En una noche de emociones, el bahiense fue reconocido por San Antonio, que colgó del techo de su estadio la camiseta que vistió durante 16 temporadas y con la que ganó cuatro títulos
Quiere controlar las emociones. Y el público, que quiere verlo llorar, ¡abuchea! cada vez que lo enfocan y se ve a través de las pantallas que él no cede. Los ojos se van poniendo vidriosos, pero no deja caer una lágrima. Aunque le cuesta sonreír y le cuesta gesticular, porque sabe que relajar un músculo puede desencadenar el torrente. Mira al piso, siente casi vergüenza por todo lo que sucede.
“Me gustaría darles la mano a todos y cada uno de ustedes. La vida me dio cartas asombrosas. Sólo tuve que jugarlas bien. Quiero ser agradecido”, arranca, admitiendo la emoción.
“Qué lindo fue jugar con ustedes. Saber que a cada cancha que íbamos éramos un grupo así”, dice cerrando el puño bien fuerte. “Si perdíamos la íbamos a pasar mejor porque nos diríamos cosas invaluables. Por todo eso, muchas gracias, a Fabri, a los que están arriba y a los que están en casa“, le dice a la Generación Dorada
Gregg Popovich dijo tanto de él… ¿Podría decir algo más? Claro que sí: “Los jugadores que ganaron el oro olímpico con Argentina deberían ser reconocidos porque son uno de los mejores equipos de básquet que vi en mi vida”. Lo firma quien para muchos es el mejor coach en la historia de la NBA: “Sin él, no habría trofeos“.
“Papá y mamá…”. Ahí tiene que tirar el freno de mano. Pero sigue. “Mamá, querías un hijo doctor o abogado, pero me diste la libertad de elegir. Papá, jamás interferiste pero siempre te sentí al lado apoyándome. Eso fue más que cualquier consejo. ¡Ustedes tres! No sé si entienden algo. Pero sepan que no estoy triste, estoy muy contento. Si por momentos lloro un poquito es de felicidad. Los quiero más que a nada en el mundo. Y a vos… Gracias por aguantar mis obsesiones durante 20 años y ayudarme a que todo esto sea más fácil. Calculo que tengo 40 o 50 años para retribuirte”, les dice a sus hijos y a su mujer.
El hall principal del AT&T Center, apenas se abren las puertas del estadio, se inunda de gente que ingresó con un nivel de pasión que no se ha visto en esta ciudad ni en partidos calientes de playoffs. Un grupo de animadores, ataviados con las camisetas titulares y suplentes de los Spurs, pretenden -valga la redundancia- animar a la multitud que ingresa, pero pronto verán que no tiene sentido. La marea los pasará por encima, porque más que marea es un tsunami.
La proporción, a ojo, es de 97 a 3. Por cada dos camisetas de DeMar DeRozan (quien usará unas zapatillas con los colores celeste y blanco para rendirle pleitesía a su ex compañero) y una de LaMarcus Aldridge, hay casi un centenar de él. El orgullo no distingue de razas, colores ni religión. Hay norteamericanos que lo aman, hay mexicanos, hay argentinos que llegaron de Argentina, de México, de otros estados de este país. Vienen de Morón, de Teotihuacán, de la vecina localidad de San Marcos, de Bahía Blanca, de Mar del Plata, de la Ciudad de Buenos Aires, de Nueva York… También de Taiwán y Filipinas. Desde la oficina de turismo local le confirman a este diario que llegan por año 3.000 argentinos a San Antonio, pero que para esta sola ocasión se esperaban entre 500 y 1.000.
Algunos vienen por cuarta o quinta vez; otros son abonados hace más de una década y otros que tienen hoy su bautismo en el AT&T Center. Uno dice que él“es lo más grande del mundo”. Otro “de la Argentina”, otro “del universo”. En este “juegue a completar la frase”, la única certeza parece ser que, acá, a esta hora y en este lugar, él es lo más grande de algún lado. El dónde queda a criterio del consumidor.
Cada asiento lleva un cartel con el “Gracias” para que los fans lo tengan bien a mano en el momento del homenaje. También, en el posavasos, los espera un paquete de pañuelos descartables con la leyenda “A veces es necesario un pañuelo para decir gracias”. Todos (literalmente todos) los miembros del staff y los jugadores en el precalentamiento llevan una remera negra de la marca que viste al equipo con la figura del argentino y esas dos palabritas, las más repetidas de la jornada en toda la ciudad, las que se vuelven tendencia de Twitter bien temprano.
Hasta el himno argentino se hace presente en la dulce voz de Michelle Leclerq. Los argentinos que asisten al estadio miran, se dan vuelta, no lo pueden creer. Hasta hacen gestos y la lectura de labios no falla: “Es increíble”, dicen. Hay un estadio norteamericano de la NBA rendido a los pies de la canción patria albiceleste. “Qué lindo himno tienen”, comenta Gina, una señora local, luego de escuchar con atención y aplaudir la interpretación de la argentina.
Los tiempos muertos del partido con Cleveland (sí, hay un partido en medio de todo esto que terminará 116 a 110 para los Spurs) tienen en el cubo de pantallas distintos momentos y estadísticas de la carrera del argentino con la franquicia. Con el Coyote, la mascota local, con la camiseta de la Selección argentina de fútbol. Está todo pensado, incluso durante el juego, como para que a nadie se le olvide que este día casi le pertenece a él. Lo que seguirá será historia eterna, como la camiseta que ya está para siempre en el techo del estadio y nadie volverá a usar jamás.
El velo negro se levanta y se descubre ese número 20 que es suyo para toda la eternidad.
Ah, claro. No, la ausencia del nombre del sujeto no fue un error. Usted ya sabía que todo esto se trataba de Emanuel David Ginóbili.
San Antonio. Enviado especial
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