Opinión

AnalisisUn hombre sereno, un presidente austero

Arturo Umberto Illia

Por Carlos Saravia Day

No queda duda de que la historia debe escribirse nuevamente de cuando en cuando y tal necesidad se impone no solo por las nuevas noticias descubiertas posteriormente, o intencionalmente omitidas en el principio, sino porque se forman nuevas opiniones y así se proporciona al contemporáneo una nueva posición de la cual puede juzgar el pasado.

Siempre será la historia el ayer desde el hoy.

Al doctor Umberto Illia lo había conocido desde la infancia y guardo siempre el recuerdo de un hombre sereno. Era un viejo espigado, alto, con la cabeza fina y ojos inteligentes. Andaba despacio y sus gestos y ademanes eran de una gran delicadeza. Había en su mirada y en las inflexiones de su voz, que con el tiempo lo he visto claro, un dejo de melancolía.

Su pensamiento siempre fue recto y profundo, a la par que sus acciones, personalidad del convencido, por lo que no estaba dispuesto a dejar pasar enormidades y por eso jamás consintió la tragedia que trae el divorcio entre la moral y la política, que últimamente en la Argentina forman un cuadro doble. En su presidencia fueron llevadas de sus manos ambos términos a la reconciliación. El doctor Illia interrumpió el celibato en que viven la moral y la política.

Bien podría decirse que pensaba como realista y obraba como idealista, bastaría esta sola fórmula para oponerla a los que intentan realizar sus pensamientos y cumplen con la formula inversa, a la que califican de “habilidad” o “cintura política” para así alcanzar el éxito.

La gestión de gobierno del doctor Illia apenas duro dos años y diez meses, y fue derrocado por un general tropero tan torpe y oscuro como el cabo Frangollo – celebre suboficial de la policía montada, conocida como el Escuadrón de Seguridad de la policía de Salta- y asistido por grupos de sediciosos conmilitones, a los que adhirieron después las Fuerzas Armadas y la CGT en pleno con su reconocida cintura politico-gremial.

El célebre escritor inglés Carlyle definía a la historia como una sucesión de biografías. El hombre de estado también tiene vida privada: es decir una

biografía; el doctor Illia por la sencillez de sus hábitos se convirtió en centro del ataque de la prensa que anunciaba la embestida y preludiaba su derrocamiento.

Mariano Grondona desde la revista primera plana, que lo dibujaba con una paloma en la cabeza, exigía una “energía suplementaria”, lo que de hecho significaba que a la Constitución había que suplementarle la dictadura; monstruosa formula ortopédica proponía el filósofo-periodista.

La ocurrencia de popularizar imágenes interesadas a través de la prensa, pueden presentar detalles divertidos y de paso desdorosos. Es la psicología del ayuda de cámara, para el que no hay grande hombre; como a la inversa, la información oficial que solo describe sumisa y rentada la obra del gobernante de turno.

Claro que al final de toda biografía el ultimo capitulo se titula “El protagonista como hombre”. ¿Acaso no estaba todo enderezado en describir al hombre?

La prensa en complicidad con los golpistas manejo esta carabina de Ambrosio de la calumnia.

Fue durante su gestión que funcionaron plenamente todas las instituciones, sin ningún reproche, y hoy que se pueden echar mansas miradas, se la puede calificar de ejemplar.

La obra de infraestructura más importante que tiene Salta hasta hoy en día es el Dique Cabra Corral, que es obra de su gobierno, como la ley de Medicamentos fue obra de su ministro de salud el doctor Arturo Oñativia, que consideraba al medicamento como un bien social y no como una mercancía.

El producto bruto nacional crecía al 7% anual, con respeto irrestricto a la Constitución, y sin que ningún opositor, ni antes y ni después, enjuiciara su gestión.

La llamada revolución argentina que encabezara cabo Frangollo (Onganía), habría de convertirse en la antesala del llamado Proceso de Reorganización Nacional, su dilecta hijuela, transformando su ciclo en el país de las noches largas.

De aquellos barros estos lodos.

Las virtudes cardinales que adornaron el estilo de gobernar del doctor Illia fueron dos: la templanza, virtud que desde el comienzo de la democracia recomendaba Aristóteles a los gobernantes; y la austeridad: partió casi desnudo, como los hijos de la mar, como en el verso de Machado.

 

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