El 12 de septiembre de 1812 se casaron en la Catedral de Buenos Aires. Él, con 34 años, quedó hechizado al verla por primera vez. Ella, de solo 14, dejó un novio para convertirse en su esposa
Luego de casi de dos meses de navegación por el Atlántico, el 9 de marzo de 1812 llegó al puerto de Buenos Aires la fragata inglesa George Canning. Traía a bordo a muchos personajes que harían historia en América. Entre ellos estaba José de San Martín, quien entonces no se imaginaba que seis meses después estaría casado. Pero no todo sería color de rosa.
San Martín ya traía en carpeta sus planes libertadores. Pero en Buenos Aires, de la que se había ido cuando tenía 6 años, era un perfecto desconocido. El que le abrió la puerta de la sociedad porteña a ese morocho de fuerte acento español, circunspecto, reservado y hasta un tanto desconfiado, fue Carlos María de Alvear, quien había llegado con él y con quien compartía los mismos planes.
Amor a primera vista
O fue en una de las tertulias de los Escalada o en lo de Mariquita Sánchez de Thompson donde el teniente coronel, de 34 años, conoció a Remedios, de 14. Los únicos encantos de San Martín se reducían a su facilidad para el baile y para cantar y tocar la guitarra.
Remedios había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797, hija de Antonio José de Escalada y de Tomasa de la Quintana. La casa de los Escalada, que estaba en la esquina de la actual San Martín y Perón (su primera vivienda fueron los Altos de Escalada daba a la Playa de Mayo y se convertiría en uno de los primeros conventillos de la ciudad) era un lugar obligado para los que querían hacer política. Escalada había nacido en 1752 y sus hijos Manuel y Mariano se incorporarían al Regimiento de Granaderos.
Compromiso roto
Al conocer a San Martín, Remedios se deslumbró a tal punto que rompió el compromiso que tenía con Gervasio Dorna, un joven de 22 años que como consecuencia prefirió abandonar Buenos Aires y enlistarse en el ejército de Belgrano. Moriría en el combate de Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813. Cuando San Martín pidió la mano de Remedios, la que puso el grito en el cielo fue su futura suegra, Tomasa, a quien nunca le agradó. Ante sus ojos el era «el soldadote» o «el plebeyo».
Claro que San Martín no se las hizo fácil. En una cena en lo de los Escalada en pleno noviazgo, cuando vio que su edecán había sido enviado a comer a la cocina junto a los sirvientes se levantó y fue a comer con él.
Más allá de cualquier obstáculo, el 12 de septiembre de 1812 María de los Remedios y José Francisco se casaron con la bendición del padre Luis Chorroarín en la Catedral porteña. Fueron testigos Carlos María de Alvear y su esposa, Carmen Quintanilla.
La fiesta fue en la casa de los suegros. Los recién desposados fueron de luna de miel a una quinta en San Isidro, que era de María Eugenia, la hermana mayor de Remedios.
Una larga soledad
En enero del año siguiente, San Martín, al mando de 125 hombres, partió hacia Santa Fe con la misión de proteger sus costas ya que escuadrillas españolas remontaban el Paraná asolando a las poblaciones ribereñas. En febrero, el Regimiento de Granaderos a Caballo tendría su bautismo de fuego en San Lorenzo. Durante 1813, la pareja vivió en Buenos Aires hasta que San Martín debió partir a Tucumán a hacerse cargo del Ejército del Norte. Por sus problemas de salud, debió alojarse en una estancia en Córdoba para recuperarse.
Volverían a verse a fines de 1814 en Mendoza, cuando San Martín fue nombrado gobernador intendente de Cuyo. Vivían en una casa que el Cabildo había alquilado a la familia Delgado. El solar está ubicado en la calle Corrientes 343, ocupado por años por un taller mecánico. Trabajos arqueológicos realizados allí dieron con los pisos originales y el lugar, debidamente preservado, abrió como museo.
En esa casa nació el 24 de agosto de 1816 su hija Mercedes Tomasa. Remedios era la simpática anfitriona de las recepciones que ofrecía su marido.
La bandera de los Andes
La pareja celebró la Navidad de 1816 en la casa de Manuel de Olazábal. Fue en el brindis cuando San Martín manifestó el deseo de hacer una bandera para su ejército. Dolores Prats, Margarita Corvalán, Mercedes Alvarez y Laureana Ferrari pusieron manos a la obra. Durante días estuvieron recorriendo, sin suerte, la calle Mayor en la búsqueda del color adecuado y de seda de bordar color carne para las manos del escudo. San Martín insistía en tenerla para Reyes.
El 30 de diciembre, Laureana y Remedios volvieron a recorrer la ciudad hasta que dieron con una calle llamada del Cariño Botado. Dieron con el color adecuado en una tienda de mala muerte, aunque no consiguieron seda, sino sarga.
Remedios cosió la bandera, de dos abanicos. Para completarla tomaron algunas lentejuelas de oro; se procuraron perlas de un collar de Remedios y de una roseta de diamantes sacaron piedras para el sol del escudo.
Así fue como el 5 de enero a la mañana San Martín tuvo su bandera.
«Aquí me tiene, hecho un viudo»
Ese mismo mes, San Martín envió a su esposa y a su pequeña hija de regreso a Buenos Aires. La frágil salud de Remedios, afectada de tisis, se había agravado por el embarazo y el parto. Tan preocupante era su salud que hasta viajó con un ataúd, por si pasaba lo peor.
Existen versiones que sostienen que infidelidades de su esposa con oficiales subalternos de su propio marido motivaron el alejamiento. Y que Jesusa, la criada de Remedios, se había quedado en Mendoza y habría tenido un hijo con su patrón.
En abril de 1819 San Martín le escribió a su amigo O’Higgins: «Remedios partió hacia Buenos Aires, pues este país no le probaba. Aquí me tiene usted hecho un viudo».
Lo esperó hasta último momento
De regreso del Perú hacia el país, el Libertador supo de la gravedad de la enfermedad de su esposa. Pero en Buenos Aires estaba su enemigo, el poderoso Bernardino Rivadavia, y temía ser asesinado. Por ello, y por el consejo de sus amigos, decidió permanecer un tiempo prudencial en Mendoza.
El 3 de agosto de 1823 Remedios falleció en la quinta familiar que se levantaba en avenida Caseros y Monasterio, en Parque Patricios. Tenía 25 años. Dejó este mundo pidiendo por su marido, lo que provocó un profundo resentimiento en la familia, pero especialmente en su madre Tomasa, quien quedó al cuidado de su nieta.
Recién el 20 de noviembre de ese año San Martín partió hacia Buenos Aires, ciudad en la que ingresó sin sobresaltos.
El 4 de diciembre fue a la casa de sus suegros. Antonio José Escalada había fallecido en 1821 siendo presidente de la Junta de Representantes. Permaneció en la ciudad tres meses. Antes de partir, hizo grabar una placa que se colocó en la tumba de su esposa. Ella rezaba: «Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín».
San Martín ya tenía decidido partir junto a su pequeña hija, Mercedes, a Europa. De nada le sirvieron a su suegra los esfuerzos que hizo para que no se llevase a Mercedes, que era su única compañía.
Ya arribado al viejo continente le diría a su amigo Tocornal que «cada día me felicito más y más de mi determinación de haberla conducido a Europa y arrancado del lado de doña Tomasa; esta amable señora con el excesivo cariño que le tenía me la había resabiado en términos que era un diablotín».
«Un hijo es un don del cielo, que sólo los padres pueden valorar y que tan poderosamente contribuye a la felicidad de nuestra vejez», aseguró en una de sus comunicaciones.
Fuente Infobae
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