Opinión

AnálisisNo seas bolú

Santiago Cafiero

Por Juan Manuel Abdala Ibañez

No seas bolú es el título de una columna que forma parte del libro Notas dispersas de Carlos Saravia Day del año 2009. El término cobra fuerza por estas horas en que el canciller argentino, Santiago Cafiero, logró quedar en el centro de la escena pública, no precisamente por méritos o éxitos diplomáticos, sino por una muestra de su marcada inhabilidad bilingüe, trilingüe o poliglota, que de paso recordamos,  es condición  sine qua non inherente a sus funciones

Quizá aún sediento de papelones, el inexperto canciller no quiso bajar su nota vergonzante tras el discurso en idioma más “algo sanjón” que anglosajon y arremetió contra periodistas que lo criticaron por esto, particularmente a Jorge Lanata, llegando al exhabrupto y el insulto: “Lanata said stupid things about me, i think Lanata is a dickhead” (en español, “Lanata dijo cosas estúpidas sobre mí, yo creo que Lanata es un pelotudo”). La palabra “dickhead” tiene otras acepciones como gilipollas, imbécil y cabeza de pene.

Este otro paso en falso de Cafiero en pocas horas fue repudiado por diferentes entidades periodísticas argentinas que consideraron los insultos como una preocupante muestra de intolerancia a la vez que abogaron por el respeto a la libertad de prensa y el debate público.

Para cubrirse de los nubarrones de estas horas aciagas, quizá el silencio sea un buen reducto, para lo que  el canciller podría gestionar algún certificado médico «trucho» (de los que emiten en el Ministerio de Salud de la Nación, tanto para vacunatorios VIP como para cumplir con requisitos de asistencia a lugares públicos o viajes) que le diagnostique Glosoplejia, es decir, parálisis de la lengua, ese órgano muscular que parece no dominar a la hora de sus pasiones cuando habla en castellano y también de las  lenguas idiomáticas, las que tampoco parece dominar para expresarse en ámbitos diplomáticos internacionales.

Volviendo al principio de la cuestión, el casi unilingüe funcionario refrescó aquella nota de Carlos Saravia Day que remite a la situación por la que atraviesa el canciller argentino y la que consideramos oportuno reproducir:

No seas bolú

Silvio Berlusconi… les dijo en una oportunidad “coglioni” a los votantes que no lo votaban. Coglioni es el plural de boludo.

Los españoles dicen “gilipollas”, los franceses “con” y en ingles se dice “sucker”.

En su famosa “Balada del boludo” Isidoro Blastein convierte en sublime lo que en la jerga se ha ido reduciendo hasta convertirse en “bolú”. Antiguamente había reverendo o reverendísimo. Pero como ahora los que ejercen se han multiplicado tanto, la condición ha perdido eficacia.

En el caso argentino, el término ha sufrido la contracción testicular quedando reducido a bolú. Término despreciativo como pocos, sea que se lo aumente o disminuya, nada agrega a la idea de que sigue siendo lo mismo. Manera de decir abreviada  quizás por economía de lenguaje, que sin cambiar de sentido la palabra cambia de ruido y se hace breve y enfática. Aunque a la postre por su uso indiscriminado pierde todo sentido y significado, porque termina siendo utilizado como término ortopédico, como en el caso del “esté” que sirve para rellenar la frase. Como la boludez está globalizada, pronto la contracción argentina para referirse a la víscera corajuda alcanzará validez universal. Sin descartar que el neologismo criollo sea incorporado  a todos los diccionarios. Término antes de circulación restrictiva y solamente empleado  en momentos y a personas apropiadas, hoy se ha convertido en muletilla imprescindible.

Hay palabras, que desdoran, afean y corrompen el lenguaje. En el caso que estamos considerando, por su uso indiscriminado y por indisimulable procacidad maltrecha.

No implica lo dicho condenar a los argentinismos, muchos de ellos por lo sintético y expresivos, y que fueron incorporados al diccionario como es el caso de macana, macaneador, tongo, caradura o tilingo. El vicio congénito del término bolú está en su origen procaz. Hoy ambiguo (indistintamente amigable, despectivo, dispensador de confianza, etc) se ha convertido en el pan nuestro de cada día del diario lenguaje.

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