Opinión

AnálisisNo seas bolú

Ese es el título de una columna que forma parte del libro Notas dispersas de Carlos Saravia Day del año 2009.

El término se instaló con fuerza este martes luego de que la vicepresidenta Cristina Kirchner dijera «La que me siento una boluda soy yo» durante el largo monologo con el que intentó llevar al terreno político el juicio por la denominada Causa Vialidad y por la que el fiscal Diego Luciani pidiera una condena de 12 años de prisión y la inhabilitación perpetua en cargos públicos.

La frase de la Vicepresidenta refrescó aquella nota de Carlos Saravia Day por lo que resulta oportuno recordarla:

No seas bolú

Silvio Berlusconi… les dijo en una oportunidad “coglioni” a los votantes que no lo votaban. Coglioni es el plural de boludo.

Los españoles dicen “gilipollas”, los franceses “con” y en ingles se dice “sucker”.

En su famosa “Balada del boludo” Isidoro Blastein convierte en sublime lo que en la jerga se ha ido reduciendo hasta convertirse en “bolú”. Antiguamente había reverendo o reverendísimo. Pero como ahora los que ejercen se han multiplicado tanto, la condición ha perdido eficacia.

En el caso argentino, el término ha sufrido la contracción testicular quedando reducido a bolú. Término despreciativo como pocos, sea que se lo aumente o disminuya, nada agrega a la idea de que sigue siendo lo mismo. Manera de decir abreviada  quizás por economía de lenguaje, que sin cambiar de sentido la palabra cambia de ruido y se hace breve y enfática. Aunque a la postre por su uso indiscriminado pierde todo sentido y significado, porque termina siendo utilizado como término ortopédico, como en el caso del “esté” que sirve para rellenar la frase. Como la boludez está globalizada, pronto la contracción argentina para referirse a la víscera corajuda alcanzará validez universal. Sin descartar que el neologismo criollo sea incorporado  a todos los diccionarios. Término antes de circulación restrictiva y solamente empleado  en momentos y a personas apropiadas, hoy se ha convertido en muletilla imprescindible.

Hay palabras, que desdoran, afean y corrompen el lenguaje. En el caso que estamos considerando, por su uso indiscriminado y por indisimulable procacidad maltrecha.

No implica lo dicho condenar a los argentinismos, muchos de ellos por lo sintético y expresivos, y que fueron incorporados al diccionario como es el caso de macana, macaneador, tongo, caradura o tilingo. El vicio congénito del término bolú está en su origen procaz. Hoy ambiguo (indistintamente amigable, despectivo, dispensador de confianza, etc) se ha convertido en el pan nuestro de cada día del diario lenguaje.

 

 

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