal.

El parlamento es el órgano de convivencia nacional demostrativo de trato y acuerdo entre iguales.

Esto de tener que contar con los demás es lo que produce irritación en la CGT. La única forma de actividad pública que la central obrera admite es la imposición inmediata de su señera voluntad, “Nosotros somos nosotros”.

La CGT ignora que hace pocos días asumió el nuevo gobierno, después de ser gobernados por un mentecato (que significa mente captada) el que a su vez mandaba una mujer frente a la cual temblaba.

Durante cuatro años no hizo ningún paro, ni siquiera un reproche al gobierno del que formaba parte y hoy enjuicia a un gobierno que asumió hace quince días.

También ignora su propia historia. La historia de los paros que no paran de pasar y siempre su ceguera nos lleva al pozo ciego.

Los españoles decían de los barbaros que “nada aprenden y nada olvidan”, es decir son inprogresivos. Borges de forma lacónica los denominó “incorregibles”.

Hoy se habla de casta política y se olvida que la mayor casta es la gremial, que hace tres décadas que los dirigentes prorrogan sus mandatos “ad nauseam”, es decir hasta el vómito.

 

 

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