Sociedad

“Yo aborté en la clandestinidad”: las historias de 18 mujeres que decidieron romper el silencio y el tabú

Fue en 1971 y, en español, se lo conoce como «El manifiesto de las 343 zorras». Fue histórico: 343 mujeres célebres firmaron en Francia un documento -redactado por la escritora y filósofa Simone de Beauvoir- en el que declaraban haber abortado. Se expusieron, con el fin de reclamar el derecho al aborto legal, a terminar en un calabozo. Tres años después y en ese mismo país, se votó la despenalización del aborto.

En Argentina y hace 20 años, la revista Tres Puntos retomó el histórico manifiesto y publicó una nota titulada así: «Por primera vez veinte mujeres se atreven a decir: Yo aborté». Mezcladas entre mujeres de la villa del Bajo Flores, amas de casa, empleadas y estudiantes, testimoniaron la periodista Silvina Walger, las escritoras Beatriz Sarlo y María Moreno y las actrices Graciela Duffau, Divina Gloria y Alejandra Flechner.

Infobae retoma ese legado y presenta las historias de 18 mujeres que cuentan sus abortos. Algunas son feministas de larga data, como Dora Barrancos, directora del Conicet en Ciencias Sociales y Humanas, que cuenta por primera vez un aborto que la dejó al borde de la muerte. Otras, son mujeres anónimas que decidieron contar sus experiencias por primera vez en público. Es su modo de unirse y poner el cuerpo para exigir que la legalización y despenalización del aborto se convierta en ley.

Nancy Pazos (Periodista)
«Aborté dos veces en 8 meses: estoy feliz con las decisiones que tomé»#PARATI-NANCY-PAZOS

Hacía tres años que Nancy estaba de novia cuando quedó embarazada por primera vez. Tenía 18 años y su mamá la había echado de casa, por eso vivía sola en una habitación alquilada. «Nos estábamos yendo de viaje. En San Luis conocimos a una pareja y le conté a ella lo que me estaba pasando, yo seguía sin saber qué hacer. Pero la chica trabajaba en un juzgado de menores y me empezó a bajar línea para que tuviera al bebé y lo entregara. La idea de gestar y entregarlo me pareció más dura que la de abortar».

Nancy (50) abortó en una casona, en Flores. «Era un horror. Había como diez chicas recostadas, ni siquiera eran camas. Algunas estaban saliendo de la anestesia, solas. Otras lloraban. Todo era muy precario, poco aséptico. Lo recuerdo como una tienda de campaña, como un hospital de guerra. Creo que salí viva de ahí de casualidad», cuenta a Infobae. Ocho meses después y por un desarreglo hormonal, Nancy volvió a quedar embarazada. Pidió plata prestada y pagó cuatro veces más que la primera vez: se lo hizo un médico frente a la Facultad de Medicina.

«Después vino la maternidad deseada»: a los 34 tuvo a su primer hijo, a los 36 al segundo y el último a los 43. «Cuando tuve mis hijos fui tan feliz…no hay nada más saludable que la maternidad bien querida y deseada. Yo estoy feliz con la decisión que tomé. De no haberlo hecho, no habría podido estudiar ni ser la mujer feliz que soy hoy».

Romina Chiesa (Conservadora de Patrimonio Cultural)
«Mi primer aborto fue con miedo, el segundo fue placentero, el tercero fue un trámite»IVE Gisele (1)

Romina (42) tenía dos hijos cuando se enteró de que estaba embarazada otra vez. Había sido madre a los 23 años y la noticia llegó justo cuando había logrado empezar a desarrollar su profesión como conservadora de patrimonio cultural en la ex Esma.

«Estaba con mi compañero de toda la vida, casados, familia tipo. Igual me quise morir», cuenta. «No quería saber nada. De hecho, nunca lo sentí como un hijo». El aborto fue quirúrgico, en una casa de Ciudadela. «Pedí un préstamo y pagué porque pensaba que si me hacía un aborto ‘casero’ me iba a desangrar. Como no tenía información, tuve mucho miedo de morirme».

Dos años después, y cuando ya había decidido que no quería tener más hijos, volvió a quedar embarazada. Esta vez, una médica le explicó cómo hacerlo en su casa, con Misoprostol. «Fue placentero. Yo sé que es fuerte decirlo así pero poder resolver un embarazo no deseado acompañada por una amiga y por mi pareja, sabiendo lo que le iba a pasar a mi cuerpo y sin la desesperación de cómo juntar la plata, fue placentero».

Un descuido -un coitus interruptus con su pareja- desembocó en un tercer aborto. «Ya era militante, había ayudado a otras mujeres y tenía información. Me hice la ecografía, compré las pastillas y lo hice en mi casa. Puede sonar frío, pero casi no le registré, fue un trámite. Poder abortar sin la oscuridad, el tabú y la angustia, fue liberador».

Ana Correa (Comunicadora)
«El bebé no iba a sobrevivir, igual me sometieron a una tortura»
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Fue en 2007, Ana estaba casada y tenía un hijo de 2 años. Era un embarazo deseado pero un estudio genético derrumbó la ilusión. El feto tenía Síndrome de Edwards: o no iba a terminar de desarrollarse durante el embarazo o iba a morir poco después de nacer. Ana (50) tenía, además, un fibroma de 12 centímetros, por lo que también corría riesgo su salud.

«Decidí abortar para no prolongar ni el sufrimiento fetal ni el mío, pero me encontré con que en ningún lado podían hacerlo por la vía legal». Un médico le recomendó seguir con el embarazo «para poder tenerlo al menos unos minutos con vida». Otro fue todavía más cruel: le dijo que era una nena -algo que ella había elegido no saber- y que tenía hidrocefalia y problemas cardíacos. Le advirtió, además, que Ana podía morir desangrada y «dejar a su hijo huérfano», salvo que hiciera un tratamiento con él, en dólares.

El feto, finalmente, dejó de tener actividad cardíaca y Ana tuvo que hacerse un aborto con Misoprostol en su baño, en el desconsuelo y la soledad. «Mi obstetra me dijo que fuera a la guardia cuando empezara la hemorragia pero que no me descuidara: tenía un fibroma y podía desangrarme». En ese estado, le hicieron el raspado quirúrgico.

Después vinieron los ataques de pánico: «Me diagnosticaron síndrome de estrés post traumático, no por el aborto sino por todas las formas de tortura que viví». Desde esa experiencia, Ana lucha para que nadie tenga que pasar por algo así.

Lucía Capra (Capacitadora en temas de género)
«Mi hija lo sabe: si hubiese tenido información, habría abortado»
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Lucía fue madre a los 16 años. «Obviamente fue un embarazo no deseado pero en ese momento nadie pudo darme información para decidir: asociaba el aborto a la muerte, o a que te pasen cosas horribles». Su mamá había abortado tres veces y en malas condiciones: la primera, a los 14 años, cuando todavía era una niña.

Hace poco más de un año, cuando Lucía (28) ya era militante por los derechos de las mujeres, volvió a quedar embarazada. Tenía 27 años, trabajo, pareja estable, casa propia y había ido a la universidad, pero en su proyecto de vida ya no cabía la posibilidad de volver a ser madre. Abortó con pastillas, en su casa.

«Sentí alivio, no iba a transitar otro embarazo no deseado. No lo viví como un trauma, fue un aborto gozoso, en el sentido de que estuve acompañada, tuve información, no tuve que volverme loca por la plata y lo resolví rápidamente. Para mí fue una decisión política: nos educan hacia la sumisión, a hacer lo que quieren los demás. Mi pareja quería ser padre pero yo pude poner en primer lugar lo que yo necesitaba».

Lucía pudo hablar del tema con su hija. «El feminismo me ayudó a inteperlarme y a dejar la culpa de lado. Se lo dije claramente: ‘Si yo hubiese tenido las herramientas que tengo ahora, a los 16 años hubiese abortado’. Eso no significa que no te quiera. Yo te amo, pero nunca quise ese embarazo, nunca lo deseé».

Soledad Vallejos (periodista)
«No podía condenar a un bebe a tener un padre abandónico»
Sole Vallejos aborto

Hacía poco que se había separado y estaba en una relación informal. De un día para el otro, Soledad (43) empezó a sentirse mal: «Estaba incómoda, me sentía deprimida, no tenía voluntad, todo me parecía horroroso. El cuerpo me indicó que había algo que estaba mal: el cuerpo y la voluntad brotaron como una sola cosa».

Ya había pedido turno con un psiquiatra cuando supo que estaba embarazada. «Apenas dio positivo dije: ‘De ninguna manera’. Yo no estaba en un buen momento personal y del otro lado había alguien que no estaba en condiciones de ser padre, ni amorosamente. No podía condenar a una criatura a un padre abandónico. Para mi, es una cuestión de responsabilidad: no voy a tener un hijo si no puedo garantizarle que va a haber dos personas que van a preocuparse por su vida».

Fue a abortar a un consultorio «lúgubre y descascarado» de Santa Fe y Pueyrredón, hace 10 años. «El médico tenía una foto de la familia, una del Che Guevara y un título colgado de cirujano plástico. Me acuerdo que estaba acostada, mirando el techo y pensaba: ‘Si esto sale mal, ¿a quién le reclamo? Eso es la clandestinidad para mí». Todavía no se le había ido la anestesia cuando la secretaria agregó presión: «Si alguien te pregunta de dónde venís, de acá no saliste».

¿Hubo culpa o arrepentimiento? «No. Así como me sentí pésimo antes de saber qué me estaba pasando, me sentí eufórica y feliz después».

Diana Galarza (capacitadora en temas de género)
«Mi primer aborto fue con una sonda: todavía recuerdo la desesperación»
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«Tenía 16 años cuando me di cuenta de que estaba embarazada, iba a la secundaria. No sabía qué hacer, tenía mucho miedo de que se enterara mi familia. Lo que más recuerdo es la desesperación, porque tardé como un mes en poder resolverlo», arranca Diana (37).

«Al final, me hice el aborto en la casa de una señora del barrio. Tuve que llevar la sonda para que me la metiera, fue horrible». No era miedo a morir en esa cama ajena. Era miedo a que el aborto no se produjera y se viera obligada a seguir con el embarazo.

Tres años después, y en pareja con el mismo joven con el que había atravesado esa situación, decidieron tener a su primera hija, que hoy tiene 18. Después, en plena crisis de 2001, volvió a quedar embarazada y nació su segundo hijo. Diana siguió tomando pastillas anticonceptivas «pero ya me hacían muy mal». La responsabilidad del cuidado había quedado sólo de su lado de la cancha. Volvió a quedar embarazada.

«Decidí abortar pero como ya tenía información, fue distinto. Fue un aborto tranquilo», con Misoprostol. Siguió un tercer aborto, de la misma manera. «Nunca tuve culpa ni arrepentimiento, ni en los embarazos que decidí continuar ni en los que decidí interrumpir. Tal vez si ahora quedara embarazada lo tendría. No es que una quiere ser madre o no quiere: cuando aborté fue porque, en esos momentos y por razones distintas, no quise seguir con los embarazos».

 Maisa Bohé (profesora de canto y yoga)
«Estaba en el escenario, frente al público, y me empecé a desangrar»
Maisa Aborto

Maisa (37) había estado seis años en pareja con una mujer. Se había separado y comenzado una «relación apasionadísima» con un hombre. La noticia del embarazo no fue una buena noticia y Maisa buscó cómo abortar. Pero los caminos de la clandestinidad la dejaron arrinconada.

«El médico me dijo: ‘Yo no hago eso, pero te voy a ayudar’. No era cierto: durante un mes me bicicleteó con estudios y análisis mientras trataba de convencerme. En dos ecografías me dejó en una sala llena de mujeres embarazadas y felices».

Maisa estaba perdiendo tiempo y ya conocía lo que llama «la hipocresía médica» porque, en su primer aborto, a los 19, el mismo médico que la retó por no haberle dicho «al otro» lo que iba a hacer, le hizo el raspado en una clínica privada con un bono de IOMA. Estaba enojada también por otro detalle: el hombre de la relación apasionada la había dejado: «A mí todo esto me supera», le dijo.

Se lo hizo sola, en su casa, con pastillas de Misoprostol. «Un mes después, yendo a hacer un show, se desencadenó una hemorragia. Estaba en el escenario, con un pantalón amarillo, cuando me empecé a desangrar. Un amigo que estaba en el público llamó a la ambulancia y me bajó de ahí». Maisa perdió dos litros de sangre y terminó internada en el Pirovano, donde le hicieron el raspado. «Debo haber creído que podía morirme porque sé que le pregunté a la médica: ¿Si vuelvo a La Plata, me muero en el camino?».

Muriel Santa Ana (actriz)
«Nosotras nos poníamos el diafragma y ellos se tranquilizaban»
muriel santa ana

«Quedé embarazada a los 23 años. Usaba un diafragma como método anticonceptivo, igual que mis amigas. Nosotras nos poníamos el diafragma y ellos se tranquilizaban. Nosotras también», cuenta la actriz Muriel Santa Ana (50). Como no deseaba «ser madre forzadamente» fue a hacerse un aborto al consultorio privado del jefe de obstetricia de un importante hospital público, en Recoleta.

«Me prepararon en una habitación más parecida a un pasillo que al mismo tiempo contenía otra puerta que, luego supe, comunicaba con el quirófano. El quirófano era la cocina, muy amplia. El médico era muy amoroso, me dijo ‘esto va a ser muy rápido, quedate tranquila’. Después, me dormí. Aparecí tendida en otra camilla en el mismo pasillo estrecho del inicio. El médico me dio un beso y me dijo ‘ya pasó’.

Muriel no sólo lo contó en enero en un tuit. Le puso el cuerpo y fue una de las expositoras en Diputados. En aquel entonces, dijo: «Muchas religiones promocionan una vida después de la muerte. También parecen tener muy claro qué vida existe antes de la vida. Yo me pregunto ¿qué vida hay durante la vida? ¿Qué mundo reproducimos con nuestros actos? ¿un mundo de igualdad? ¿igualdad como punto de partida o como una promesa a plazo fijo? Acá, no se trata de debatir sobre los límites de la vida y de la muerte. Porque, si así fuera, les pregunto, ¿qué es para ustedes una mujer muerta?».

Dora Barrancos (Directora del Conicet en Ciencias Sociales y Humanas)
«Fue una carnicería: en el segundo aborto casi me muero»
#ENTREVISTA - Dora Barrancos: historiadora y socióloga feminista

Cuando Dora Barrancos se enteró de que estaba embarazada tenía 36 años, dos hijas de un primer matrimonio y una beba de ocho meses del segundo. Era 1976, «la situación del país ya era asfixiante, aterradora», una prima había desaparecido y ella y su marido estaban planificando irse del país.

«Era imposible continuar con un embarazo en esas circunstancias», dice a Infobae Barrancos (77), una de las voces más importantes del feminismo. Se hizo el aborto y en 1977 se exiliaron a Brasil, donde vivieron 8 años. «Al año siguiente tuve que hacerme otro, la diferencia fue que en ese casi me muero». Barrancos y quien sigue siendo su marido vivían en Belo Horizonte, donde nadie podía garantizar un práctica segura.

«Era la clínica del Dr. Cureta. Mi marido, que es médico, se agarró la cabeza cuando vio el lugar. La intervención fue una carnicería, todo de una enorme precariedad. Me hicieron el aborto sin anestesia y estuvo tan mal hecho que, un mes después, me agarró una hemorragia terrible. Fue brutal: pasé de creer que me había vuelto la menstruación a pensar, en menos de una hora, que me iba a morir. Mi marido me llevó disparando al hospital, enseguida se dio cuenta de la gravedad. Además, su primer caso en Brasil había sido el de una mujer que se desangró tras un aborto y murió frente a todos. No sé qué hubiese pasado si él no hubiera estado al lado mío».

Daiana Anadón (empleada)
«Me dejaron en neonatología, rodeada de bebés: esa fue la forma de castigarme»
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Daiana (28) estaba en pareja y tenía cierta estabilidad económica cuando supo que estaba embarazada. «El sentimiento fue de depresión total, no quería ser madre en ese momento».Daiana planificó un aborto con pastillas en su casa pero la fiebre y los dolores que sintió durante el proceso la hicieron asustar.

El médico a domicilio la encontró débil, en cama, acababa de expulsar mucha sangre. «Lo primero que me dijo fue: ‘Decime de verdad qué es lo que hiciste porque vos sabés que esto no es legal. Yo puedo llamar ahora mismo a la comisaría. Estás en un problema, yo no te voy a atender». Daiana se enojó, lo echó y fue en remis a la clínica de su obra social. La situación no fue mejor.

«Sin haberme hecho un sólo estudio, la ginecóloga me dijo que me iban a hacer una intervención quirúrgica (un raspado). Después me dejaron toda la noche en una camilla en el pasillo de neonatología. Esa fue su forma de castigo: la perversión de ubicarme cerca de bebés durante horas».

Daiana tenía información pero no se pudo defender: «Estás en una situación de mucha vulnerabilidad. Sabés que si hablás te puede traer más problemas y no tenés en claro en qué situación de emergencia estás. En mi caso, el miedo a la muerte siempre estuvo presente». En 2017, un año después del episodio traumático, volvió a abortar. «Esta vez, con más información, lo viví de otra manera. Ya no tuve miedo a la muerte».

María Eugenia Estenssoro (ex Senadora Nacional)
«Fue más duro decidir ser madre soltera que decidir abortar»
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Fue en 1979, María Eugenia Estenssoro tenía 21 años. Recién había vuelto de Estados Unidos cuando supo del embarazo. Allá había quedado la relación de pareja que había decidido terminar y ella estaba a punto de comenzar su vida profesional. «No se me ocurrió que podía tener un hijo en ese momento: el padre no iba a estar y yo no estaba lista para ser madre».

Su hermana le prestó 500 dólares y dos amigas la acompañaron en colectivo a hacerse el aborto a una casona de Olivos. «No fue una situación traumática. Hubiera sido traumático tener un hijo cuando no sabía qué quería hacer de mi vida, no tenía trabajo y tenía muchos más anhelos que realizaciones».

A los 29 años, Estenssoro se casó, tuvo a sus dos primeros hijos y vivió la maternidad «como una transformación profunda y maravillosa». Después se separó y quedó embarazada de una relación que recién empezaba. «El fue franco, dijo que no quería tener hijos. Yo evalué las dos opciones: abortar o seguir, de hecho fui a consultar. Mi dilema era en qué condiciones iba a traer a una hija al mundo sin padre, cómo iba a acompañarla para que pudiera atravesar ese dolor y ser una niña feliz». Decidió que ahora sí estaba en condiciones de hacerlo.

«Tomar la decisión de ser madre soltera fue mucho más duro que tomar la decisión de abortar. Me parecen temas tan íntimos que me sorprende que tanta gente crea que tiene derecho a meterse».

Nelly Minyersky (Abogada)
«Si necesité un psicólogo cuando me hice un aborto, más lo necesité cuando tuve un hijo»
Nelly Minyersky Debate Aborto Congreso AE 1920

Nelly Minyersky (89), abogada y una de las autoras del proyecto de ley sobre interrupción voluntaria del embarazo, nació en 1929. Se casó a los 18 años, cuando «no sabía cómo era un hombre». Quedó embarazada enseguida, cuando todavía no se sentía madura para ser madre. Una palabra describe su aborto, en 1947: fue «desesperante», cuenta a Infobae.

«Fue muy traumático desde lo médico, porque fue sin anestesia y sin la menor calidez por parte de los operadores de salud». Dos años después, tuvo a su primer hijo. Como nació con problemas de salud, ella decidió abandonar sus estudios de Ingeniería para cuidarlo. «A veces lo digo en broma, pero si necesité un psicólogo cuando me hice un aborto, lo necesité mucho más cuando tuve un hijo. Un hijo te cambia la vida. No se le puede imponer a una mujer», dijo durante su exposición en el Senado.

A los 27 años y ya con dos hijos, empezó a estudiar Derecho. Llegó tan alto que tuvo injerencia, por ejemplo, en la redacción del nuevo Código Civil. «El aborto es algo que empieza y termina. Ser madre no, es una responsabilidad muy grande y de por vida. Mi caso derriba mitos, porque hay quienes sostienen que las mujeres usamos el aborto como método anticonceptivo. Es decir, la que aborta una vez, aborta siempre. Es absurdo que a una adolescente, como era yo, no se le permita abortar pero sí se le exija que asuma la responsabilidad de ser madre».

Marina Glezer (Actriz)
Era pequeña para semejante sensación de muerte»
Marina Glezer_1

«Yo era pequeña cuando tomé la decisión de abortar. Pequeña para semejante sensación de muerte», escribió la actriz Marina Glezer (37) en una carta que se volvió viral. Hubo dos consecuencias opuestas: por un lado, recibió en sus redes sociales cientos de mensajes de mujeres que habían pasado por lo mismo; por otro, un llamado anónimo: «Mataste a tus bebés, ahora vamos a matar a tus hijos».

Marina se puso de novia con el actor Germán Palacios cuando ella tenía 18 años y él 36. A los cuatro meses, quedó embarazada: «No nos cuidamos porque estaba indispuesta, yo no sabía que eso era un mito». En 1999 abortó en un consultorio de un médico renombrado, en Barrio Norte. «Nadie que se embarace por accidente puede ser mamá por obligación», dice a Infobae.

«El aborto clandestino te hace sentir una delincuente. Fue horrible tener que hacerlo en ese marco, con todo ese juicio moral sobre nosotras y nuestros cuerpos, como si estuviésemos asesinando. Abortar no es matar, es morir», agrega. Se refiere a las mujeres que no pueden pagar un aborto seguro y arriesgan sus vidas, porque «igual abortan».

Siete año después, la pareja tuvo a su primer hijo. Diez años después, al segundo. «No estoy arrepentida de haberme dado el derecho de planificar la familia que tengo. No me puedo imaginar lo que debe ser tener un hijo sin haberlo deseado».

Loreley Unamuno (directora de cine)
«Que un tipo me acorrale y me manosee fue más traumático que abortar»
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La primera vez que Loreley (38) quedó embarazada tenía 18 años y fue producto de la relación con un joven que veía ocasionalmente: «Acababa de terminar la secundaria y no se me cruzaba la posibilidad de ser madre».

«La idea del aborto me provocaba mucha angustia y miedo. A eso se sumaba la confusión que me generaba el hecho de estar embarazada sin desearlo», cuenta y dice que fue su mamá, que había sido madre adolescente, quien le habló de la posibilidad de interrumpir el embarazo.

Le hicieron un aborto quirúrgico con anestesia general en un consultorio médico en Barrio Norte, donde no le explicaron demasiado y la echaron ni bien se despertó. «Fui bastante infantilizada en el proceso y fue un trato frío, ‘cuanto menos preguntes, mejor'».

Cuatro años después -en pareja y conviviendo- fallaron los métodos anticonceptivos, volvió a quedar embarazada y abortó con un médico que sí la hizo sentir contenida. «La decisión fue más rápida pero dolorosa porque fantaseábamos con formar una familia. Pero era el año 2001 y no lo deseábamos. Así la maternidad se puede convertir en un castigo».

«Lo volvería a hacer, no me arrepiento de la decisión. Me parece que si estás en buenas condiciones, acompañada e informada no es traumático», dice Loreley, que hoy es madre de dos. «Que un tipo en la calle me acorrale contra una pared y me manosee fue más traumático que abortar».

Melina Rojas (secretaria)
«Costó 15 veces más que mi sueldo: hicimos una colecta para pagarlo»
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Melina tenía 22 años y quien era su novio, 20. Llevaban ocho meses de relación cuando se enteraron del embarazo. Hubo un breve período de dudas pero ella llegó a la conclusión de que las condiciones no estaban dadas: si seguía con el embarazo no sólo iba a tener que dejar de estudiar, también iba a tener que iniciar una convivencia en la casa de los padres de él. «Nada de eso era mi idea de familia».

Con ayuda de los padres de una amiga intentó hacerse un aborto con pastillas de Misoprostol. «Esperé pero nunca tuve el sangrado. Era 2005, estaba muy desinformada y sentir que tenía que esperar a desangrarme fue muy angustiante». Una compañera de trabajo notó su preocupación: «Me largué a llorar, se metió a una oficina e hizo un llamado. Salió, me dio un número y me dijo: ‘Llamalo, pero no digas la palabra aborto por teléfono, decí que necesitás resolver un problema’.

Melina (34) llegó a un consultorio privado en Once: ocho mujeres con panzas enormes esperaban sonrientes a ser atendidas. «Mi sueldo era de 280 pesos y el aborto costaba 4.000. Esa misma noche empezamos a hacer una colecta. Recién cuando junté la plata estuve tranquila. Mi desesperación era: ‘Ya probé con pastillas y no funcionó. Si no llego con la plata, lo voy a tener que tener. Esta es una de las razones por las que creo que el aborto tiene que ser legal: a muchos médicos se les acabaría el negocio».

Florencia Dupont (estudiante de Sociología)
«Estaba desnuda frente a ese tipo: no sabía ni si era médico»
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Florencia (28) tenía 15 años, todavía iba al colegio. Hacía un año que estaba de novia y quedó embarazada por un mito extendido: creer que no hay riesgo al tener relaciones sexuales durante la menstruación. Era el año 2004 y vivía con su abuela y su papá porque su mamá, por la crisis, se había ido a trabajar a España.

Cuando el test dio positivo supo que no quería ser madre, menos en las condiciones económicas en las que estaba su familia. «Mi viejo me bancó, sacó guita de donde no tenía para ayudarme». Junto a su papá, su novio y la madre de él, fue a una casa en Caseros sin saber qué le iban a hacer: «El precio era accesible porque era un aborto clandestino y en muy malas condiciones».

Aunque no tiene muy presente el recuerdo, sabe que el hombre que la atendió ni siquiera la saludó, le puso una sonda y la hizo volver al día siguiente. Ella lloró durante todo el procedimiento. «Me quedó el recuerdo de estar en una camilla, desnuda, frente a ese tipo. No sabía ni si era médico. Estaba incómoda y angustiada pero muy segura de que no quería tenerlo».

Ahora Florencia trabaja en una consejería acompañando a mujeres antes y después de la interrupción de un embarazo: «Con Misoprostol, hay chicas que abortan comiendo chocolate y mirando una película. ¿Sabés lo que hubiera dado por una red de mujeres que me contuviera? Me faltó eso y la presencia del Estado».

Laura Cicone (empleada)
«Tuve que decirle a mi compañero: ‘Qué pena que no puedo cumplir algo que vos querías'»
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En la primera experiencia sexual de Laura, a sus 23 años y con un chico con quien no tenía una relación estable, el preservativo se rompió y quedó embarazada. Era el año 2000 y consiguió a través de una amiga el dato de un médico que hacía abortos en José C. Paz, en un consultorio precario pegado a las vías del tren.

«Cuando me hice el test me puse a llorar porque pensaba en lo complejo que iba a ser explicarle a la persona con la que estaba que no quería continuar con eso», cuenta ella (42).

El día que fue a que le hicieran un legrado la acompañaron su hermana, una amiga y el chico con el que salía, que no quería que abortara porque consideraba que él podía acompañarla. «Yo le decía que aunque él pudiera hacerlo se trataba de tener ganas de tener un hijo y yo no quería».

«Después, un poco por el efecto de la anestesia y por todo lo que me estaba pasando, lloré bastante», recuerda. «Lloraba porque empaticé mucho con la angustia de mi compañero, pero no fue para nada traumático. Pienso todo el tiempo si es que hay algo de negación y no encuentro nada. Es una decisión tomada con mucho fundamento y mucha necesidad, sobre mi propio cuerpo y mi vida, pero me angustiaba tener que decirle a mi compañero ‘qué pena que no puedo cumplir algo que vos querías'».

Veinte años después, Laura está casada y está buscando un hijo, pero no siente ningún arrepentimiento de la decisión que tomó: «La volvería a tomar, yo no quería ser madre en ese momento».

Sol Mayo (jefa de finanzas)
«Mi mamá es educadora sexual y yo quedé embarazada a los 15 años»
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«Lo que falta es educación sexual y acceso a los anticonceptivos», repiten muchos. Sol Mayo (40) hace una mueca cuando escucha la frase. Su mamá es educadora sexual y «en casa, metías la mano en un bolsillo y caían los preservativos». Así y todo, Sol quedó embarazada a los 15 años: era el primer chico con el que tenía relaciones sexuales.

«La educación sexual no es infalible», dice. Era el año 1993 y Sol fue con su mamá hasta un consultorio ginecológico en Once. «Recién empezaban a hacerse abortos con pastillas. Volvimos y, cuando empecé con los dolores y el sangrado, mi mamá me llevó a lo de mis tías para no tener que darle explicaciones a mi abuela. La criminalización del tema hizo que, hasta en una familia donde se podía hablar, mejor fue esconder».

Esa misma noche, Sol salió a bailar. «Yo tuve la suerte de contar con mi mamá, con mi familia y con información. Por el soporte que tuve, nunca lo viví de manera traumática ni me sentí una criminal». La relación que tenía se disolvió: dice que no podía seguir con alguien que la acusaba de haber matado a su hijo. Después, se casó y estuvo 20 años en pareja. Quisieron tener hijos pero a Sol le detectaron trombofilia y perdió varios embarazos.

No haber tenido hijos cuando quiso, sin embargo, no puso en duda la decisión de haber abortado antes: «Nunca me arrepentí, yo tenía una decisión tomada».

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