Opinión

Análisis Tres hipótesis sobre un eventual retorno de Cristina al poder

Por Sergio Berensztein

El teorema de Baglini explica la realidad política nacional. En este caso, el viraje hacia la moderación hecho en las últimas semanas por los referentes económicos del kirchnerismo, que comienzan a prever que pueden ganar las elecciones. La responsabilidad de gobernar en el horizonte desalienta las posturas más extremas, y se completa un giro sorprendente en las especulaciones políticas dominantes en esta etapa de la campaña: hasta hace unos meses, muy pocos pensaban que Cristina podía ser competitiva. A juzgar por el derrumbe de los bonos soberanos y otros activos financieros, esa probabilidad aumentó lo suficiente como para aterrar a los inversores.

¿Explica esto la flexibilidad del FMI, principal acreedor de la Argentina, para permitir al Banco Central un manejo más discrecional de las reservas a efectos de controlar el dólar? Nadie quiere ser acusado de haber facilitado el retorno del populismo al poder: la misma prudencia que evidencian los funcionarios del Fondo la exhiben dirigentes del radicalismo, renuentes a precipitar una crisis política en la coalición gobernante. Por eso postergan la convención partidaria, en la que podría predominar la decisión de abandonar Cambiemos para apoyar la candidatura de Roberto Lavagna.

¿Qué ocurriría si el «Cristina vuelve» se hiciera realidad? Surgen las siguientes hipótesis: que intente repetir los lineamientos de sus gobiernos anteriores, que se mueva abruptamente hacia una moderación pragmática o, como prometió en 2012, que prefiera radicalizarse e «ir por todo». La primera opción parece destinada al fracaso. La crisis que incubó su gobierno a fuerza de subsidios generalizados, atraso cambiario, represión financiera, intervencionismo extremo y proteccionismo anacrónico -cuya explosión postergó con eficacia- generó la quinta recesión en una década, y no se vislumbra que vaya a revertirse.

El pánico que produce su posible retorno aceleraría in extremis la dolarización de las carteras. Casi sin reservas y con la demanda de dinero en mínimos históricos, cualquier error de cálculo podría disparar una hiperinflación. Dicho tembladeral podría contagiar al sistema financiero con una corrida bancaria que precipitaría un escenario caótico. Ante tamaña desconfianza y sin acceso al crédito, aunque tuviese voluntad de pago, la capacidad para honrar la deuda externa quedaría comprometida. Se equivoca Macri, no el mercado, cuando se desploma el valor de los bonos que vencen el próximo año: aunque Kicillof busque despejar las dudas de los inversores, el default sería inevitable.

Una alternativa es el giro súbito hacia el pragmatismo. Siguiendo el ejemplo del segundo gobierno de Alan García y el espíritu herbívoro del último Perón, esta versiónunplugged de Cristina debería apostarlo todo a evitar el default, renegociar con el Fondo y seducir a inversores locales y del exterior. Un modelo K neomenemizado para revertir el profundo descrédito que arrastra obligaría a Cristina a exagerar su vocación reformista. ¿El kirchnerismo implementando políticas ortodoxas y abrazando la agenda de las transformaciones estructurales? Perón hizo un profundo ajuste debido a la crisis de 1952, parecido al programa con el que Alicia Kirchner revirtió desde 2015 el desorden fiscal causado por sus predecesores. Sobran ejemplos en los que los políticos hacen lo que pueden en función de las restricciones que impone el contexto, tratando de perdurar en el poder todo lo posible. Es clave que los dirigentes comprendan cuáles son sus recursos reales, su capacidad de influir en la agenda pública y no se dejen tentar por cantos de sirena.

Se trata de un error común: los desvaríos vinculados al «Cristina eterna» solo fueron superados por el actual elenco gobernante, cuando confundió una victoria en segunda vuelta con una evidencia del «cambio cultural» de la sociedad. Tras otra victoria en 2017, las fantasías terminaron de obnubilar a los estrategas del Presidente, que vaticinaban un triunfo seguro en octubre y se animaban a debatir la sucesión en 2023.

Es difícil imaginar una Cristina reinventada en función de estos (para ella) extraños parámetros de moderación, pragmatismo y realineamiento internacional. Implicaría una transformación hacia aquello que detestaba de Scioli y convertirse en una Lenín Moreno de sí misma. ¿No más «Clarín miente», cadenas nacionales, ni «abuelitos amarretes» que acaparan los dólares? Semejante vuelco, para revertir la desconfianza de los mercados, debería estar respaldado por un equipo económico con sólidas credenciales, coherencia interna y experiencia en la gestión. Además, haría falta alcanzar un consenso con los gobernadores que le asegure un trámite fluido de la agenda parlamentaria. El peronismo siempre le impidió maximizar el ejercicio del poder: De Narváez y Solá en 2009, Massa en 2013 y 2015, y Randazzo en 2017.

Surge la tercera hipótesis: radicalización extrema. El precio de la «traición a los principios» puede ser demasiado alto, si no imposible, de pagar. Correría el riesgo de perder el apoyo de sus actuales acólitos, mientras que quienes la odian difícilmente cambien de opinión. El destino de Lula y el PT pone de manifiesto que las alabanzas del establishment no son eternas: pocos hicieron tanto por la burguesía brasileña, que aplaudió la destitución de Dilma y facilitó la llegada de Bolsonaro al Planalto. Profundizar «su modelo» y completar lo que no supo, no pudo o no quiso hacer durante sus primeros dos gobiernos, incluyendo modificar la Constitución a su medida, es coherente con su trayectoria, su ideología y su personalidad.

La radicalización tiene fundamentos geopolíticos. Más allá del laberinto en el que se convirtió la tragedia venezolana, los frecuentes viajes a Cuba alimentan especulaciones, más allá de la salud de su hija Florencia. Si analizamos la manera en que Rusia influyó en las últimas campañas electorales en la región y en el mundo, incluyendo las de México, EE.UU. y el Brexit, ¿por qué no habría de pasar lo mismo en la Argentina? El reciente respaldo de CFK a Julian Assange ratifica un alineamiento que queda aún más claro con su incondicional apoyo al régimen de Maduro. Parecido al de Pepe Mujica, que condenó la imprudencia de los manifestantes que se posan delante de las tanquetas.

Este potencial involucramiento de Rusia en la campaña es una nueva mala noticia para Marcos Peña. Al margen de sus escasos pergaminos como jefe de Gabinete, nadie dudaba de su suficiencia en marketing electoral. Sin embargo, la habilidad de los rusos no debe ser desestimada. El domingo pasado, España apostó al predominio del centro. Sin embargo, somos testigos e involuntarios protagonistas de una nueva Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia. En la TV oficial de ese país, especialistas en seguridad debaten la eventualidad de una conflagración nuclear entre ambas potencias durante la próxima década, asignándole una probabilidad del 80%. Otros creen que la influencia rusa en la costa sur del Caribe podría ceder en una «gran negociación» que incluyera su control de Crimea. Nunca un gobierno de EE.UU. ayudó tanto a la Argentina como el de Trump al de Macri. Bolsonaro aparece alineado con Washington, junto con el resto de los integrantes del Grupo de Lima. El eventual retorno de Cristina equilibraría este inusual desbalance y fortalecería un eje antinorteamericano junto con Cuba, Bolivia, Nicaragua, Venezuela y, a distancia, México y Uruguay. Vale recordar su admonición autorreferencial: si le pasara algo a ella, habría que mirar al norte.

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