Cultura

Presentaron la edición conmemorativa“Rayuela no es lo mejor de Cortázar”, sorprendió Vargas Llosa

En el Congreso de la Lengua, se dio a conocer un volumen especial del clásico del autor argentino que, según Sergio Ramírez, “era una enciclopedia de la rebeldía”.

La luz está apagada y en el escenario un hombre toca jazz y una voz, esa voz, lee. Lo que lee, por supuesto, es Rayuela y la voz es inconfundible: Julio Cortázar. Esta es la presentación de la edición conmemorativa de la gran obra del escritor argentino que prepararon la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y la Academia Argentina de Letras y que edita Alfaguara. Es un festejo y se nota.

Y en el medio del festejo Mario Vargas Llosa tirará la nota discordante: «¿Es la mejor obra de Cortázar, Rayuela? Yo creo que no». El Cortázar del futuro, dirá, será el de los cuentos. «Fue un cuentista excepcional, con pocos equivalentes». Un ejemplo: «El perseguidor es uno de los cuentos mas extraordinarios y no solo en lengua española», dice. Y Torito, otro. En cambio, «la gran sorpresa que fue Rayuela al aparecer va a ir, no diría desapareciendo, pero si empequeñeciendo, en gran parte por las imitaciones de la experiencia revolucionaria que significó esta novela».

Sin embargo, esta edición de Rayuela no es una más: es un volumen de lujo. El libro incluye, por primera vez desde 1983, la reproducción facsimilar del Cuaderno de bitácora, la libreta en la que Cortázar fue anotando ideas, escenas y personajes de la novela durante el proceso de escritura.

El volumen incorpora también textos que a su hora escribieron Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares, Carlos Fuentes, y el propio Vargas Llosa, además de los de los de Sergio Ramírez, Julio Ortega, Andrés Amorós, Eduardo Romano y Graciela Montaldo, preparados para la ocasión. 

El primero que habla, acento español en Córdoba, es justamente el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado. Cuenta que Cortázar llamaba «cementerios» a los diccionarios. Habla de Rayuela y habla, entonces, de la convivencia de distintas formas del español -algo tan pertinente en este Congreso-, de la aparición de extranjerismos, de puntuaciones divergentes. Es decir, de por qué Cortázar es Cortázar.

Sigue -acento porteño- José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras y coordinador de esta edición. «En 1963 yo era alumno del segundo año de un prestigioso colegio de Buenos Aires -dice- y una profesora nos explicaba en qué situaciones se usaba el ‘vos’: en aquella época era común el trato de ‘usted’ y se usaba para rebajar al interlocutor. Entonces nos dijo que había un autor que usaba muy bien el voseo. Y que lo podíamos ver en una novela reciente, Los premios. Me sorprendió que en esa novela no pasaba gran cosa».

Moure cuenta, también, que aunque sus gustos no son los de Cortázar -jazz versus música clásica- le interesó en la obra de Cortázar «el manejo del lenguaje». Porque Cortázar «lleva el juego del lenguaje hasta el límite de la comprensión, pero la sintaxis es siempre cuidada».

Así, aunque no era un cortazariano fanático -sí su esposa, contó- se puso a trabajar. «Creo que hicimos una hermosa edición», desliza. Alberto Manguel -ex director de la Biblioteca Nacional- les prestó el original del Cuaderno de bitácora, que estaba en la Biblioteca.  La inclusión de una edición facsimilar de ese cuaderno es uno de los hallazgos de la edición.

Aplausos y le toca -otra vez acento español- a Luis García Montero, director del Instituto Cervantes. «¿Cuarenta años después, que me puede decir Rayuela?, se pregunta. «Rayuela fue una bandera, era una enciclopedia de la rebeldía». Era, cuenta, casi con nostalgia, «la consecuencia de un mundo que necesitaba cambiar de autobus y de historia, como se dice en el libro» Por eso «justificaba las grandes transformaciones de la historia». Pero «han pasado los años, algunas ilusiones han acabado mal, ¿debería leer Rayuela?» Y lee un fragmento. Y sí, concluye que sí, que vale la pena.

Más acento de la Península: Nuria Cabuti, de Alfaguara. «Creemos que las grandes obras en nuestro idioma son un patrimonio y una herencia compartidos», arranca. «Asumimos como un reto convertir obras canónicas en auténticos best sellers». No les fue mal con ediciones conmemorativas anteriores, por lo que cuenta: la del Quijote lleva vendidos más de tres millones de ejemplares y la de Cien años de soledad, más de un millón.

El sonido de las palabras vuelve a América latina: es el turno del nicaragüense Sergio Ramírez, un espléndido escritor que fue vicepresidente de su país durante el sandinismo. «Los 60 fue una década de retos como nunca antes», dice. «Escribir no se separaba de la idea de acción, era un solo frente de rebeldía». Ramírez sabe de qué habla. Y va a dar detalles: «Las reglas consistían en no aceptar ningún precepto y poner al mundo patas para arriba sin ninguna clase de escrúpulos ni concesiones. Los principios eran letra viva y no, como hoy, reliquias a exhumar». El espíritu de Cortázar -dice Ramírez- «flotaba en esa atmósfera. El mundo anterior no servía, se había agotado». Pero pasaron cosas. «La rebeldía que dio vida al ideal absoluto de libertad termina muchas veces en esclerosis», dice. «Las utopías reglamentadas se vuelven muchas veces pesadillas». Julio, sin embargo, dirá, «es un joven que no envejece». Julio, dice, rejuvenece, viene «botando años por el camino».

Suena Perú: llegó Vargas Llosa. «Cuando yo estudié estaba de moda la estilística», cuenta. «Una perspectiva para analizar las obras literarias que exigía prescindir de la biografía del autor». El peruano cree que esto sirve a veces, pero no para Rayuela. ¿Qué se viene? ¿Qué secretos?

«Hubiera sido imposible de escribir sin la personalidad del autor, sus intereses, sus apetitos», opina. Y cuenta cómo lo conoció: «En el 58 había ido a pasar fin de año a París. Había un muchacho delgado, muy alto, con su mujer. Nos sorprendió a todos la originalidad, simpatía de su conversaciones: parecían ensayadas». El muchacho alto, cuenta, «me dijo que había publicado un libro de cuentos y que le iban a publicar un segundo libro».  Lo trató como a alguien de la misma edad, pero Cortázar «tenía 22 años más que yo». Había comprado, parecía, la eterna juventud. Recién después de la cena supo que había hablado con Julio Cortázar, a quien ya había leído.

Y el Premio Nobel habla de la cultura literaria de Cortázar, de su inteligencia, pero, sobre todo, de su «buena entraña». Lo sorprendía «que cuando se sentaba ante la máquina de escribir no sabía qué cosa iba a ocurrir». Le creía, aunque «para un lector de Rayuela es muy difícil creer que no había un esquema previo. Que aquello había ido saliendo naturalmente».

No era sólo literatura, sin embargo. «Una vez me invitó a uncongreso de brujas, de adivinadoras. Se reía y veía una profundidad que a mí no me alcanzaba». En esos años, a Cortázar no le interesaba la política, dijo Vargas Llosa. «Después cambió mucho. No me sorprendía que pasara mucho tiempo como los niños, jugando». Ese, dice Vargas Llosa, es el hombre que escribió Rayuela, una «novela buena gente, desprovista de maldad». Lo que hay allí, más que la estructura, es «un espíritu juguetón, juvenil. Era la primera novela en la historia de la lengua española que introducía el juego como un elemento esencial, desde el título. Rayuela es un juego de niños, a todos nos sorprendió».

Y otra vez jazz: en honor a Cortázar.

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