Una investigadora italiana acaba de descifrar un pedazo de piedra que se creía, erróneamente, era una lápida, cuando en realidad era la firma del arquitecto de la famosa Torre.
¿Era realmente Bonanno Pisano, el constructor de la Torre de Pisa como había contado siempre Giorgio Vasari en la antigüedad?
¿O como sostenían otros estudiosos, el arquitecto de esa obra de arte era otro? Y la lista de nombres era larga.
Un enigma que después de 846 años ha sido resuelto (casi con seguridad) por Giulia Ammannati, una investigadora y docente de paleografia latina en la Escuela Normal Superior de Pisa, aunque ella nació en Florencia.
Giulia acaba de descifrar un pedazo de piedra encontrado en el 1800 cerca de la Torre y que se creía, erróneamente, era la lápida de Bonanno Pisano.
No era su lápida. Era su firma en su obra: la Torre de Pisa. «Esa placa debía ser clavada en una de las paredes de la Torre para recordar y glorificar a su autor», explica Ammannati, que continúa: «pero cuando el monumento empezó a inclinarse y los trabajos se detuvieron, Bonanno, que se sintió muy amargado, abandonó la placa entre los restos de los materiales de construcción y el tiempo, en parte, la destruyó»
Cuando la placa fue encontrada, en 1838, clavada sobre la pared izquierda del ingreso a la Torre, se creyó que era una inscripción fúnebre y para colmo casi ilegible por el paso del tiempo. Pero había una palabra que se distinguía claramente y «atormentaba» a Giulia Ammannati: opus.
Esa palabra latina significa obra. Y la estudiosa explica: «No podía pertenecer a una inscripción fúnebre sino a algo muy concreto, a un proyecto, a una obra».
Así se inició el lento y precioso trabajo de reconstrucción del epígrafe. Un texto en métrica latina que parecía la más increíble de las poesías: «Mirificum qui certus opus condens statui unum, / Pisanus civis Bonannus nomine dicor».
Traducido al castellano significa: «lo que seguro he levantado, fundado, es una obra admirable sobre cualquier otra, soy el ciudadano pisano llamado Bonanno».
«Esta es la prueba de la paternidad del autor», explica Ammannati, que agrega: «es la firma de Bonanno, que ya había creado la placa antes de la terminación de los trabajos y por supuesto antes de la inclinación de la Torre, que tanto amargó a su constructor».
Parece estar viéndolo, en Plaza de los Milagros, a Bonanno Pisano, muy apreciado autor (ya en esa época) de las puertas de bronce de la catedral de Pisa, moverse inquieto y desesperado, y lanzando entre los escombros aquella inscripción con su nombre que debería haberlo glorificado en los siglos de los siglos.
Pero a veces la historia es mentirosa. La Torre de Pisa es un trabajo único, pero su fortuna se la debe a su defecto de construcción: su inclinación. Pero en el año 1173, cuando se iniciaron las tareas, que eran en la época de máximo esplendor y perfección de la República marina de Pisa, ninguno podría haber imaginado que lo «defectuoso» del campanario habría significado más gloria y no vergüenza, como ellos creían.
La luz que se encendió y que los científicos llaman «Eureka», a Giulia Ammannati le arribó en septiembre del 2018, cuando en su estudio leía y releía aquellos restos del epígrafe. Y además, en su mesa, estaba el famoso libro de Vasari: «Vidas de arquitectos, escultores y pintores famosos», donde se cuenta que en la construcción de la Torre de PIsa trabajó otro constructor junto a Bonanno. Un desconocido Gullermo, el alemán.
Será éste el nuevo trabajo de Giulia Ammannati. Que promete nuevas investigaciones y nuevas revelaciones. Pero algo está casi claro: después de más de 800 años se sabe quien fue el constructor de la Torre de Pisa.
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