Opinión

CGTLa pelea con el sindicalismo, una encrucijada estratégica

Por Carlos Pagni

La vida pública ingresó en una zona de suspenso. Como a sus antecesores, a Mauricio Macri le llegó el momento de enfrentarse al aparato sindical. Para él la encrucijada es estratégica. Su programa está centrado en que las inversiones sean, en el mediano plazo, el verdadero motor de la economía. Ese objetivo demanda mucho más que normalizar los precios. Hace falta reducir los costos. Entre ellos, el costo laboral.

Ésta es la razón que vuelve crucial esta pelea. Es un duelo no convencional. No sólo porque la base social del gremialismo ha sufrido una impresionante mutación. También porque el Presidente es un ejemplar rarísimo. Como Alfonsín y De la Rúa, no proviene de las filas del peronismo. Sin embargo, a diferencia de ellos, no se formó en el republicanismo opositor. En eso se parece más a Menem o a los Kirchner. Macri está modelado en el poder. Pero en el poder empresarial. Una peculiaridad determinante para un conflicto que se libra en el terreno laboral.

Hugo Moyano

El viernes pasado, Macri fue informado sobre los alineamientos de los sindicalistas para la movilización de anteayer. El reporte consignaba que la marcha se decidió en las oficinas de José Luis Lingeri, «Mr. Cloro», secretario general de Obras Sanitarias. Lingeri simulaba ser un aliado del Gobierno. Por eso Macri le cedió la Superintendencia de Salud, es decir, la caja de las obras sociales. «Cloro» ubicó allí a Luis Scervino, defenestrado hace 48 horas, cuando los manifestantes todavía merodeaban el Cabildo. Andrés «Centauro» Rodríguez, estrella del dressage, es otro blanco del Presidente. Lingeri y Rodríguez incurrieron, para Macri, en el mismo agravio. Aparentaron cooperar. Pero impulsaron una protesta de la que ya habían desistido Armando Cavalieri, Héctor Daer y hasta los propios metalúrgicos. Por eso, el viernes el Presidente ordenó «rastrillar» el Estado y despedir a los amigos de «Cloro» y de «Centauro». En la purga cayó también el secretario de Trabajo, Ezequiel Sabor. Un mensaje hacia Luis Barrionuevo, con quien Sabor solía identificarse.

Lingeri lloriqueó ayer delante de varios funcionarios por la salida de Scervino. «Yo no juego tan bajo», llegó a decir. Enseguida aclaró: «Ojo, no estoy hablando de Mauricio, ¿eh?». La expulsión no debería sorprenderlo. Después de la huelga del 6 de abril, Scervino fue advertido por Macri: «Tenés que decidir si te alineás con la CGT o con nosotros». Desde entonces, el reparto de subsidios de salud lo administró el ministro de Trabajo, Jorge Triaca. Al superintendente se le reprochaban algunos favoritismos, sobre todo con Hugo Moyano. También pagó caras otras lealtades. Durante el conflicto entre el Estado y OSDE por los aportes a la Superintendencia, quedó al descubierto que Scervino era empleado de Swiss Medical. Por esa incompatibilidad lo están investigando en la justicia federal.

«Mr. Cloro» es infinito. En estas horas teme que la limpieza de Macri llegue al área de compras de AySA, la empresa estatal de aguas, donde él tiene su condado. Un condado peligroso: los jueces están investigando la gestión kirchnerista de Carlos Ben, otro de sus protegidos, por los contratos entre esa compañía y Odebrecht.

Barrionuevo, en cambio, ayer se mostraba indiferente. «Yo no sabía que Sabor era mío, porque nunca me dio nada. Sea como fuere, en ambos movimientos salió fortalecido Triaca. Sustituyó a su segundo, Sabor, con Horacio Pitrau, y a Scervino con Sandro Taricco. Ambos le responden.

Sería un error, sin embargo, suponer que Lingeri, Rodríguez o Barrionuevo están en el centro del conflicto. La verdadera guerra de Macri es con Moyano. Por varias razones. La más obvia es que Moyano controla la logística, que es el nervio de un país que vive del comercio de commodities. Si el Gobierno quiere bajar costos, allí tiene mucho por hacer.

Moyano hizo algo más provocativo que llamar a una movilización. El viernes, cuando Macri decidió la ruptura, su hijo Pablo se había fotografiado con Hugo Yasky, Roberto Baradel y Pablo Micheli. Son los líderes de la CTA, aliados de Cristina Kirchner. Más allá de este inesperado reconocimiento a una central competidora, los Moyano cruzaron esa tarde una barrera. Regresaron a las filas de la ex presidenta en plena campaña bonaerense.

La disputa con el camionero no se desarrollará en la Superintendencia de Salud. Tampoco en la AFA, donde la alianza tejida por Daniel Angelici acaba de quebrarse. El combate será en OCA. El dueño formal de esta compañía, el hiperquinético Patricio Farcuh, hizo buena parte de su fortuna aliándose al hiperquinético Pablo Moyano. Sobre todo a través de Guía Laboral, una empresa de servicios eventuales que acostumbraba a ofrecer, como una gentileza adicional a quien la contratara, la paz del sindicato.

Desde OCA, Farcuh ingresó en el fabuloso mercado de la evasión impositiva. Allí compitió, mientras navegaba por el Mediterráneo, con Cristóbal López, por el volumen de deudas con la AFIP. Jugó con ventaja. Los Moyano defendieron OCA como si fueran sus verdaderos propietarios. Hasta un extremo insólito: el día que Farcuh no logró pagar los sueldos, se hizo cargo el sindicato. Sin embargo, desde hace meses, Farcuh perdió la confianza de los camioneros. Y ellos temen que él, que es youtuber, hable. Tendría más seguidores que «Hola, soy Germán».

OCA, con 7000 empleados, está en concurso. Pero la AFIP se niega a renegociar su acreencia. Alberto Abad se lo hizo saber a Mario Quintana. El vicejefe de Gabinete se muestra cooperativo con la empresa. Pero los Moyano desconfían. Le atribuyen a Quintana querer capturar a OCA para una red logística que, con el Correo Argentino, distribuya medicamentos subsidiados. La eterna guerra de Quintana con los laboratorios, por la que los radicales ya lo llaman «Oñativia». Quizás en esa cruzada se encuentre con Moyano en alguna droguería. Para alarmar a Hugo y a Pablo, en el Correo desembarcará Gustavo Papini, quien combina dos saberes. Fue director de Pegasus, el fondo de Quintana, y ex CEO de OCA, de donde se fue peleado con Farcuh.

Si el Gobierno captura OCA, los Moyano pierden parte de su imperio. Las señales de desasosiego llegaron temprano. Diego Santilli abandonó por un instante la campaña de Elisa Carrió para abogar por Hugo y Pablo. A espaldas de la candidata, se supone. Y Claudio «Chiqui» Tapia también llamó a la Casa Rosada. No teme por su estabilidad frente a la AFA, sino por la vicepresidencia de la Ceamse, debajo de Gustavo Coria, un hombre de Santilli. En Cambiemos conviven tantas tradiciones, que también Tapia es funcionario. ¿Lo alcanzará la furia de Macri?

El Presidente está, frente a la CGT y, en especial, frente a Moyano, ante un desafío que fue implacable desde 1983. Como Alfonsín y De la Rúa, los enfrenta desde el exterior del peronismo. Pero es distinto de sus antecesores. El ministro Jorge Triaca, cuyo pacifismo puede ser aún más engañoso que el de Macri, fue acunado en la cultura sindical. Y el propio Macri conoce a los gremialistas desde un ángulo imprevisto. Conoce a los metalúrgicos, mecánicos y constructores desde la época de Socma. A Moyano, por ejemplo, lo trató en Manliba. Y Franco Macri, su padre, fue socio del camionero en el Ferrocarril Belgrano, por indicación de Néstor Kirchner.

Esta singularidad va más allá de lo anecdótico. Así como el peronismo bonaerense enfrenta a una María Eugenia Vidal que no renuncia al voto de los desamparados, los sindicalistas están ante una novedad. Macri no conduce un gobierno peronista. Pero tiene como eje de su agenda dar trabajo. Es un experimento raro. Sería una pena que los tomara por sorpresa.

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