Sociedad

Tratamiento láserNada es para siempre: el doloroso tratamiento para quitarse un tatuaje

Llegan cada vez más personas arrepentidas a los centros médicos especializados; también aumentaron las que optan por la técnica que cubre un dibujo con otro

Le pareció poesía pura. Hacerse un tatuaje en la espalda al cumplir los 18 años era el regalo perfecto que se quería hacer a sí mismo para festejar la mayoría de edad. La mejor parte: su padre estaba en contra, pero no necesitaba su autorización. Fue a una galería y se hizo uno de 20 centímetros en el omóplato derecho. Estuvo feliz un tiempo. Mientras le duró el enojo a su padre, dice. Un año después se arrepintió. Pero tardó 25 años en decidirse y ahora está invirtiendo una pequeña fortuna en un tratamiento láser para remover el tatuaje. Cada sesión cuesta unos 4500 pesos y se necesitan entre 10 y 12 para que desaparezca por completo.

«Me dolió igual o más que cuando me hice el tatuaje», cuenta. Hoy Bruno W. tiene 43 años y es profesor de matemática. Tiene un hijo y una mujer que lo apoyaron en la decisión. «Es una inversión importante, pero yo lo necesitaba», dice, mientras se somete a una sesión de láser en el Servicio de Dermatología del Hospital Italiano, donde las consultas de pacientes que quieren remover un tatuaje se incrementaron de manera considerable. Cada semana, unas cinco personas concurren para someterse al tratamiento. Hace dos años, ésos eran los pacientes que venían en un mes. Lo mismo ocurre en los otros cinco centros especializados.

De acuerdo con la Asociación de Tatuadores y Afines de la República Argentina (Atara), en la ciudad unas 1500 personas se tatúan por día. Pero, según confirman en distintos locales, hoy la mayor demanda se concentra en aquellos que quieren tapar o modificar uno anterior. «Siete de cada diez clientes vienen buscando eso», explica Claudio Martínez, especialista en cover up, de uno de los estudios más reconocido de la ciudad, Mandinga. Su expertise es en la técnica que permite transformar un tatuaje en otro porque no quedó bien o porque la persona quiere modificarlo.

Foto: LA NACION

Además, cada vez hay más especialistas en la técnica de black out, que consiste en cubrir una gran superficie con tinta negra. Muchas veces, esta modalidad se usa para tapar por completo otro tatuaje.

¿De qué se arrepienten? De haberse hecho dibujos mal ejecutados de dragones, tatuarse el nombre de la pareja o de íconos pasados de moda (como la «S» de Superman o el logo de los Guns N’Roses).

No siempre es posible transformar el tatuaje en otro y que quede bien. «Cuando alguien viene a tatuarse el nombre de una pareja, le sugerimos que se hagan un dibujo compartido. Algo menos evidente si se separan, que llevar en la piel el nombre de Claudia, por ejemplo», dice Martínez.

El costo de un tatuaje comienza desde los 600 pesos y un cover up va desde los 3000 hasta los 5000 pesos. Remover un tatuaje con láser sale más de 50.000 pesos. Existen tratamientos más económicos, aunque, como se trata de equipos con un láser más difuso, el riesgo es que deje cicatrices.

Daniel Galimberti, jefe del Servicio de Dermatología Láser del Hospital Italiano, enciende el equipo y comienza a pulir el tatuaje de Bruno, que ya está en su etapa final, aunque todavía se puede ver. El ruido de la máquina es una mínima representación sonora del dolor que siente Bruno, que cierra los ojos, aguanta. Traga. Lo reconforta la sensación de hacer algo que hace tiempo deseaba. Durante los últimos 25 años, ese tatuaje en la espalda fue la razón de no quererse sacar la remera cuando iba a la playa o a una pileta. A la gente le parecía agresivo ese dibujo, tomado de un cómic argentino que se llama El Cazador y que es una cara con una bala en la boca y una pistola en primer plano. Después de la sesión, su piel deberá descansar por dos meses hasta estar en condiciones de volver.

Cicatrices

Incluso en el mejor de los escenarios, después de removido el tatuaje, explican los especialistas, la piel no volverá a quedar igual. Aunque los colores desaparezcan, al tocar la zona todavía se podrá detectar un relieve.

Galimberti explica la técnica. No es el láser el que borra el tatuaje, sino el mismo cuerpo que expulsará el dibujo. «Lo que hace el láser es romper los bloques de tinta en miles de pedazos para que el cuerpo los pueda expulsar. Así, le será más sencillo a los macrófagos de la piel, fagocitar y eliminar las tintas. Desde el momento en que nos hacemos un tatuaje, el cuerpo lucha permanentemente para expulsar eso que reconoce como un cuerpo extraño», indica.

No siempre puede hacerse el tratamiento. Cuanto más profesional es el tatuaje, más difícil de removerlo. «Muchos pacientes vienen a sacarse un tatuaje después de haberse hecho otro para cubrirlo. Entonces, tras varias sesiones, desaparece el cover up y vuelve a aparecer el nombre de la ex pareja. Y tiene que convivir con eso varios meses hasta que desaparece por completo», explica Galimberti.

«Sólo el 18% de los que se tatúan recibe información sobre los posibles efectos adversos. Infecciones agudas, crónicas, tuberculosis, lepra, VIH, sífilis, hepatitis B, reacciones alérgicas a las tintas, cicatrices deformantes, pueden ser causadas por ellos. Pueden reactivar enfermedades como liquen, psoriasis o vitiligo», explica Alberto Lavieri, dermatólogo pediatra, docente la UBA y de Università di Milano.

«Otras infecciones que se observan producto de los tatuajes son verrugas. Incluso enfermedades coincidenciales con los tatuajes como linfomas, melanomas y carcinomas. Se ha visto últimamente que la presencia de tatuajes puede dificultar diagnósticos porque pueden simular microcalcificaciones de mama, metástasis de ganglio», explica Lavieri. Según el especialista, el pigmento del tatuaje, con el tiempo, se reduce a metales constitutivos de sus sales, y puede ocasionar dolor y quemaduras, en caso de tener que someter a la persona tatuada a una resonancia magnética, estudio fundamental en el diagnóstico de numerosas patologías. «Una zona de tatuaje común es la zona lumbar, esto debería ser contraindicado en mujeres, ya que en el parto pueden recibir anestesia peridural y el pigmento arrastrado por la aguja puede depositarse y llevar a problemas neurológicos», apunta.

Las historias detrás de la decisión

«Creo que no me quedaron bien.» Así explicó Claudia su decisión de someterse a un tratamiento láser para borrarse las cejas que le había tatuado la ex de su novio. Claudia había salido del local con unas cejas demasiado anchas.

Ramiro Frías tenía 28 años cuando nació su hijo mayor. Estaba tan feliz que se tatuó su nombre en el brazo derecho. Pero tuvo una fuerte reacción alérgica. Cuando nacieron sus otros hijos, no volvió a tatuarse. Pero ellos le preguntaron por qué no estaban marcados sus nombres en el brazo. Para no hacer diferencias, quiso sacarse el primer tatuaje. Pero no se podía. Si se sometía al tratamiento con láser, la alergia volvería.

Cuando estaba de novio con Ana, Nicolás Duffou se tatuó el nombre de ella. Al terminar la relación, transformó las letras en un dragón. Hace dos años se lo quiso sacar. Pensó que desaparecería todo junto. Pero no. Cuando se fue el dragón, apareció otra vez el tatuaje de «Ana». No fue fácil, sobre todo para su pareja actual, que tuvo que convivir varios meses con el nombre del primer amor de su esposo.

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