Opinión

Análisis Massa, víctima de su propia indefinición

Por Joaquín Morales SoláSergio Massa espera la última encuesta para saber si es kirchnerista o antikirchnerista. La diferencia entre ser una cosa o la otra es abismal. Pero su costumbre y su arte consisten en estar en condiciones de caminar hacia cualquier dirección. De hecho, nació en la política -y creció- de la mano del matrimonio Kirchner, aunque luego se encargó de liderar la oposición que frenó la re-reelección deCristina Kirchner , en 2013.

Producto cabal del conurbano bonaerense, no les tiene miedo a los saltos políticos, aunque sean mortales y sin red. Es el caso de ahora. Si bien Massa cree que ha logrado instalar su figura en la centralidad de la política, lo cierto es que cada día de indefinición que pasa lo desgasta aún más. ¿Se irá con Cristina Kirchner? ¿Entrará por la única puerta que le abrió Alberto Fernández , que es la competencia con él por la candidatura presidencial? ¿O, en cambio, preferirá quedarse entre los peronistas no kirchneristas, que fueron su lugar de pertenencia en los últimos años? A Juan Manuel Urtubey le aseguró que se quedaría con ellos, pero el propio gobernador de Salta relativizó luego esa aseveración: «Hay gente que cambia de opinión», deslizó Urtubey, no sin cierta mordacidad.

Ese cambio de opinión (pasar de antikirchnerista a kirchnerista) lo provocan, en parte, los pocos dirigentes políticos que están quedando a su lado. Eligen mudarse hacia la fórmula peronista que mejor mide en las encuestas. Pero ¿y los votantes de Massa? ¿Qué harán los que lo siguieron porque tenía un discurso furiosamente crítico de los Kirchner o los que luego le creyeron cuando propuso la «amplia avenida del medio», que él parece abandonar ahora cuando entrevé que esa avenida se encogió?

La única excepción entre los políticos es Graciela Camaño, que le aconseja no trasladarse al kirchnerismo porque ella no podría explicar su cercanía con Cristina, de quien fue una implacable crítica. El propio Massa no podría explicar por qué estaría cómodo al lado de quienes acusó de haber mandado a violar y robar su casa en el Tigre. Ese robo está filmado y fue perpetrado por un agente de los servicios de inteligencia de la era de Cristina Kirchner, a quien Massa acusó de la autoría intelectual.

Los sectores empresarios cercanos a Massa (que no son muchos, pero influyen sobremanera en él) están más divididos. Algunos le aconsejan seguir la fórmula de los Fernández; otros le reclaman que se quede donde está. Massa escucha a ciertos empresarios como no escucha a nadie más. Ese tironeo entre encuestas, políticos y empresarios está dilatando su decisión final, que -es cierto- lo colocó en el centro de la escena política. Afecto a la táctica y desconocedor de la estrategia, está dispuesto a morir por un juego de corto plazo. Él mismo se encerró en un problema que carece de solución buena.

Sin embargo, el factor Massa influye, al menos en la perspectiva muy breve, en el comportamiento futuro de varios dirigentes importantes. Uno de ellos es, sin duda, Roberto Lavagna. El exministro de Economía podría seguir aspirando a la candidatura presidencial si Massa desapareciera del espacio peronista no kirchnerista. Es decir, si se fuera con Cristina. Solo le quedaría a Lavagna, en tal caso, un acuerdo con Urtubey para limpiar el camino de su nominación y aspirar a liderar el espacio social que no es ni macrista ni kirchnerista. Al revés, si Massa decidiera cumplir con la promesa que le hizo a Urtubey y se quedara con él y el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, a Lavagna le será difícil conservar su candidatura.

La avenida del medio, ancha o angosta, se fragmentaría demasiado cuando ya las encuestas señalan un crecimiento de la polarización entre Macri y Cristina. Ninguna medición de opinión pública consigna por ahora un crecimiento del exministro de Economía. Desde el principio de todo, Lavagna puso como condición para ser candidato que él debía expresar, antes de las primarias de agosto, al tercio del electorado que no está con el oficialismo actual ni con el oficialismo pasado.

El exministro cree, no sin razón, que un resultado módico en agosto le resultará más módico aún en la primera vuelta de octubre. Una mayoría social suele votar a potenciales ganadores. Lavagna guarda silencio desde hace varios días, supuestamente a la espera de esa decisión de Massa que podría indicarle el camino hacia la candidatura o hacia su casa. También Lavagna tuvo razón cuando se negó a competir en una interna con Massa y Urtubey, porque supuso que no saber qué haría Massa era un mal síntoma para su política alejada de la grieta que divide a macristas de cristinistas.

También María Eugenia Vidal espera esa decisión de Massa para saber si cerrará el acuerdo con el peronismo no kirchnerista para que su candidatura a gobernadora vaya en las listas de ellos y en las de Macri. La idea, que no fue de ella, tiene mucho de chapucería política y jurídica. La propuesta original se la hicieron Schiaretti y Urtubey al propio Macri, que la envió para su evaluación al gobierno bonaerense. Los gobernadores de Córdoba y Salta carecen de un candidato importante en el principal distrito electoral del país. Sería, si lo es, una decisión jurídicamente cuestionable: la ley que implantó las elecciones primarias obligatorias y simultáneas prohíbe a los candidatos figurar en dos listas distintas. Macri ratificó el espíritu y la letra de la ley cuando, hace poco más de un mes, firmó un decreto que establece la misma prohibición. El gobierno nacional temía entonces que un mismo candidato figurara en las boletas electorales de Cristina y de Massa. ¿Sería creíble ahora que un nuevo decreto de Macri derogara el anterior decreto solo porque hizo un acuerdo propio con el peronismo alternativo? ¿Cuánto demoraría la Justicia en dejarlo sin efecto?

Es probable que ese acuerdo deje tranquila a la matemática, pero la política es más compleja que la matemática. También es cierto que Macri necesitaba dar una señal de cambio, sobre todo después de que Cristina sorprendió a la política -y a la sociedad- con la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente. Pero ¿cuántos votantes de Macri y de Vidal se decepcionarían ante un acuerdo con Massa, sobre todo? Schiaretti y Urtubey son otra cosa, más tolerables para el votante macrista. ¿El cambio no debería incluir también la continuidad del cambio? ¿Un acuerdo por colectoras electorales no se parecería demasiado a las mañas de los viejos caudillos del conurbano? ¿No sería visto por muchos como un regreso a la vieja política? Para terminar haciendo esto porque el triunfo en Buenos Aires es imprescindible para el macrismo, como realmente lo es, ¿no hubiera sido mejor, acaso, desdoblar las elecciones bonaerenses de las nacionales?

El problema de Vidal se agravaría si Massa se quedara en el espacio no kirchnerista. ¿Podría compartir su candidatura con Macri y con Massa, que es hoy el dirigente opositor con el discurso público más crítico de Macri, más aún que el de Cristina Kirchner o el de Alberto Fernández? ¿Es necesario, a todo esto, que Macri recurra a semejante ejercicio de acrobacia política? Según las últimas encuestas, la imagen del Presidente y de la su gobierno han mejorado notoriamente en el último mes. «Este es el mejor mes de Macri en lo que va del año», resumió uno de los principales encuestadores. De un año, claro está, que no fue bueno para el Presidente. Lo que importa al Gobierno, de todos modos, es que la tendencia indica una importante mejoría cuando se acercan las elecciones.

Estos son dilemas que acosarán a Massa si se queda en el espacio del peronismo alternativo. Si se fuera, lo aguardará la derrota frente al binomio Fernández-Kirchner. Ni siquiera será una derrota dulce, sino dura y abrumadora. Para peor, la ley de las PASO impone también a los precandidatos derrotados que se queden en el partido o alianza en que compitieron. No puede irse a otro lugar después de haber perdido en las primarias. La opción de Massa es tan simple como inquietante: o se queda donde estuvo en los últimos seis años, con el riesgo de pertenecer al bando derrotado, o se va para perder abrazado a Cristina Kirchner. Él mismo, solo e inexperto, se metió en ese espantoso laberinto.

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