Opinión

AnálisisUn paso por el Congreso que fue albertismo en estado puro

Por Joaquín Morales Solá

Aveces, Alberto Fernández se parece a esos malabaristas que juegan con cinco platos en el aire. Hasta se dio el lujo de resolver la contradicción que planteó Max Weber (a quien no nombró) sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

Aunque Weber nunca dijo cuál de las dos era mejor ni recomendó una sobre la otra, es obvio que describió dos clases de ética contrapuestas para el político. O se aferra a sus convicciones o le asigna prioridad a la responsabilidad como gobernante de la cosa pública. Alberto dijo ayer que no dejará atrás la ética de las convicciones para respetar la ética de la responsabilidad. Él hará una mezcla de las dos que sepultará de una buena vez la vieja diferencia planteada (y nunca resuelta) por el filósofo alemán. Quedó bien con los que resaltan los trazos de Weber sobre las convicciones y también con los que ponderan sus reflexiones sobre la responsabilidad. ¿Qué otra cosa se podía esperar del viejo equilibrista?

El primer discurso del Presidente para inaugurar ante la Asamblea Legislativa el período ordinario de sesiones fue, en una enorme proporción, un recetario de frases bien escritas que no dijeron mucho. Eslóganes que pueden servir para una campaña electoral, pero no para explicar cómo alcanzará las buenas intenciones. Es mejor la verdad que la mentira. ¿Qué alma bella puede estar en desacuerdo con esa frase?

El problema es que, pensando en Macri, hizo una dura crítica al relato en la política. Al relato como una mentira que colisiona con la verdad. No dijo nada de su vicepresidenta, campeona del relato en la política argentina, que hasta dejó al país sin estadísticas para que los hechos no destruyeran el relato.

Hace poco, con motivo de la prematura muerte de Jorge Todesca, el economista que normalizó el Indec después del zafarrancho cristinista, el propio Alberto reconoció la monumental tarea que cumplió el exdirector de la agencia estatal de estadísticas. El relato que deforma la realidad no es bueno, pero no lo es bajo ningún gobierno. Si no estaba dispuesto a hablar del relato como una práctica que incluye a Cristina, hubiera sido mejor el silencio sobre los gobiernos que cambian las cosas solo con decir lo que ellos quieren escuchar.

En el equilibrio perpetuo, el equilibrista corre el riesgo de perder el pie en algún momento. El Presidente le agradeció cálidamente al Papa por su ayuda frente a los acreedores de la monumental deuda argentina, pero minutos después hizo el anuncio más aplaudido de su discurso: enviará dentro de los próximos diez días un proyecto para legalizar el aborto. Choque de frente con la Iglesia argentina, que, debe subrayarse, apoya sin fisuras al papa Francisco. El Papa le anunció en julio último a este periodista que pensaba seriamente en visitar su país durante este año. Lo hizo antes de las elecciones de agosto, para que ningún candidato triunfador pudiera decir que venía porque él había ganado. El Papa les debe haber ordenado ahora a sus ayudantes que deshagan las valijas. No volverá a su país en medio de un debate sobre el aborto, que el Pontífice cuestiona radicalmente desde siempre. Por lo menos, desde que era arzobispo de Buenos Aires, porque desde entonces se conoce públicamente su opinión. Las decisiones contemporáneas de quedar bien con el Papa y con los pañuelos verdes le costarán a Alberto Fernández alguna distancia con Jorge Bergoglio. No hay solución buena para que las dos cosas funcionen al mismo tiempo.

El poder de Comodoro Py

Es difícil no estar de acuerdo con la descripción del enorme poder de los 12 jueces federales de Comodoro Py. Ni con la lamentable injerencia que históricamente tuvieron los servicios de inteligencia entre esos magistrados (no todos). Esos 12 jueces tienen más poder real que la Corte Suprema de Justicia. Ellos pueden ordenar allanamientos o detenciones en el acto. Y el poder sobre la libertad de las personas es, tal vez, el poder más grande que puede tener un funcionario público.

Otra vez, se olvidó de la autocrítica. El kirchnerismo estuvo 12 años en el poder y lo único que se sabe con certeza es que en ese período aumentó la influencia de los servicios de inteligencia en los tribunales. Los peores jueces se quedaron a cambio de hacerle favores al poder que existía, aunque entre esos favores se incluyera la persecución de opositores y críticos del cristinismo. ¿Es necesario recordar los casos? ¿Hay que recordar, acaso, que Norberto Oyarbide fue juez federal hasta que Cristina se fue del gobierno?

La reforma judicial, que es la misma que plantearon Gustavo Beliz en su momento y Macri mucho después, debió incluir el compromiso de que las causas de corrupción del kirchnerismo seguirán siendo investigadas.

La licuación del poder de Comodoro Py en 50 juzgados puede ser una manera también de agilizar los trámites en la Justicia. Pero no se puede hacer eso al mismo tiempo que se habla de «falsas causas» o de «detenciones arbitrarias», como denunció ayer el Presidente. Hablaba de las causas que investigan a Cristina, aunque no lo explicó tan explícitamente, y de los funcionarios kirchneristas que estuvieron presos. Está prejuzgando o está, en el peor de los casos, exculpando al cristinismo de sus pecados. Lo que es conveniente en la teoría podría terminar abriendo la puerta para que escapen los corruptos.

Anunció el aumento de las retenciones a la soja hasta el 33 por ciento. No lo dijo así, pero la alusión que hizo fue inconfundible en un discurso que careció del esbozo de un programa económico integral.

Insistió en su teoría de que los que pueden debe resolver los problemas de los que no tienen. ¿Y cómo se reactivará la economía si solo existieron párrafos llenos de intenciones buenas y carentes de cualquier precisión sobre los instrumentos? ¿Acaso con una investigación del Banco Central sobre la deuda contraída por Macri? El tamaño de esa deuda no fue bueno -qué duda cabe-, pero es otro prejuicio suponer que todo se hizo solo para beneficiar a algunos sectores que sacaron sus ahorros del sistema financiero. La salida de capitales sucedió con Macri y también con Cristina, la creadora del primer cepo a la compra de dólares. Deducir que los créditos del Fondo Monetario sirvieron solo para la salida de capitales es casi un insulto al organismo multilateral, con el que el Presidente dice llevarse tan bien. Funcionarios del Fondo tenían durante la gestión de Macri una oficina en el Banco Central para monitorear permanentemente el uso que se hacía de las reservas y, sobre todo, de los dólares que giraba el organismo.

Los jubilados perdieron poder adquisitivo durante la gestión de Macri, tal como lo dijo ayer el Presidente. Pero ¿cuánto perderán durante la gestión de Alberto Fernández? El Presidente solo habló de que recibió una «Anses desfinanciada», aunque no hizo ninguna mención a los casi tres millones de jubilados sin aportes que se sumaron durante el gobierno de Cristina. La verdad es mejor que la mentira. La verdad es, sin embargo, producto de un mosaico más amplio y de una historia más larga. Parcelas de verdad no construyen una verdad. Hacer permanentemente historia, en lugar de hacer política, es perder el tiempo. La aseveración vale tanto para Alberto Fernández como para Macri o Cristina.

Después de hacerle reproches durante una hora y veinte minutos al gobierno de Macri, el Presidente volvió, en los tramos finales de su larga disertación, a su discurso antigrieta. Albertismo en estado puro. El malabarista seguía haciendo piruetas con cinco platos en el aire.

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