Opinión

AnálisisNació el calendario «Cristiniano»

Ana María Figueroa y Cristina Kirchner

Por Carlos Saravia Day

En Argentina parece haber tocado fin la vigencia del calendario gregoriano que rige el mundo,  y a la par, surgir uno nuevo, «el calendario cristiniano».

La prórroga del mandato de la jueza Ana María Figueroa, que aprobó el Senado de la Nación, se hizo con algo en lo que todos estamos de acuerdo como es “El calendario”. Solo el peronismo podía hacerla más joven y así prorrogar su mandato “ad calendas griegas” (literalmente ‘en las calendas griegas’, es decir, una fecha imposible, porque los griegos no contaban el tiempo en calendas). Solo los griegos podían hacerlo justamente porque no tenían calendario como hoy en día lo hace un deudor contumaz cuando habla de mejor fortuna o cuando dice en forma concluyente que Dios te lo pague.

Los romanos usaban el término ad nauseam (hasta el vómito).

Esto lleva al descrédito de las instituciones como las reelecciones indefinidas en lo político y en lo gremial.

Pueden hallarse en crisis la persona y no la institución o la institución y no la persona, cosa grave, o ambas a la vez en cuyo caso se habrá llegado a una fase de gravedad perentoria y funesta.

Se hace inocultable el conflicto de poderes entre el senado y la Corte de Justicia con el rejuvenecimiento de la jueza Figueroa mientras la vicepresidenta mantenga su cuenta pendiente con la justicia penal, esto es de público conocimiento.

El ciudadano ha perdido la fe en las instituciones. En estas, en aquellas y en todas, esta falta de fe en ninguna lo hace decidirse por cualquiera.

Hoy domina en la opinión pública cierto ateísmo institucional donde las instituciones caen como máscaras, que como en el teatro griego, trata de desenmascarar caratulas superpuestas sobre todo a través de las reelecciones. Seguirían el ejemplo del mítico Dios Proteo, el Dios de las mil caras. Esa es la fórmula del éxito del peronismo.

El escepticismo para con las instituciones se manifiesta en las nuevas generaciones que toman el aspecto frenético de la decisión desnuda (sin fundamento) como solución política.

Hoy hemos hecho la experiencia de todas las formas políticas con la gracia utópica de lo nuevo, sino también por el lado de las limitaciones, defectos y lacras.

A partir del siglo XVIII se pensó que con la democracia constitucional se arreglaba todo y el porvenir quedaba asegurado.

El doctor Alfonsín con elevación de miras y buena fe decía: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. Con la mitad de la población pobre la falla es de gestión y a la constitución se le dio el uso más innoble que el ser humano puede darle al papel.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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