Opinión

AnalisisEl eterno retorno

Por Carlos Saravia Day

El eterno retorno era un libro del alemán Nietzsche o tal vez El retorno de los brujos, en criollo, más de lo mismo.

La revolución francesa mostró su verdadero rostro no tanto con la violencia de la guillotina, sino con el cambio del principio de legitimidad monárquico por el principio de legitimidad democrático, fundado no ya en la sangre, sino en la voluntad general.

De ahí en más, la soberanía no residiría en la corona argentada, sino que, convertida en corona de laurel, se ceñía en anónimas sienes, tal como reza nuestro himno.

La tarea de desenmascaramiento se produjo años después, el 9 de julio de 1816.

Como consecuencia de la Asamblea del año 13 se abolían las prerrogativas de sangre y títulos de nobleza.

El kirchnerismo restituyó la ley de la herencia para los cargos públicos que establecía la herencia de un cargo en la administración pública por el solo hecho de ser hijo/a esposo/a sin importar idoneidad ni mérito. El actual gobierno acaba de derogar esa medida.

De España heredamos el poder machihembrado del grito popular “Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando”.

Perón-Eva Perón fue la fórmula frustrada por la renuncia de ella. Años después, la misma tautología con un disfraz de fantasía: Isabelita.

Últimamente la circularidad se repite, más de lo mismo, Néstor y Cristina, esta vez con un agregado: hoy desempolva la ley Sálica, la antigua ley de los Salios en la monarquía que establece la herencia en el mayor de los varones, sea con V corta o B larga, total los barones del conurbano son los electores “ad nauseam”, o sea hasta el vómito.

 

 

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