Opinión

AnálisisOptimismo: la patología que afecta nuevamente al presidente

Por Ernesto Tenembaum

En medio de la fenomenal corrida contra el peso que afectó al país a principios de mayo, el presidente Mauricio Macri hizo una demostración precisa de cuánto se conoce a sí mismo. Una periodista le preguntó cuál fue la responsabilidad del Gobierno. Macri respondió: «La autocrítica que me hago es que fui siempre demasiado positivo. Nos pusimos metas demasiado optimistas». Ese exceso de optimismo explica muchas medidas del Gobierno que, miradas a través de sus resultados, fueron poco profesionales. Sin embargo, esa dinámica se ha puesto nuevamente en marcha. Basta hablar con cualquier funcionario en estos días para percibirlo: el optimismo ha renacido. Todo está bajo control, lo peor ya pasó, la reelección está al alcance de la mano, paramos la corrida a tiempo, mejor no escuchar a los que dicen que está todo mal.

Hace ya mucho tiempo, la psicología conductual norteamericana definió un rasgo muy habitual de conducta como «non realistic optimism», algo así como «optimismo sin base en la realidad». Según este concepto, el optimismo es un factor clave para conseguir cualquier meta. Pero es también una receta segura hacia el fracaso, si no reconoce que todo logro es producto de la superación de dificultades. El optimista no realista, en este caso, se cree predestinado a triunfar y cree, además, que esa convicción será uno de los motivos de su triunfo.

Uno de los rasgos clásicos de estas personalidades es la irritación hacia quienes les señalan los problemas serios que enfrentan. «Los optimistas no realistas tienen una tendencia a calificar como ‘negativos’ a quienes le advierten sobre los riesgos o escollos que los separan de su objetivo, cuando, justamente, ese tipo de reparos son muy necesarios y para nada antagónicos con la posibilidad de conseguir cualquier éxito», se lee en un artículo reciente de la Harvard Business Review.

Sería atrevido asegurar que personas inteligentes como las que gobiernan la Argentina padecen este problema. De hecho, han conseguido objetivos impresionantes, una y otra vez. Sin embargo, en la manera en que condujeron el proceso económico hay suficientes elementos para preguntarse si el germen no existe.

 

Macri liberó el cepo confiado que la consecuente devaluación no tendría traslado a precios; calculó que la inflación del primer año sería de 25 por ciento y fue de 40, la del segundo sería de 17 y fue de 25, la del tercero sería de 10, o de 15, y superará los 25; anticipó que la fuga de capitales producto de la liberación del cepo sería compensada con inversiones masivas. Macri dijo que liberaba el precio de la nafta porque el petróleo bajaría en el mundo, y subió un 35 por ciento. El Gobierno entero se movió bajo el supuesto de que no importaba cuánta deuda se tomara por año sino la relación entre deuda y PBI, que era baja, y suponía que los financistas tendrían una confianza eterna, y que nadie miraría la acumulación de déficit comercial. En cada uno de esos casos, las advertencias fueron subestimadas, atribuidas a la mala fe o a la poca preparación de quienes las pronunciaban.

Todas esas conductas fallidas se unen en un patrón que muy bien definió Macri: el exceso de optimismo, creer que mágicamente iban a ocurrir cosas que, finalmente, no sucedieron. En última instancia, todo se resume en una convicción extremadamente optimista: el mundo del dinero respaldaría a Macri porque era Macri y no Cristina.

Optimismo no realista

El sacudón del mes de mayo posibilitó que el Gobierno tomara nota de algunos conceptos errados que guiaron su acción. Pero no había terminado el mes cuando la patología asomó de nuevo. «La gente va a querer que Macri la siga gobernando», dijo el jefe de Gabinete. O sea: ¡habló de la reelección en medio de todo esto! «No hay que oír a los que dicen que está todo mal», dijo el Presidente. La frase «lo peor ya pasó» volvió a encabezar el ranking.

El optimismo se apoya ahora en algunos datos objetivos y otros históricos. La disparada del dólar frenó. La caída en las encuestas de Macri es relevante pero aún ahora, en su peor momento, el Presidente le saca quince puntos de imagen positiva a cualquier referente opositor. Las manifestaciones masivas contra Macri y la unidad del peronismo, cada vez que se produjeron, en los últimos treinta meses, inclinaron a la sociedad hacia el oficialismo. «Vamos a ganar el año que viene, como ganamos siempre», dicen cerca de Jaime Durán Barba.

Aun si así fuera, hay distintas maneras de interpretar la realidad actual.

Un pesimista sostendría que, inevitablemente, la situación económica terminará en una crisis sistémica con rasgos similares a tantas crisis que se vivieron anteriormente en la Argentina.

Una persona realista tiene derecho a hacerse algunas preguntas. La primera: ¿terminó realmente la corrida o solo se amortiguó? Como se sabe, la presión alcista del dólar continúa y es sostenida. El Gobierno ofreció USD 5.000 millones en el mercado mayorista a un precio al que, lentamente, el mercado se va acercando, fijó tasas incompatibles con el funcionamiento de la economía y aumentaron los volúmenes de dólar futuro que venden. Aun así, el dólar sube todos los días.

La segunda: ¿es correcto el enfoque del ajuste? ¿Por qué razón va a reducir su déficit una economía que se achica si, justamente, la recaudación -es decir, los ingresos del fisco- depende del tamaño de esa economía? Muchas veces ocurrió que los ajustes fiscales consiguieron lo contrario a lo que se proponían: aumentar en lugar de reducir el déficit. ¿Seguro que esta vez es diferente?

Personas que tienen llegada directa al Presidente han manifestado su escepticismo en estos días en riguroso off the récord: «El Gobierno se asustó tanto con la corrida que dejó de pensar en la expansión. Solo piensa en el ajuste. Y se equivoca. Si la economía no crece, todo va a ser peor. Pero para que eso ocurra tienen que estar obsesionados con buscar alternativas. No los veo para nada en ese camino».

La tercera pregunta: en estas últimas semanas se acentuaron todos los datos negativos sobre el déficit externo. El Gobierno subestimó ese proceso antes de la crisis. ¿Lo sigue subestimando ahora?¿Tiene alguna estrategia para revertirlo? ¿O solo se trata de rezar para que nadie se de cuenta que hay una enorme cantidad de dólares que necesita la Argentina para seguir funcionando?

La cuarta: ¿En qué momento se producirá un nuevo shock, producto de algún episodio incierto del turbulento escenario internacional?

El optimismo no realista sostendría, por su parte, algo así como: «Nuestro programa superó un momento difícil producto de un suceso internacional inesperado. Si aceleramos el ajuste, el mundo volverá a confiar en nosotros. Es solo cuestión de hacerlo. Y tenemos un gran equipo. Entonces, bajará la inflación y subirá la inversión. La sociedad nos creerá y, por eso, Macri va a ser reelecto. Lo peor ya pasó. No hay nada que temer».

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