Opinión

Análisis ¿Por qué falló el método «científico» de Jaime Durán Barba?

Por Silvia Mercado

En la reunión de Gabinete nacional que se hizo el 8 de agosto, tres días antes de las PASO, el ministro Luis Miguel Etchevehere dio un informe muy optimista de la producción agrícola y su impacto récord en los ingresos nacionales para el 2020, el ministro Nicolás Dujovne se mostró altamente satisfecho porque Argentina fue el país emergente menos afectado por la guerra comercial entre Estados Unidos y China y el vicejefe de Gabinete Andrés Ibarra detalló las medidas para asegurar la transparencia del escrutinio provisorio, que por primera vez estuvieron en manos de la empresa de origen venezolano Smartmatic.

Y sucedió algo más. Marcos Peña, jefe de Gabinete y jefe de la campaña de Juntos por el Cambio, hizo un resumen de los últimos datos que tenía en las encuestas oficiales. Aseguró que la fórmula Mauricio Macri-Miguel Angel Pichetto «está perdiendo por dos puntos» y agregó: «Venimos en subida, todo indicaría que estamos en un escenario de paridad o, todavía más seguro, vamos a ganar por dos puntos». 

No eran los resultados que había en otros ministerios que también contratan encuestas. Pero, como dijo ese mismo jueves por la tarde un funcionario que no depende de Jefatura de Gabinete, «si perdemos por 5 puntos firmo al pie, no tenemos que olvidar de dónde venimos». Hablaba, claro, de los pedidos de que Macri renuncie a su candidatura, de que sea reemplazado por María Eugenia Vidal, por Horacio Rodríguez Larreta o incluso por Martín Lousteau, el famoso Plan B que había impulsado el gobernador Alfredo Cornejo y buena parte del círculo rojo.

Como se sabe, ese escenario de paridad con chances de ganar por dos puntos, no se cumplió. La derrota fue humillante para el Gobierno pero el Presidente no se tomó un minuto para deprimirse. Nadie había preparado a Mauricio Macri para ese escenario y, visto desde hoy, es encomiable que el lunes siguiente apareciera a las 9 en Casa Rosada y diera la cara en una conferencia de prensa por la tarde para explicar -como pudo- el derrumbe de los mercados.

 

Lo que nadie explicó todavía es por qué fallaron las encuestas oficiales. Jaime Durán Barba se refugió en una columna que publicó en Perfil hablando sobre cómo fallaron todas las encuestas, diluyendo su responsabilidad en profesionales cuyos estudios jamás tomó en cuenta. De hecho, la primera vez que miró esos resultados fue para preparar esa columna.

Durán Barba y Santiago Nieto Montoya siempre alardearon de su «método científico» , un mix perfecto entre investigación cuantitativa y cualitativa, que permite interrogar al electorado en un momento dado para un candidato preciso y una circunstancia puntual, que permite conocer exactamente el estado de opinión de la sociedad como foto y como película, lo que facilita la toma de una estrategia que permite ganar las elecciones, si se realizan las acciones necesarias.

Un método científico es una serie ordenada de procedimientos que busca minimizar la influencia de la subjetividad del científico en su trabajo, lo que refuerza la validez de los resultados y el conocimiento obtenido. Es decir, no es infalible: puede fallar. Peña y Durán Barba quizás se sientan ahora más humanos y menos dioses.  Como sea, todavía no explicaron qué fue lo que falló, ni siquiera a Macri.

Por eso adquiere especial interés el libro que Durán y Nieto acaban de publicar, ¿Y dónde está la gente? Campañas y encuestas en la sociedad del presente extremo, cuyo título parece una ironía del resultado electoral.

Lo primero que llama la atención es que fue publicado en agosto, cuando ellos mismos podían suponer que su candidato no caería derrotado por inesperados 15 puntos de diferencia.

Lo segundo, que se nota que el libro lo escribieron confiados en que Cristina Kirchner sería candidata, pero las últimas correcciones las hicieron cuando ella ya había designado a Alberto Fernández como candidato a presidente. Y hasta se animaron a pronósticos muy precisos al respecto. Por ejemplo:

«…algunos dicen que con la nominación de Alberto Fernández, Cristina puede ganar en primera vuelta, porque ella tiene 32 por ciento, Alberto 10 por ciento y se les suma Massa, con 10 por ciento. Así se llega, usando la matemática de los niños de Firpo (habla de José María Firpo y su libro Qué porquería es el glóbulo), al 52 por ciento. Pero la matemática política es más compleja. Cuando Alberto apareció encabezando la fórmula se debió calcular cuántos de sus votantes impresionaron hacia Cristina y cuántos votantes de Cristina explosionaron al saber que no sería candidata a presidente. Con Massa jugando un papel secundario en el frente kirchnerista es necesario investigar varios elementos. Alberto tiene como una de sus debilidades el haber transitado por todas las tiendas posibles. ¿Lo ayuda el apoyo de Massa a consolidar una imagen seria, de alguien que es consecuente con alguna idea? ¿Qué elementos positivos de la imagen de Massa contrarrestarían los negativos de los Fernández? Si eso fuese así, podría existir una implosión. Si lo que hace es reforzar los negativos de sus antiguos-actuales jefes, puede provocar una explosión».

Esta distancia entre lo que pensaban los estrategas del PRO y lo que pasó y puede pasar (hay varias las encuestas que dicen que la fórmula Fernández-Kirchner tienen hoy una intención de voto del orden del 52% de los votos), en cambio, no fue fue lo que se verificó en 2015.

En el mismo libro, Durán y Nieto dicen:

«Cuando Macri planificó su campaña de 2015, en las simulaciones Sergio Massa tenía 40 por ciento, Daniel Scioli 26 por ciento y Macri 14 por ciento. La campaña sin estrategia de Massa y la consistencia del voto K, que siempre tiene un piso de 30 por ciento y un techo duro, terminaron con el triunfo del líder de Cambiemos».

O sea, Macri no llegó a la Casa Rosada porque era el líder carismático que reclamaba el subsuelo de la patria sublevado para reparar las heridas lacerantes que vienen del fondo de la historia, sino por los errores de los demás y la consistencia de su estrategia, además de los valores del siglo XXI que supo representar.

Lo tercero que llama la atención del libro de Durán Barba y Nieto es que la mitad está dedicado a hablar de encuestas, encuestadores y encuestados, sus errores, simulaciones, medios de comunicación y periodistas. Y se detienen especialmente en «cómo preguntar», base del método científico del que siempre alardearon y que -como se comprobó- puede fallar.

El único que se animó a poner cierta distancia con la infalibilidad del método es el autor del prólogo, Roberto Zapata. «Pueden venir años vertiginosos en los que todo cambia de repente. Los advenedizos se adueñan de la escena política. Los votantes se inclinan por unas políticas que meses antes eran impensables. Tensiones sociales que estaban sumergidas salen a la superficie de manera explosiva. Un gobierno que daba la impresión de ser estable y duradero de pronto parece estar a punto de desmoronarse».

Zapata es el psicólogo español que hace los grupos focales para la consultora de Durán y Nieto. En abril trascendió que no veía chances de que Macri logre la reelección. Y aunque siguió trabajando y realizando focus group para la campaña de Juntos por el Cambio, sus conclusiones fueron tabicadas.

Mientras tanto, lo que se sabe es que en el Gobierno todavía no hay estrategia para las elecciones del 27 de octubre. El sistema de creencias crujió y no hay base teórica firme para pensar con seguridad. Parece obvio que no vale seguir haciendo más de lo mismo, pero tampoco está claro por dónde se puede ir. Esta semana que se inicia, prometen, pueden empezar a develarse los próximos pasos para construir una nueva campaña, un nuevo comienzo, última chance para asegurar el balotaje.

 

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