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Ingvar KampradVivió y murió como un modesto jubilado y era uno de los hombres más ricos del mundo

Ingvar Kamprad fue el fundador de IKEA. Convirtió un pequeño negocio de venta por correo en un imperio global de muebles. Llegando al 2020 manejaba un Volvo de 1993, hacía las compras en los mercados callejeros y donaba millones de dólares.

¿Qué produce el dinero? Para los que lo reciben de inmediato, sus gustos cambian y ya no son los mismos de antes. Para los multimillonarios que suman y suman dinero la vida es siempre igual: vivir en increíbles mansiones, conducir autos fabulosos, viajar en aviones y yates privados, y no privarse de nada.

Nada de esto le sucedió a Ingvar Kamprad, el fundador de IKEA, el hombre que convirtió un pequeño negocio de venta por correo en un imperio global de muebles y que en el momento de su muerte, en 2018, a los 91 años, era el cuarto hombre más rico del mundo.

Su ética de trabajo, frugalidad y estilo humilde siguen formando parte esencial de la identidad corporativa de la firma en la actualidad. Pero sus errores, incluido un acercamiento juvenil al nazismo, nunca afectaron a IKEA, una de las marcas más reconocibles del mundo.

 

Kamprad formó el nombre de la empresa a partir de sus iniciales y las primeras letras de la granja familiar, Elmtaryd, y la parroquia donde se encuentra, Agunnaryd. El lugar está en el corazón de Smaland, una provincia boscosa cuyos habitantes tienen fama de ingenio y habilidad en Suecia. Kamprad poseía ambas cosas.

Aunque hacia el final de su vida, su nombre aparecía con frecuencia en las listas de hombres más ricos del mundo, él nunca asumió las maneras de un magnate. Vestía de forma sencilla: «No llevo nada puesto que no haya sido comprado en un mercadillo», revelaba al canal sueco TV4.

En un libro de 1998 que coescribió sobre la historia de IKEA, habló de su costumbre de visitar los mercados callejeros de verduras justo antes de que cerraran al final del día, confiando en conseguir precios mejores por los productos. Compraba lácteos a punto de caducar porque eran más baratos, se hospedaba en hoteles sencillos, volaba siempre en clase turista, se movía en transporte público o en su Volvo 240 de 1993 (lo hizo hasta su muerte), llevaba a los restaurantes sus propios sobres de sal, pimienta y azúcar y solía aprovechar sus viajes a países en vías de desarrollo para cortarse el pelo más barato.

Nacido el 30 de marzo de 1926, Kamprad fue un emprendedor precoz que a los 5 años vendía cajas de fósforos a los vecinos desde su bicicleta. Descubrió que podía comprarlas muy baratas al por mayor en Estocolmo y venderlas a un precio bajo sin perder un buen beneficio.

Ese hombre que jamás leyó libros sobre negocios ni asistió a la universidad, contó: «Desde muy temprano comencé en los negocios. Mi tía me ayudó a comprar mis primeras 100 cajas de fósforos. Las compré en Estocolmo, en un almacén donde las encontraba más económicas. Entonces vendí las primeras cajas al doble o triple del precio que las compré, y algunas cinco veces más. Todavía recuerdo la agradable sensación al recibir mi primera ganancia». 

De los fósforos pasó a la venta de pescado, decoraciones navideñas, semillas y, más tarde, lápices y bolígrafos.

Pronto dejó las ventas puerta a puerta y empezó a anunciarse en diarios locales y gestionando un catálogo improvisado de venta por correo. Distribuía sus productos aprovechando la camioneta lechera local, que las llevaba hasta la estación de tren cercana.

En 1943, cuando tenía 17 años, su padre le dio algo de dinero por sacar buenas notas, a pesar de su dislexia, y lo utilizó para fundar Ikea. Comenzó con pequeños artículos domésticos y un lustro después empezó a vender muebles.

Lo que más se vendía eran lapiceras (plumas). Eran toda una novedad en Suecia. Entonces ordenó 500 plumas desde París, pidiendo un préstamo de 500 coronas suecas en un banco del distrito. De acuerdo a Kamprad, «ese fue el primer y último préstamo que pediría en mi vida». Para atraer a los clientes a la presentación de la tienda, el astuto Kamprad prometió una taza de café y un pastel a todos los que asistieran. La gran sorpresa fue que esa sencilla estrategia convocó a mil personas.

En 1956, introdujo en el proceso de compra de muebles el «flatpacking», un método innovador que hoy es muy común y que consiste en que el cliente pueda montarlos en su casa reduciendo los costos (REUTERS).

En 1950 introdujo por primera vez los muebles en su catálogo. Eran obra de fabricantes locales en la zona boscosa cerca de su casa. Ante el éxito que tuvieron, pronto decidió retirar todos los demás productos y centrarse en muebles asequibles.

En 1956, introdujo en el proceso de compra de muebles el «flatpacking», un método innovador que hoy es muy común y que consiste en que el cliente pueda montarlos en su casa reduciendo los costos.

Desde entonces, el concepto IKEA (mantener los precios bajos dejando que los consumidores monten sus propios muebles) ofrece objetos para la casa a precios bajos y ha llegado a tiendas de todo el mundo.

De allí nació su célebre frase: «Es mejor vender 600 sillas a un precio más bajo, que 60 sillas a un precio alto».

n 1994, el diario sueco Expressen publicó que Kamprad había tenido contactos con el líder fascista sueco Per Engdahl en las década de 1940 y 1950. Kamprad admitió que había albergado simpatías por el líder ultraderechista, señalando que se trataba de «una parte de mi vida que lamento con amargura» (AFP).

IKEA era el favorito de la gente y la competencia se levantó en armas. La Federación Sueca de Madera decidió boicotear a Kamprad al no venderle la materia prima. ¿Qué hizo el hombre? Comenzó a comprar la madera y los componentes de muebles en Polonia, a un precio más barato. Hoy en día IKEA es responsable del 1% del consumo mundial de madera de productos comerciales.

 

Su férreo estilo de vida y en los negocios tenía un origen. Su abuelo poseía una compañía que mantenía a buena parte de la familia. Pero en un momento de crisis, la empresa estaba al borde la quiebra y el abuelo no podía pagar la hipoteca. El hombre se suicidó. Cuestiones de honor que hoy no existen. Y Kamprad entendió el código.

En 1994, el diario sueco Expressen publicó que Kamprad había tenido contactos con el líder fascista sueco Per Engdahl en las década de 1940 y 1950. En una carta a los empleados de IKEA, Kamprad admitió que había albergado simpatías por el líder ultraderechista, señalando que se trataba de «una parte de mi vida que lamento con amargura».

En el libro de 1998 dio más detalles sobre sus «ideas erróneas», señalando que de niño se había visto influenciado por el firme apoyo a Hitler de su abuela alemana. Sus abuelos paternos emigraron a Suecia en la década de 1890.

 

«Ahora he contado todo lo que puedo», dijo entonces en una ceremonia para presentar el libro en una tienda IKEA, en un suburbio de Estocolmo. «¿Puede uno ser perdonado alguna vez por tanta estupidez?».

El libro también contenía detalles sobre sus problemas con el alcohol y sus éxitos y fracasos en los negocios.

Su empresa nació con los colores rojo y blanco, pero luego IKEA rindió homenaje a su origen sueco: las tiendas de la compañía están pintadas de azul y amarillo como la bandera sueca, y sirven albóndigas y otros platos tradicionales suecos en sus restaurantes. Pero la relación de Kamprad con su patria fue complicada en ocasiones.

Su empresa nació con los colores rojo y blanco, pero luego IKEA rindió homenaje a su origen sueco: las tiendas de la compañía están pintadas de azul y amarillo como la bandera sueca, y sirven albóndigas y otros platos tradicionales suecos en sus restaurantes (Bloomberg).

A finales de la década de 1970 se mudó de Suecia para evitar pagar los impuestos, que en ese momento eran los más altos del mundo. Solo regresó a su país tras la muerte de su esposa, Margaretha, en 2011.

Los registros estatales indicaban que Kamprad donaba por año más de 20 millones de dólares a obras benéficas. Su fundación Stichting INGKA es la segunda institución de caridad más rica del mundo detrás de la Fundación Bill y Melinda Gates.

Era uno de los hombres más ricos del mundo pero vivía de otra manera. Y lo expresaba: «No es solo por razones de costo que evitamos los hoteles de lujo. No necesitamos coches llamativos, títulos impresionantes, uniformes u otros símbolos de estatus. Confiamos en nuestra fuerza y nuestra voluntad» (EFE).

Cuando murió, el 27 de enero de 2018, su fortuna estaba valorada en U$S 46 mil millones, ubicándolo en el puesto 14 entre los hombres más ricos del mundo, según Forbes. Todo gracias a IKEA, que tiene 450 tiendas en 60 países y emplea a 170.000 trabajadores en todo el mundo.

Era uno de los hombres más ricos del mundo pero vivía de otra manera. Y lo expresaba: «No es solo por razones de costo que evitamos los hoteles de lujo. No necesitamos coches llamativos, títulos impresionantes, uniformes u otros símbolos de estatus. Confiamos en nuestra fuerza y nuestra voluntad».

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