Opinión

Un cuarteto de periodistas muy cómodo para la ex presidenta

En C5N, el canal que muchos creen que es de su indirecta propiedad -en 2012, por su indicación, Cristóbal López se lo compró a Daniel Hadad con una parte de los 8000 millones de pesos que evadió al fisco-,Cristina Kirchner dio una nueva entrevista. A la ex presidenta se le podría aplicar la fórmula «artista exclusiva» ya que no ha concedido reportaje alguno a ninguna otra emisora televisiva que no sea C5N.

Su más reciente incursión fue la más larga, algo más de una hora y media, con el plus de otro rato a continuación cuando le dirigió unas palabras a la gente reunida ante la puerta del Instituto Patria. Ya no fue, como en las veces anteriores, sólo Roberto Navarro su interlocutor, sino que además del conductor de El destape, esta vez también se sumaron el Gato Sylvestre, Víctor Hugo Morales y Daniela Ballester.

Si bien la ex mandataria no abandonó su costumbre de lanzar largas parrafadas, los periodistas intercalaron más preguntas que lo habitual en casos anteriores, aunque no en todos los casos fueron bien aceptadas por ella, que pedía no ser interrumpida para terminar lo que estaba diciendo. Hasta se dio el gusto de aconsejarlos de cómo debían preguntar ciertas cosas o directamente no hacerlo. Sin embargo, no pudo evitar reconocer que sería candidata «si es necesario para dar más votos», en el único momento que más la apuraron en busca de una definición frente al inminente proceso electoral que se abre.

Pero después, el resto fue un trámite sin exigencias ni sorpresas desagradables para la ex presidenta. Ninguno de sus visitantes -así hay que llamarlos ya que la entrevista no fue en la emisora, sino en el búnker de CFK en el barrio de Congreso- la tuvo a maltraer ni la puso en aprietos ya que no hubo una sola pregunta sobre las graves causas judiciales que enfrenta en Tribunales. Ni tampoco exhibieron la más mínima curiosidad en saber por qué su marido y ella decidieron «empoderar» -palabra cara al sentimiento kirchnerista- a un oscuro empleado bancario como Lázaro Báez hasta convertirlo en el rey de la obra pública en Santa Cruz y, como si eso fuera poco, transformarlo al mismo tiempo en el socio dilecto de la pareja presidencial. A ninguno de los entrevistadores les pareció oportuno preguntarle cómo se le ocurrió decir que aquí había menos pobres que en Alemania. Ni hubo el menor cuestionamiento al cepo, a las maniobras con el dólar o al hostigamiento constante al periodismo crítico. Mucho menos al uso abusivo de la cadena nacional y al reparto discrecional y multimillonario de la pauta oficial. No demostraron tampoco la más mínima curiosidad en interrogarla sobre la misteriosa y violenta muerte del fiscal Alberto Nisman o sobre su decisión de llevar a la jefatura del Ejército a César Milani, hoy acusado y preso por delitos de lesa humanidad. Ni Sueños Compartidos ni Boudou ni la calamitosa situación en Santa Cruz formaron parte del concesivo cuestionario. Ni intentaron saber porque su hija Florencia atesoraba más de cuatro millones de dólares en una caja de seguridad. Nada. Apenas un pedido, al pasar, de autocrítica, que ella desvió hacia una parte de la representación legislativa de su partido que «no ha estado a la altura de las circunstancias» al votar algunas de las leyes en el Congreso enviadas por el gobierno de Cambiemos.

En cambio hicieron todo lo posible para facilitarle, con preguntas y comentarios inductivos y aprobatorios, el desarrollo in extenso del repertorio cargado contra el Gobierno que ya Cristina venía desplegando en redes sociales o en sus últimas incursiones ante variados auditorios.

Llevó la voz cantante Sylvestre, ya que la conversación se inició en el espacio que hubiese ocupado su programa diario, Minuto uno. En cambio, Morales fue casi un testigo mudo, aunque el gestualmente más rico, con sus ojos achinados y una sonrisa aprobatoria de la mayoría de las aseveraciones de la entrevistada. Tuvo su premio cuando le preguntó qué pensaba hacer para abatir la tristeza que había expresado sentir por la situación del país. «Qué divino, me encanta», dijo ella con un mohín. Navarro fluctuó entre la obsecuencia al hacer notar cómo venían de la calle gritos de aprobación hacia la entrevistada y al insistir con su caballito de batalla habitual de que hay hambre, pero también cuando Cristina recordó que Macri había ganado por poco, subrayó que ese resultado podría llegar a ser convalidado en las elecciones de octubre. La protagonista de la noche -el programa tuvo un promedio de 6,6 puntos de rating- siguió de largo como si ese incómodo comentario no hubiese existido.

Ballester, ex Gran Hermano, ex azafata y actual conductora de Mañanas argentinas no participó demasiado y cuando lo hizo tampoco pudo ni quiso ponerla en aprietos. «Me encanta que hayan puesto una mujer; quiero más mujeres», exigió CFK. Antes de despedirse dijo que guardaba «respeto intelectual» por el cuarteto con el que había conversado. No era para menos.

Pablo Sirven La Nacion

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