Política

Bettina RomeroHistoria de un fracaso II: un final labrado con impecable dedicación destructiva

La historia reciente de Salta, desde la recuperación de la democracia en 1983, no recuerda una dilapidación de capital político como el de la actual intendenta Bettina Romero.

Llegó a la gestión municipal dotada de una alta dosis de capital político, entendido no solo como la obtención de 148.964 votos (52.60%) contra el 27.59% de su inmediato seguidor (David Leiva).

Bettina Romero entró a la gestión municipal portando una gama de recursos, en alguna medida reservados a una elite,  que permiten escalar posiciones con más facilidad: estudios, profesión, preparación, capacitación,  una aceitada red de lazos y contactos económicos, sociales y en su caso, la experiencia de una familia con  poder económico y definida inserción política.

Huelgan las referencias al abuelo de la intendenta, Roberto Romero que fue gobernador y a su padre, Juan Carlos Romero, también gobernador y actual senador nacional.

La prosapia política familiar auguraba un posible gobierno municipal exitoso, para sí y para la comunidad.

Eufórica, en su asunción anticipó la “hora de los barrios”, como eje de su gestión.

Pero la herencia no dio los frutos esperados. La intendenta que termina su gestión el 10 de diciembre próximo, tuvo una magra cosecha de votos y una estrepitosa caída electoral en el intento de reelección.

Fue el 14 de mayo de este año, cuando obtuvo 57.777 votos (20.36%). El intendente electo Emiliano Durand obtuvo 106.303 votos (37.42%). A esta altura es bueno recordar que los aparatos políticos-estatales (en este caso el municipal) siempre suman unos 5 puntos. Deducción lógica: sin el aparato y los recursos municipales Bettina Romero hubiera rondado el 15%.

Resultado político: Bettina Romero perdió en menos de cuatro años 91.183 votos.

Nunca se detuvo a analizar como se compuso aquella suma de 148.964 sufragios que la hizo intendenta. Es decir, cuanto de ese capital político era voto propio y cuanto aportado por las circunstancias. Nunca diseccionó cuanto le sumó la ola amarilla de aquel entonces; cuanto le aportó Gustavo Sáenz con la impronta que lo hizo gobernador y cuanto le aportó la expectativa de ser la hija de Juan Carlos Romero. El resto de todo eso era «su» verdadero capital político.

No hay una única causa, ni tampoco una sola conclusión que expliquen semejante dilapidación de capital político. “Hubo mucha soberbia” sintetizan los más cercanos a la gestión, que advierten reiteradamente la necesidad de no identificarse públicamente.

En cada opinión interna, formulada siempre con reserva, sobrevuela un factor común. La intendenta no supo dominar su temperamento, ese constitutivo de la conducta humana donde residen las respuestas más instintivas e impulsivas.

La intendenta se presentó ante las cámaras de televisión y los micrófonos siempre exhibiendo un carácter cordial, afable, el de una persona sensible y bien dispuesta. El carácter es adquirido, maleable, educable, se adapta; el temperamento es innato; algunas teorías lo describen como genético e inmodificable. El carácter es permeable al contexto, el temperamento, inamovible.

De otro modo, no se explica cómo cada paso esencial de la gestión, siempre generó un estado de conflicto, real, en ciernes o concreto, principalmente con el Concejo Deliberante, con el Tribunal de Cuentas, que tuvo que poner límites severos, también con el Tribunal de Faltas y en buena dosis, con el gobierno provincial.

Algún memorioso de los pasillos legislativos recuerdan un episodio, en el que la entonces diputada Bettina Romero maltrató severamente a la relatora de la Comisión de la Mujer, que terminó asistida en el dispensario de Diputados.

No es extraño entonces que, en la primera reunión formal de concejales e intendente, en las postrimerías del 2019, se haya gestado una forma de relación entre Concejo y Ejecutivo Municipal, que atravesó los casi cuatros años, que alcanzó niveles exasperantes y que se mantiene así hasta hoy y seguirá hasta el 10 de diciembre.

En aquella ocasión la intendenta no solicitó, no sugirió, sino que exigió determinado nivel para la Unidad Tributaria que se iba a tratar en el legislativo comunal.

Los ediles le hicieron notar que no se trataba de lo que ella quería, que lo iban a debatir. La orden cayó mal y desde entonces, todo fue peor.

A propósito, no existe tampoco en la historia política reciente, antecedente alguno de tan alto nivel de destrato institucional entre órganos del gobierno municipal, como el que generó la gestión de Bettina Romero y algunos de sus funcionarios con el Concejo Deliberante.

Ningún mecanismo o funcionario pudo recomponer ese vínculo.

Cada intención, iniciativa, idea o proyecto de carácter medular para la ciudad estuvo siempre atravesada por el conflicto, la desconfianza y también por la sospecha de alguna componenda en beneficio de alguien.

La gestión de Bettina Romero, que arrancó en 2019 con ímpetu y expectativa, acusó plenamente el impacto electoral del pasado 14 de mayo.

En las formalidades post elección se anticipó una tarea de transición que hasta hoy no aparece, mientras la gestión agoniza y se conocen datos económicos alarmantes sobre el nivel de gasto, la insuficiencia de recursos, la parálisis de obras, algunas de ellas emblemáticas y montos excesivos para trabajos que no exhiben el nivel de recursos que se dice haber aplicado.

Capital político y cosecha de votos fueron suficientes para llegar en 2019, pero esas condiciones fueron consumidas por un temperamento de rasgo autoritario, por una dosis de soberbia y una significativa carencia de gimnasia política.

La jefa comunal pagó un costo alto, porque aun disponiendo de capital político, nunca alcanzó a entender que la actividad política es una construcción lenta y esforzada, llena de imponderables; suele ser, además, bastante ingrata. Requiere templanza, equilibrio, supone un dificultoso aprendizaje para reconocer equívocos conceptuales o técnicos, impone escuchar mucho, saber apreciar las críticas, saber admitir que hay que revisar decisiones y esencialmente una alta dosis de paciencia para que esa construcción sea debidamente valorada y se traduzca en reconocimiento, es decir en votos.

Todos esos componentes no vienen solos ni tan rápido, sino que se moldean con los años. Nacen después de tareas militantes en los partidos, -ya desaparecidos- comités, unidades básicas, con discusiones, pasiones, análisis, algunos turnos en funciones diversas, que pueden ir desde un centro vecinal, una concejalía, una función ejecutiva de rango intermedio, otra legislativa y así, hasta que se amalgaman los componentes de la personalidad política.

Las redes sociales pueden reemplazar una parte de esa amalgama construida con años de triunfos y reveses.

Bettina Romero se mostró siempre impetuosa, a veces desbordada por una necesidad de protagonismo permanente. Actuó de modo caprichoso, ignorando todo el conjunto de institucionalidad, como si hubiera querido tomar todo de una vez y para siempre.

La Intendenta labró su fracaso con impecable dedicación y construyó lo que ahora es una triste salida del poder.

 

Redacción: Cadena 365.com

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