Opinión

AnalisisQuien es el chancho, y quien le da de comer

Por Mateo Saravia*

La salud pública ha comenzado a manifestar síntomas de una larga y penosa enfermedad. Soportada silenciosamente sobre los magullados hombros de agobiados peones, comienzan a mostrarse ostensibles signos de indignación y fatiga, expresión de descontento que refleja el agotamiento de un sistema de salud transido por los mismos vectores que arredran a la crisis social de nuestro país. La corrupción ha colonizado nuestras instituciones de salud, contribuyendo a enturbiar la transparencia de gestión y por ende perturbando su debido funcionamiento. Nuestras instituciones públicas de salud fueron apetecidas como una oportunidad política más que sanitaria, como un recurso de poder, también tutelado por una lógica clientelar y prebendaria, que se afana en alagar al desvalido. No es novedad la correspondencia de hospitales departamentales o centros de salud para con el diputado, senador o intendente municipal de turno. Gerentes de hospitales públicos y a la vez propietarios de centros privados de salud, que en su ambivalencia operativa reproducen la confusión identitaria de época, tornan a este “binarismo sanitario” en otra oportunidad que se encubre con la inobservancia. Los hospitales públicos de autogestión, motivados por el derecho a la facturación prestacional, sucumben a la tentación de priorizar la atención del paciente con cobertura de salud, desatendiendo así al carenciado. El sistema privado de salud a su vez, recurre al sistema público para la derivación de aquellos pacientes complejos que, por tratamientos onerosos o bien por prolongada estadía hospitalaria, implican pérdidas económicas y privación de ganancias. Las obras sociales gremiales, ofician de “caja” para darle solvencia a la discrecionalidad política, mientras la obra social provincial corre igual suerte.

La innegable necesidad del galeno de recurrir al desdoblamiento laboral o poliempleo, estriba en los paupérrimos salarios que lo compelen a buscar en el sector privado de la salud una remuneración compensatoria que dignifique su oficio. Sin embargo, al recurrir al ejercicio privado, el profesional de la salud debe lidiar con múltiples instancias intermediarias que reducen el ejercicio de la medicina a una mera excusa para generar rentabilidad en el mercado de la salud. Y mientras la profesión médica, otra vez burlada y reducida a una mera operación de mercado, el médico se convierte en un obrero de la salud.

No es casual que las conductas de quienes ocupan y dirigen nuestras instituciones, se vean espejadas con penosa emulación en la conducta de quienes rigen los destinos de nuestro país. Sin ejemplaridad, la conducta de rango subalterno solo replicará en su desmadre los vicios que motiva el privilegio de instancias superiores. Hace ya más de dos décadas, el Dr. René Favaloro hizo un certero diagnóstico, al aludir a la “crisis moral” que aún en nuestros días infecta a nuestro país, y que hoy se ha dado en llamar “grieta”. Aquel filántropo de generosidad y nobleza poco habituales, traicionado y entregado como el Nazareno por sus pares, curiosamente hoy es aplaudido, aunque nadie todavía se atreve a seguir su ejemplo. Por lo visto, pareciera que aquellos aplausos, como los que se tributaron en tiempos de pandemia al personal de la salud, evocan el vacuo palmoteo adulador, fugaz y pasajero, que tan solo busca endilgar pesada carga.

Lo expuesto es el resultado de un acostumbramiento, de una aceptación, que hoy nos interpela como partícipes necesarios de una realidad que es el resultado de una aposición de omisiones.

Nuestro sistema de salud exige un entendimiento integral que aborde aspectos estructurales como así también filosóficos y morales, que permitan elevar la integridad del médico, como ser humano, también susceptible de enfermar y morir, y desde la acotada finitud que nos define como seres frágiles y mortales, devolverle dignidad a un ejercicio que tan sólo busca aliviar el dolor ajeno.

*Mateo Saravia es médico y dirigente de la UCR Salta

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