Opinión

AnálisisLa hipotenusa

El inodoro de María Antonieta

Por Carlos Saravia Day

La literatura de los lacayos fue inaugurada por Francisco I rey de Francia, con el incienso más espeso y nauseabundo que fue precisamente olor a mirra, incienso y cinamomo sino con una ceremonia llamada “chaise percée”.

A riesgo de resultar escatológico, aunque el trono no fuese el ceremonioso trono de oro donde se tomaban decisiones de estado, sino el prosaico mueble con un agujero en el centro para hacer lo que se le deba la real gana. Francisco I había introducido el cargo de portador de la silla. Otrora el espectáculo revestía carácter más o menos público.

Luis XIV redujo la presencia a los príncipes de la sangre y a los dignatarios de la corte.

Catalina de Medici tenía dos. Uno forrado de terciopelo azul y otro de terciopelo rojo. Después de la muerte de su marido mandó a construir otra silla forrada de terciopelo negro en señal de duelo.

Cuando Fernando VI rey de Nápoles iba al teatro, se repetía el espectáculo de sujeción al mueble: un destacamento de guardias con uniformes de gala marchaba con antorchas rodeando y al medio iba el curioso trono privado, los soldados saludaban y los oficiales se cuadraban con la espada desenvainada.

Resulta curioso que antes de la revolución francesa daban a publicidad los actos más íntimos de la monarquía y hoy las repúblicas ocultan los actos oficiales que a todos interesan y se disimulan con decretos de necesidad y urgencia.

Me vengo a enterar que don Juan Carlos Dávalos que a más de gran poeta y prosista cuidado como pocos, tenía siempre presente el retruécano y la ocurrencia oportuna y original, bautizó en su momento con el nombre de hipotenusa a la silla que servía para necesidades imperiosas y cotidianas.

Siguiendo la preceptiva de Platón que en el frontispicio de su Academia rezaba: “Nadie pase sin saber geometría”.

Para Platón, la realidad de la creación venía a ser como un divino esquema geométrico y abstracto actualizado después en tiempo y espacio. Dios el supremo geómetra.

La hipotenusa dio lugar al teorema de Pitágoras y a la ocurrencia del más grande y querido poeta de Salta. El teorema se salvó, pero a la silla se la llevó el progreso irresistible junto con el agua corriente.

Su hijuela hoy es el excusado… ¿Saben lo que es el excusado? Era “el tributo de los mejores diezmos dedicados al rey”. Diríamos ahora impuestos y más impuestos en una República hoy convertida en una satrapía persa y nadie sabe dónde van a parar porque se los lleva el agua corriente con destino final al pozo ciego, o tuerto, junto al cíclope Polifemo.  

 

 

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