Locales

Durísimas declaraciones de una exmonja que denunció haber sido abusada

María Gracia Ramia Damario

“De haber sabido antes que la Iglesia es una mafia jamás hubiera sido monja” dijo Gracia Ramia Damario quién sufrió abusos de una religiosa a los 13 años. A los 18 la convencieron de ser monja y su calvario no se detuvo.

“Una vez me pidió que la acompañara a una habitación de la parroquia donde se guardaban los instrumentos musicales. Entramos, cerró la puerta e intentó besarme. No supe cómo reaccionar. Entonces ella se puso mal y me dijo que le pasaban cosas conmigo, que se había enamorado. Al otro día me llamó para pedirme perdón. Después empezó a llamarme todos los días a mi casa, me obligaba a que le dijera que yo la amaba. Y al final un día, cuando nadie de mi familia estaba en casa, se metió y me esperó a que llegara del colegio. Ahí le pedí que se fuera pero ella empezó a conducirme hacia mi cuarto, con la decisión de tener relaciones”.

Quien habla es María Gracia Ramia Damario, tiene 24 años y vive en Salta. Los hechos que relata sucedieron hace poco más de diez años, cuando tenía 13. Alicia Pacheco, la exmonja a quien ella (exmonja también) acusa, en aquel entonces rondaba los 30.

Desde fines de 2016 Pacheco está detenida. Cayó presa en el marco de una causa que se abrió con una denuncia penal de María Gracia, presentada ante el Poder Juidicial al día siguiente de que la joven contara su historia en el canal TN. Una historia que, contada en su totalidad, ayuda a comprender un poco más cómo algunos mecanismos convertidos en ley en la Iglesia Católica no son más que la consecuencia lógica de un entramado de poder, dinero, política e impunidad.

Discípulos de Jesús

No fue casualidad que la monja abusadora Alicia Pacheco actuara impunemente contra la adolescente María Gracia. Por el contrario, desde la más alta jerarquía del Instituto Discípulos de Jesús de San Juan Bautista siempre se le dio luz verde a curas y monjas para que abusaran de menores y se sometiera a subalternas y subalternos a las más variadas situaciones de abuso.

De hecho el propio fundador del Instituto, Agustín Rosa, desde fines de 2016 está detenido con graves acusaciones de abusos sexuales, amenazas y otros delitos, incluyendo delitos económicos por el manejo de fondos de su empresa religiosa. La vida del carismático y “sanador” cura, de alto reconocimiento en la elite política y empresarial salteñas, dio un giro de 180 grados cuando dos exmiembros de su congregación los denunciaran penalmente a él y a su mano derecha, el cura Nicolás Parma.

María Gracia Ramia Damario, Valeria Zarsa y Yair Gyurkovitz son dos exmonjas y un exnovicio del Instituto fundado en 1996 por Rosa. Sus denuncias y testimonios destaparon una olla cuyo contenido tenía todos los ingredientes de una receta de terror: acosos, abusos y violaciones; reducción a la servidumbre, abuso de poder, extorsión, discriminación y hasta torturas. Ahora esperan que el coraje de haber traspasado la barrera del silencio y la humillación impuestos por una de las instituciones más poderosas de la historia de la humanidad sea recompensado con un poco de justicia y castigo a los culpables.

María Gracia le contó su historia a La Izquierda Diario, que a su vez le preguntó sobre aquello que prefieren eludir otros medios, comprometidos de alguna u otra forma con el Vaticano. Preguntas y respuestas que enmarcan toda vivencia personal en una compleja trama de relaciones de poder y dominación.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…

Desde muy chica María Gracia (o Gracia, a secas) estaba convencida de que Dios la había elegido para seguir el camino religioso hasta el final y entregar su vida a la Iglesia Católica. Fue a los diez años, cuando recién mudada de Jujuy a Salta se sintió contagiada por el entusiasmo de su madre y se sumó a las actividades del Instituto fundado por Agustín Rosa.

“Lo conocimos a través de una amiga de mi mamá, que la convenció a ella a sumarse a la orden de laicos consagrados del Instituto. De a poco fui asistiendo a las misas (las de los miércoles eran ’de sanación’) y empecé a conocer a quienes trabajaban en la parroquia de la Santa Cruz y a participar de sus actividades”, recuerda Gracia. Y agrega un dato nada menor: “Mi madrina era una persona con mucha plata, por eso Rosa tenía hacia ella un afecto particular, ya que la llevaba a conocer los conventos y le hacía conocer sus planes, para que ella aporte sus donaciones”.

¿Y cómo conociste a la monja Alicia Pacheco?

-Fue cuando la trasladaron desde México, donde había trabajado en una fundación, y regresó a Salta a cumplir funciones de secretaria en la parroquia. Yo tendría 12 o 13 años más o menos y ella unos 30. De estar todo el tiempo ahí nos hicimos muy amigas y empezamos a compartir muchas cosas, al punto de que se generó una relación de dependencia de mí hacia ella. Era como mi referente, casi como una madre.

¿En qué circunstancias abusó de vos?

-Fue más o menos al año de conocernos. Un día me pidió que la acompañara a una habitación de la parroquia donde se guardaban los instrumentos musicales. Una vez adentro cerró la puerta e intentó besarme. Yo no supe cómo reaccionar y entonces ella se puso mal y me dijo que le estaban pasando cosas conmigo, que se había enamorado. Al otro día me llamó y me pidió perdón. Después la cosa se puso más complicada, porque empezó a llamarme todos los días a mi casa y me obligaba a que le dijera que yo la amaba. Hasta que un día me pidió que tengamos relaciones. Y finalmente un día que nadie de mi familia estaba en casa ella se metió y me esperó a que llegara del colegio. Yo le pedí que se fuera y ella empezó a conducirme a mi cuarto con la decisión de tener relaciones conmigo.

¿En aquel momento pudiste hablarlo con alguien?

-En ese momento decidí no hablar, aunque sabía que las hermanas superioras y algunos sacerdotes con los que ella se confesaba sabían todo. No sé bien qué les decía, si era lo que ella decía sentir sobre su amor hacia mí o qué, pero ella me confirmó varias veces que lo sabían. Entonces yo me sentía muy culpable por la situación y prefería no hablar.

Después del episodio en mi casa la superiora del instituto, hermana María Luz, decidió sacarla de Salta y trasladarla al sur. Años después, cuando tomé la decisión de ser monja, me acerqué a hablar con la superiora y en medio de la conversación intenté hablar de aquella situación, incluso quería plantearle mi sentimiento de culpa por la posibilidad de haber provocado a Pacheco. Ahí ella, antes de que yo le expresara nada, me dijo que no me preocupara, que eso no tenía nada que ver con mi vocación y que Alicia era en definitiva la responsable.

¿Por qué te sentías culpable?

– Porque ella era la “consagrada”. Y para mí en ese momento los consagrados tenían un valor superior, eran como mi contacto directo con Dios. Por eso sentía que estaba arruinando una vocación, como si estuviera siéndole infiel a Dios. Recién cuando salí del Instituto, hace poco tiempo, empecé a elaborar todo esto desde otra perspectiva. Incluso antes no veía que lo que me había pasado era realmente una situación de abuso y por eso nunca había necesitado hacer una denuncia. Es más, consideraba que mi caso no era tan grave.

Sanctus modus operandi

Gracia vivió en carne propia desde adolescente la culpa y el intento de justificación permanente de cuanto abuso sufrió. Al punto de considerarse ella misma responsable de casi todo. Pero ese calvario no era natural. Era la consecuencia directa de una operación institucional destinada a salvar a las “ovejas descarriadas” y mantener todo intramuros.

¿Qué pasó con Alicia Pacheco entonces?

-Para el momento en que abusó físicamente de mí a Pacheco ya le habían prohibido que me hablara y se acercara. Ella misma me lo decía. Por eso cuando se enteraron que se metió en mi casa le dijeron “o te vas del Instituto o no le hablás más”. Ahí me llamó para contarme y preguntarme si yo quería irme a vivir con ella. Obviamente le dije que no y se enojó. Después de eso la trasladaron al sur del país.

Ya fuera del Instituto, hace poco más de un año, me enteré por Valeria (que fue compañera del noviciado de Pacheco) que a ella también la acosó y que en México había tenido actitudes similares con otras mujeres de la congregación.

Así y todo pasó muchos años sin ser denunciada

-Sí. Hoy está detenida y es por mi denuncia de fines del año pasado. Al día siguiente de que me entrevistó el canal TN presenté la denuncia penal y dos semanas después la detuvieron en Güemes (Salta) donde vivía con su familia desde 2014 luego de irse del Instituto. La única denuncia contra ella la presenté yo, por hechos de hace más de diez años y sobre los que muchos sabían.

Tu experiencia con la Iglesia no terminó a los 13 años. A los 18 decidiste ser monja

-Sí. Yo ahora digo que aquella decisión habría sido otra si hubiera sabido un par de cosas. Recién ahora puedo decir que los años que pasé en el ministerio como monja fueron una tortura. Desde chica, todo el tiempo recibí de parte de ellos el mensaje de que Dios me había puesto ahí por algo. Hoy me doy cuenta de que en verdad no fue una decisión personal sino más bien algo impuesto durante años.

¿Cómo tomaste esa decisión?

-Después de lo que me pasó con Alicia Pacheco yo me preguntaba cómo podía ser que Dios me estuviera llamando a ser religiosa. Hablando con el Padre Josué (Sergio Salas) sobre lo que me había pasado (era uno de los confesores de ella) me dijo que en realidad Dios me había llamado desde siempre y que lo pasado no tenía que ver con mi vocación, que no me debía sentir culpable. Por eso decidí ingresar al ministerio, pensando en reparar los daños cometidos. Eso me llevó a pensar que debía bancarme lo que fuera.

¿Y ahí volviste a sufrir otros abusos?

-Sí, sobre todo situaciones de maltrato y abandono de persona. Por ejemplo, cuando me enfermaba ellos relacionaban todo con un problema espiritual, que no se solucionaba con médico y pastillas sino rezando, callando y “ofreciendo” más. De ahí que el exceso de trabajo para quienes estábamos en el noviciado era una obligación. Y si no aceptabas te respondían que no estabas “adhiriendo a la espiritualidad”, que no estabas siendo buena discípula de Jesús.

A sus órdenes, Señor Obispo

Ni los abusos sufridos a los 13 años, ni la culpa hecha carne y verbo, ni la impunidad de la Pacheco ni la semiesclavitud vivida ya siendo monja parecían alcanzar para aleccionar a Gracia. Así fue que un día, buscando alejarla lo más posible de Salta, la mandaron junto a otras dos monjas a Vic, España. La excusa era la apertura de una fundación, pero la verdadera labor encomendada sería muy diferente a la de servir a la comunidad.

-En 2013, después de recibir los hábitos me instalé en una capilla de Inés Indart, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Poco después me avisaron que se iba a abrir una fundación en España y que había sido designada para viajar. En noviembre me hicieron volver a Salta para salir desde allí. Yo lo único que sabía era que el obispo Román Casanova de Vic había pedido monjas argentinas y que yo estaba entre las elegidas.

Ya sobre la fecha del viaje me informaron lo que íbamos a hacer: servir al obispado, teniendo a cargo todas las actividades domésticas como cocinar, limpiar, lavar, planchar, atender las visitas. Todo con la promesa de que en algún momento íbamos a poder ir a una parroquia a ayudar en actividades con la gente.

¿Todo eso fue organizado por Agustín Rosa?

– Sí. Aunque Monseñor Romá Casanova no pertenecía a la misma congregación nuestro traslado fue canalizado por la Curia directamente. Sucedía que las monjas que quedaban enVic eran muy mayores, ya no les servían, y Rosa ofreció mandarnos para allá.

A España viajamos con dos hermanas más que se quedaron conmigo y con las superioras María Luz y Teresita, que nos presentaron al obispo y a la semana regresaron. Algo que pensé en aquel momento era que mi traslado podía ser también para alejarme de la congregación. Alicia Pacheco seguía en la institución, sólo que estaba en una casa de clausura en el sur del país y suponía que podían estar trasladándome por si ella debía volver a Salta.

¿Cuánto tiempo estuviste en España

– Estuve un año haciendo esas tareas. Pero la situación se empezó a complicar bastante y me desgasté mucho, empecé a sentirme mal y con muchas ganas de irme. Ésa era la “fundación” a la que yo había sido enviada: trabajar para el obispo, depender de sus necesidades y estar a su servicio.

¿Cómo llegaste a “escaparte” y volver a Argentina?

– Para enero de 2015 estaba muy deprimida. En ese momento mi mamá viajó a España a visitar a mi hermano que vivía allá y aproveché para ir a verlos. Al mismo tiempo me comuniqué con Valeria, que aún estaba en el Instituto, y decidí escribirles un mail a las superioras contándoles la situación. Enseguida me respondieron diciéndome que, por mi estado, no era momento para andar tomando una decisión como la de irme. Pero no me daban ninguna solución concreta.

Aguanté tres meses más. Entre abril y mayo de 2015, por Facebook, un hermano que se había ido de la congregación me contó las situaciones de violencia vividas con Agustín Rosa, que se había enterado de otros dos casos de abuso y que Valeria acababa de escaparse del instituto. Entonces hablé con Valeria por teléfono y me contó todo lo que le había pasado.

Me tenía que ir yo también. Un domingo de mayo llamé a mi hermano para pedirle que me saque los pasajes del tren. Robé de una oficina mis documentos y otros papeles míos para evitar que me los quisieran retener si los pedía. Preparé mis cosas y a la noche les avisé a las hermanas que me iba al otro día. Me intentaron persuadir pero ya era tarde. Al otro día, con lo que tenía, me fui a la casa de mi hermano. Desde entonces no se volvieron a comunicar conmigo. En agosto me volví a Argentina.

El shock de la verdad

Hoy Gracia cuenta su propia historia casi como extrañada, como capítulos de una novela de terror a la que, inesperadamente, la llamaron a ser protagonista. Pero al mismo tiempo tiene los pies suficientemente sobre la tierra como para decodificar cada hecho del pasado a la luz de la verdad y sacar conclusiones incontrastables. Sobre todo, porque al decidir hacer público lo vivido en el riñón mismo de la Iglesia Católica empezó a encontrarse con muchas personas a las que les había sucedido, si no lo mismo, algo muy parecido.

Yo, hasta que me fui, nunca había escuchado hablar de otros casos, aunque conozco a muchas de las víctimas que denunciaron a Rosa y al Instituto. Cuando decidí irme me puse en contacto con Valeria y ahí me enteré de muchos otros casos. Ella ya se había ido de la congregación y empezó a contactarse con otras víctimas que se habían ido en años anteriores. El shock fue total.

Fue como un efecto dominó. Sí. Ya en Argentina nos encontramos con Valeria y me puso al tanto de todos los casos de abuso de los que se fue enterando. Y me contó a su vez lo que ella misma había sufrido con Alicia Pacheco. En Salta fueron apareciendo más casos que se contactaban con nosotros y para enero de 2016 apareció el caso de Yair, el menor que denunció judicialmente por primera vez a Agustín Rosa. Nosotros lo acompañamos a hacer esa denuncia.

Para entonces el Vaticano ya había intervenido el Instituto por denuncias internas, pero eso se manejaba en secreto. Paralelamente nos íbamos enterando de la cantidad de sacerdotes que sabían de esta situación en Salta.

¿Cómo respondió la jerarquía de la Iglesia?

-Valeria fue a hablar con Monseñor Mario Cargnello, el obispo de Salta. Y ahí él hizo como que se enteraba por primera vez de la existencia de esas “irregularidades”, como le dicen ellos. Pero nosotros sabemos que en 1996 y 2002 diferentes hermanos ya habían hablado con él sobre los abusos de Rosa en el Instituto. ¿Cómo no sabía nada ni se había enterado?

La respuesta de la jerarquía de la Iglesia es nula. Es “callate, no hables, hay que perdonar”. De hecho si no daba yo mi testimonio en TN no se movía nada en Salta. Yair, durante todo 2016, no recibió un llamado siquiera del juez o el fiscal, ni tampoco recibió nunca una citación Rosa, el acusado. Recién cuando yo salgo en esa entrevista producida por Myriam Lewin se empezó a mover el expediente e incluso la Curia empezó a verse “preocupada”.

Rosa tiene mucha “banca” en Salta. Sin ir más lejos es amigo de las familias del exgobernador Juan Carlos Romero y de actual vicegobernador Miguel Angel Isa

– Sí, claro. Acá siempre tuvo relación y amistad con los Romero, con los Isa y otras familias poderosas. En Buenos Aires era muy amigo de un alto funcionario de un banco importante. Y así conseguía dinero para él que, obviamente, no iba para las obras. De allí las causas judiciales que tiene por malversación de fondos y otras cuestiones. Por ejemplo organizaba eventos para recaudar fondos para alguna causa puntual y cuando esa plata se recaudaba aparecía un superior, se la llevaba y después decían que la habían tenido que gastar para otra cosa.

Sabemos que hubo gente que ha salido a defender a Rosa frente a las denuncias. De hecho a Valeria y a mí nos atacaron por las redes sociales y por Whatsapp, acusándonos de mentirosas y de que estamos endiabladas. Rosa en Salta tenía una imagen muy importante como cura sanador y nosotros mostramos esa otra cara, para nada amable. Pero mucha gente no nos quiere creer o se llaman a silencio, como la gente pudiente que era su amiga y aliada.

Incluso dicen que Rosa desprecia a los pobres

-Ni hablar. A mí Rosa siempre me había parecido una persona nefasta, así que lo que me enteré no me extrañó en sí mismo, ya que era alguien muy odioso. Él discriminaba a la gente pobre, se rodeaba sólo de gente adinerada e incluso en la congregación no se juntaba casi con la comunidad, ni siquiera comía con nosotros. De hecho vivía en una casa propia aparte. Sin embargo aún hoy hay personas que, ya alejadas del Instituto, siguen negando que lo que sufrieron fueron abusos y hasta lo siguen considerando como un padre.

¿Y cuál es tu lucha hoy, en este contexto?

-Quiero que esto se acabe. Parte del animarme a hacerlo público fue justamente para darle un nombre y un rostro, de un caso real, para evidenciar que en la Iglesia pasan estas cosas y que la propia Iglesia lo fomenta.

En la propia doctrina de la Iglesia Católica se enseña a callar, a no hablar, a hacer la vista gorda. Mi lucha ahora es concientizar sobre lo que está pasando. Mi decisión de estar en la Iglesia hubiera sido totalmente diferente si hubiera sabido un par de cosas. Otra hubiera sido mi historia.

La Iglesia no es Dios, es una institución creada por personas y no tiene nada que ver con una creencia religiosa. Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre. En la Iglesia se habla de pecados y no de delitos, por eso tanta perversidad puede desenvolverse de forma cómoda y natural.

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  • Cuánta verdad… Y saber que se animaron a denunciar, me da tranquilidad, xq no pude hacerlo por miedo… Me alegra que salga todo a la Luz…

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