Opinión

AnálisisSemiología de politicastros

Por: Ernesto Saravia Day

En medicina, la semiología es una materia que se aboca al estudio de los signos y síntomas de las enfermedades expresadas a través del cuerpo. La facie humana, o sea la expresión fisionómica, la coloración y la forma de la cara, representa un importante capitulo en semiología medica ya que es el primer contacto con el paciente lo que permite al investigador de forma inmediata tener una impresión acerca del intelecto, ánimo y salud del mismo. De acuerdo a su configuración podemos hablar de facies: mongólica, adenoidea, cretina, hiper e hiportiroidea, acromegálica, virilizada, sardónica, miasténica, fija, asimétrica, descompuesta, etc. También en medicina legal, los aportes de Lombroso acerca de los rasgos somáticos y craneanos que caracterizan a distintos tipos de delincuentes, nos hablan de un recurso semiológico (validos o no).

También se suele afirmar que el rostro es la expresión del espíritu. De cualquier manera es innegable la influencia que tanto la cultura como la educación imprimen en el rostro humano a través de procesos vivenciales y de interacción social que lo modelan y configuran.

Y viene al caso, que nuestros candidatos o aspirantes a un devaluado cargo político recurren a la iconografía, en donde airosa imagen gigantográfica se exhibe, con tediosa repetición y egolátrica manía. Pendiendo desde luminarias de autopista, expresando siempre igual facie, estéril gesto, y pensamiento que se presume inerte, todos caracteres signados por su propio y reiterativo afán de imposición, poco afectos a la alternancia y a un sano espacio de respiro a la razón.

Para coronar su narcisismo, echan mano a la turba que rentada dispersa la polución panfletaria, emitiendo un sordo aturdimiento de altoparlante sin destinatario concreto y cerrando así la algazara confusa, con turbios clamores de campaña, la reñida contienda electoral. Concluirán sus mandatos y nuevamente emprenderán, remedando la pertinaz reiteración de sus afiches, la monotonía de lo previsible y la consagración del pauperismo y la barbarie. Mientras tanto Sísifo acarrea su condena, con esperanzado optimismo de algún día alcanzar la cumbre, a pesar de, que la ignorancia pétrea, ruede en favor de las grávidas pulsiones primitivas.

Esta parafernalia inconducente tiene un enorme costo, tanto social, como económico y por qué no también moral. ¿Quién la paga? El pueblo, más precisamente la clase trabajadora. Por la circunstancia histórica y evolutiva del mundo es preciso incurrir en una nueva modalidad de proselitismo en donde la exposición de las ideas y el ejercicio de la razón a la hora de confrontar propuestas sean las que determinen el valor de la verdad y la libre de elección y no la mera imagen iconográfica. La razón y el argumento son el imperativo al nuevo paradigma de nuestros políticos, y no la razón de la fuerza, la imposición o la coerción.

 

 

 

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