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Néstor Aramayo Un cura denunciado en Salta por abuso volvería a ejercer el sacerdocio dentro de cinco meses

Néstor Aramayo

El religioso fue denunciado por abuso sexual y la Iglesia lo suspendió por dos años. La víctima apuntó contra autoridades de la Iglesia por no atender sus reclamos.

«Gracias, al fin la Iglesia me creyó», dijo Juan Carlos García desbordado de la emoción cuando se enteró de que al sacerdote al que denunció por abuso, Emilio Lamas, se le prohibió el ejercicio del sacerdocio. La misma sensación tuvo la mujer que denunció al cura Néstor Aramayo cuando el Tribunal Eclesiástico reconoció como cierto el abuso que ella había expuesto. A diferencia del caso de García, que terminó con la expulsión de Lamas del estado clerical, su juicio terminó con una suspensión de solo dos años para Aramayo, un reconocido sacerdote que se desempañó por varios en la parroquia de barrio El Tribuno.

«Está cumpliendo la pena de dos años de suspensión del ejercicio del ministerio y la docencia, y haciendo tratamiento psicológico», explicó el juez del Tribunal Loyola Pintos y de Sancristóval. La sentencia, luego de varias etapas de apelaciones y dilataciones, quedó firme en marzo del año pasado. Aramayo podrá volver a ejercer el sacerdocio dentro de 5 meses.

Los abusos denunciados por la víctima fueron durante su adolescencia, entre los 14 y 18 años. «Él hizo un montón de cosas para ganarse mi confianza y la de mi familia», afirmó la mujer, quién pidió reservar su identidad. Entre las «cosas» que habría hecho Aramayo para lograr cercanía con la víctima está el haber asistido a su casa, invitado por sus padres, quienes siempre atentos a la seguridad de su hija, quisieron conocer a su nuevo «confesor».

Fue durante esas confesiones cuando sucedió lo que ella interpretó durante años como una «provocación» de su parte hacia el sacerdote. «En una confesión me largué a llorar, él me agarró la mano y yo lo dejé. Por mucho tiempo pensé que haberlo dejado que me toque fue haberlo provocado», dijo.

Las denuncias por abuso apuntan a diferentes situaciones, sin acceso carnal, pero con tocamientos y presiones psicológicas. El sacerdote trabajó en un colegio donde estudió la víctima. «Se hacía el que me estaba retando en la formación, pero no me retaba, me decía cosas obscenas. Cuando estaba a lo lejos me hacía gestos con la boca», contó. Si bien el miedo comenzó a ser constante, la mujer recuerda que fueron tres los momentos en los que se sintió más en peligro, entre los que se incluye un empujón a una cama. «No quería quedarme sola con él, mis amigas que ya sabían me acompañaban al baño», prosiguió con su relato.

Ante sus pedidos de explicaciones Aramayo le respondía «porque sos puta’. Enojada, un día se sumó a la fila de sus confesiones para hablar con él». Tenía como 15 años, me arrodillé como para confesarme y le pregunté por qué me hacía eso. Me dijo que se había enamorado de mí y me pidió disculpas, pero después volvía a hacer las mismas cosas», recordó.

Un hecho la marcó, al punto que recuerda con detalle el momento exacto en que dejó de creer en Dios. «Fue cuando, en una misa, él estaba consagrando la eucaristía y miré para arriba, lo odié con toda mi alma. De ahí vinieron 10 años de ateísmo acérrimo», aseguró.

Al terminar el secundario, se fue de Salta por unos años e intentó «enterrar» todo lo sucedido en su memoria.

De regreso a la ciudad, mientras trabajaba, una tarde la mujer volvió a verlo y se le paralizó el cuerpo. «Entonces me entero que él estaba a cargo de una parroquia en la zona sur y que era muy conocido», recordó. Se trataba del templo religioso de barrio El Tribuno.

“En el juicio eclesiástico estuve sola frente a todos”

La denunciante contó que Aramayo tenía un defensor, pero a ella no le permitieron tenerlo.

La mujer que denunció al cura Aramayo contó que con los años y los vaivenes de la vida necesitó recuperar la fe. Nuevamente en la Iglesia, recurrió al vicario de la Arquidiócesis de Salta Dante Bernacki, a quien bajo secreto de confesión, le contó lo que le había sucedido. Pero a pesar de superar el miedo y la vergüenza para poder contarlo, obtuvo respuestas inesperadas. “Me pidió dos personas más a las que le haya sucedido lo mismo. Si para mí era difícil, imaginate conseguir dos personas más”, advirtió.

El segundo intento vino con la llegada del papa Francisco. “Empecé a ver que había todo un movimiento de la Iglesia, que aceptaban estas denuncias y ya no te pedían los tres testigos”, contó. Animada por el contexto, acudió al arzobispo Mario Cargnello. “Quedó en llamarme y pasaron más de dos meses y nada, así que volví a llamarlo y ahí me dijo que me iban a tomar declaración”, recordó. La primera medida que tomó la Iglesia fue evitar el contacto del sacerdote con menores, lo que Aramayo no acató. “No podía seguir en la parroquia María Reina y hasta que vi en la tapa del diario El Tribuno que salió rodeado de niños. También vi que luego inauguró un centro de adicciones para jóvenes”, señaló. Ofuscada por verlo rodeado de “posibles víctimas”, decidió acudir a las altas cúpulas de la Iglesia. “Le escribí una carta al Papa mandándole el diario, diciéndole que estaban tomándome el pelo y que yo estaba confiando, nunca me contestó”, indicó.

Para la mujer, el juicio eclesiástico que comenzó en 2014, fue “lo peor” porque sintió que la “revictimizaron”. Testificó de espaldas, sin poder dirigirle la palabra al defensor de Aramayo, un sacerdote franciscano. El fiscal fue Loyola (en aquella época no había Tribunal Eclesiástico), y un escribano. La denunciante destacó el “trato excelente” que recibió de Loyola, aunque aseguró que le hubiera gustado que el proceso se realizara de otra manera y que la protegieran. “Estás sentada en una habitación con un juez que es cura, un escribiente que es cura, un defensor que es cura y vos sola. Yo no podía tener abogado y era la víctima. Era yo contra todos y cada testigo que uno aporta vive lo mismo que uno”, manifestó.

 

Fuente: El Tribuno

 

 

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