Opinión

Análisis Un grito que se escuchó en los cuatro puntos cardinales

Por Pablo Sirvén

os máximos referentes kirchneristas deberán pensar con más cuidado de ahora en más los desafíos que lanzan a sus adversarios. Porque podrían seguir cumpliéndose.

Cuando, en 2011, siendo presidenta, Cristina Kirchner vociferó «armen su propio partido y ganen las elecciones», no podía imaginar que cuatro años después Cambiemos lo lograría. Alberto Fernández también formuló su propio deseo en el día 1 de su gobierno, hace exactamente nueve meses: «Quiero inaugurar un tiempo de mucho debate. Y si alguna vez me ven claudicar en algo de lo que he dicho, salgan a la calle y recuérdenme que les estoy fallando».

Ayer, en la más multitudinaria protesta contra el Gobierno que tuvo como epicentro el Obelisco porteño, pero que también sumó variadas expresiones callejeras en distintos puntos del país, muchos recordaban a viva voz, o en sus pancartas, esa frase presidencial, ya materializada en siete banderazos que van in crescendo y que no solo interpelan al Gobierno, sino a toda la dirigencia política. Por eso las marchas no son de nadie, más que de la sociedad. Se subrayan sí, y muy fuerte, las falencias del Gobierno, pero sin vivar el grueso de la masa a ninguna dirigencia alternativa en particular, más allá de carteles sueltos y favoritismos individuales que siempre los hay (de «Macri volvé» a «Milei 2021»).

Algunos intendentes bonaerenses armaron una fallida contramarcha frente a la residencia presidencial de Olivos a favor del Gobierno que muy pronto se diluyó. También se intentó hacer toda una cuestión porque Clarín había publicado que uno de los puntos de reunión era el domicilio de Cristina Kirchner. Pero allí siempre hubo más policías que gente y los medios adictos que se rasgaban las vestiduras publicaban una y otra vez esa dirección.

El hastío por una cuarentena interminable que terminó de arruinar una economía que ya estaba en emergencia sin salvarnos de figurar entre los países con más contagios se combina con otro hastío mucho peor, y bastante más profundo. Una verdadera peste que ya lleva décadas provocada por una nefasta e ineficiente manera de hacer política, cuyos enormes costos sufren principalmente la producción y el trabajo, pero que ha empeorado sensiblemente desde que poderosas castas corporativas y partidarias, además, se enriquecen, corrompiéndose a la vista de todos con sus ostensibles nepotismos prebendarios y multimillonarios negocios de amigos.

Como toda manifestación, los reclamos siempre son mucho más tácitos que explícitos. Se participa de una protesta por un malestar (o varios), que no todos tienen la facilidad de exponer. No obstante, es muy notable cómo gente común, cuyas vidas poco o nada han tenido que ver con militancias partidarias, empiezan a expresar sus demandas cada vez más claramente, incluso frente a micrófonos hostiles que buscan más provocarlos, dejarlos mal o ridiculizarlos que escucharlos. Que Alberto Fernández se esté mimetizando con el sector más radicalizado del Frente de Todos motorizó a más gente todavía a movilizarse.

La lista de demandas se viene engrosando a pasos acelerados en estos meses de pandemia, con los cientos de miles de nuevos desempleados, empresas quebradas, sectores que no pueden retomar con mínima normalidad sus actividades (gastronomía, hoteles, shoppings, gimnasios y teatros, entre otros). Lo arduo, cuando no imposible, que se volvió transitar de un punto a otro del país, y ni digamos intentar viajar al exterior. El retiro de los depósitos de los bancos, la escasa liquidación de dólares por parte del campo, la ausencia de un plan económico concreto o, al menos, de elementales incentivos a la inversión, la creciente brecha cambiaria, la inflación amenazante y la gente que piensa en irse del país y seguir con su vida en un lugar más amigable donde la política no interfiera tanto en su vida es producto de la otra peste, la crónica, la endémica.

Las manifestaciones se desarrollaron en paz, a lo largo y a lo ancho del país, y como se pudo ver por la TV, en las ciudades más grandes, como Córdoba, Rosario, Mendoza y Mar del Plata. Pero también en lugares más recónditos, como Laguna Blanca, el pueblo formoseño donde nació el perenne gobernador Gildo Insfrán, o en Icaño, en la provincia de Santiago del Estero, donde hasta la convocatoria anterior solo se movilizaba con su tractor y su bandera el productor Edgardo Rivera, y ayer ya eran unos cuantos manifestando frente a la comisaría. También en San Luis y en Merlo, el feudo de los Rodríguez Saá, cantaron el Himno Nacional. En San Juan y en Cipolletti calculan que circularon caravanas de mil autos; en Río Tercero, desfilaron tractores por el centro. Y al costado de las rutas 16 y 34, en Salta, el campo dio su presente. Y así en los cuatro puntos cardinales.

Un cronista de C5N le preguntó a una señora quién le gustaría que gobernara. La respuesta lo sorprendió: «Alberto, pero que gobierne él, y no Cristina haciendo cosas que no le importan a nadie», en referencia a su exclusivo plan de aliviar su situación judicial. La gente salió a la calle, pero sin ánimo destituyente.

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