Cultura

MadridVargas Llosa, en un alegato contra la estupidez política

 El arrepentimiento es cuestión, sobre todo, de honestidad intelectual. Con esa tónica, Mario Vargas Llosa presentó ayer su autobiografía intelectual, en la que reniega de su entusiasmo juvenil por la izquierda, detalla hasta qué extremos llegó su desencanto y propone una defensa del liberalismo. Un recorrido vital e intelectual a través de un mapa de las lecturas que fueron importantes en su evolución ideológica, de la que da cuenta a partir de breves ensayos sobre los autores que iluminaron su periplo intelectual.

La llamada de la tribu (Alfaguara) es el libro que llega 25 años después de El pez en el agua, las memorias a las que trasciende con este en lo ideológico. El título, cuenta, es una advertencia contra el «efecto aplanador» del que se valen las utopías para uniformar las sociedades.

A los 81 años, dinámico y conversador, Vargas Llosa se enardece cuando habla y descalifica esa uniformidad de pensamiento frustrante e incapaz. Lo hace, posiblemente, con la misma energía con que esa fuerza lo atrajo en sus años de juventud, hasta que el «desmoronamiento moral» de la izquierda terminó por apartarlo.

Por eso honra en este volumen a quienes lo ayudaron a salir del error. Un reconocimiento que no es único. Comentará en la charla el derrotero similar que tuvo Octavio Paz y la enemistad de muchos que se ganó cuando despotricó contra el sempiterno poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Así, por La llamada de la tribu pasan el escocés Adam Smith; el español José Ortega y Gasset; los austríacos Friedrich von Hayek y Karl Popper, junto con el historiador lituano Isaiah Berlín y los filósofos y polemistas franceses Raymond Aron y Jean François Revel.

Los siete, y cada uno a su manera, fueron, según el premio Nobel, los «nombres fundamentales en los años de su mayor desazón política e intelectual».

La amarga cadena de constataciones que terminó por minar su ensoñación con la izquierda y lo empujó hacia el liberalismo, sin el que es imposible -dice- concebir la democracia y la libertad de conciencia y de elección que entraña.

Habla de esos autores con agradecimiento. Como de compañeros de viaje de mucho más que un libro. «En el conjunto, queda bien clara la idea del libro y el porqué del título», explicó, en una larga conversación con periodistas, entre ellos, LA NACION, en la Casa de América.

Lo que quiere dejar en claro es que el liberalismo «está visceralmente unido a la democracia. Representa su forma más extrema y radical; la que ha traído las mayores reformas».

Pone un pie en las críticas hacia esa corriente desde los populismos que anidaron y aún anidan en nuestro continente. Es cuando, con asombro, dispara contra las críticas recurrentes que se le hacen. «Lo ataca la derecha, lo ataca la izquierda… y todavía no se sabe qué es eso que llaman neoliberalismo. Yo, por lo menos, no lo sé», se sinceró, en medio de sonrisas.

Imposible que en encuentro con el autor de La ciudad y los perros no incluya un repaso a las tensiones que más le llaman la atención. De Cataluña y su brote independentista, no tiene dudas. «El nacionalismo es una lacra, una ideología tóxica. Mi esperanza es que los catalanes descubran que el nacionalismo es un anacronismo que no tiene razón de ser en la España de hoy», dijo.

Sobre Venezuela: que las elecciones de abril próximo serán una farsa. Y sobre Italia, que el ex primer ministro Silvio Berlusconi tenga alguna posibilidad de volver a manejar el poder implica -dijo- «una catástrofe».

Saco oscuro y camisa abierta, conferenciante al que le encanta polemizar, entre literatura y literatura, Vargas Llosa no se cansa de predicar sensatez.

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