Cultura

Historia Manifiesto comunista: 170 años de uno de los textos más influyentes y polémicos

Incluso a quienes no hayan leído este Manifiesto, algunos de sus conceptos les resultarán familiares. Desde la metafórica frase inicial -«un espectro se cierne sobre Europa, el espectro del comunismo», hasta la convocatoria final: «Proletarios del mundo uníos», sus principales definiciones fueron mundialmente difundidas, y tuvieron larga influencia.

Hasta qué punto puede responsabilizarse a Marx y su Manifiesto por todo lo que hicieron luego sus seguidores es un debate que perdura y que se reavivará este año porque el próximo 5 de mayo se conmemorará el bicentenario del nacimiento de este influyente filósofo alemán.

La aplicación práctica del marxismo leninismo tuvo por resultado diferentes tipos de totalitarismos, más blandos o más duros, según el país o la etapa histórica.

Para sus defensores, Marx no es responsable de las posteriores «desviaciones» de su ideal de sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados. Para sus detractores, el germen del totalitarismo, del sometimiento del individuo al Estado, ya se encontraba en aquel texto fundacional.

Un texto por encargo, una utopía voluntarista

Publicado por primera vez en forma anónima, en Londres, el 21 de febrero de 1848, fue un texto escrito por encargo de la Liga de los Comunistas, una asociación creada poco antes, en junio de 1947, e integrada mayormente por exiliados alemanes, como el propio Karl Marx. Cuando redactó el Manifiesto, a dúo con Friedrich Engels, Marx ya había sido expulsado de Alemania y de Francia por sus ideas socialistas y su activismo. Durante su exilio en Londres escribirá casi toda su obra.

 

Marx y Engels escribieron varios ensayos juntos

Marx y Engels escribieron varios ensayos juntos

Diferenciándose de los «socialistas utópicos», Marx y Engels se propusieron formular los principios de un «socialismo científico», partiendo de una crítica al orden capitalista que expuso las leyes de su funcionamiento; leyes que llevarían al sistema a su destrucción.

El Manifiesto, por lo tanto, fue mucho más que una simple proclama política. En este pequeño libro, Marx volcó una teoría de la historia y del progreso, del funcionamiento de la economía y de las clases sociales. Además, profetizó la revolución proletaria.

Pese a ser caracterizado como materialista, pese a proclamar que las sociedades no cambiaban por las ideas sino por un determinismo basado en las contradicciones entre los sistemas y los intereses de clase, lo que Marx formula en el manifiesto revela del orden de las utopías. La utopía de la igualdad, de la propiedad colectiva de los medios de producción, de todos los hombres trabajando a la par, no en beneficio propio e individual, sino del conjunto. Una utopía voluntarista.

Algunos intuyeron ya por aquel entonces que la instauración del comunismo implicaría una restricción total de las libertades individuales, descalificadas por «burguesas».  Proudhon le escribió a Marx: «No nos convirtamos en jefes de una nueva intolerancia».

Sus predicciones sobre el fin del capitalismo no se verificaron, como es evidente. Pero su análisis del funcionamiento de ese sistema sigue siendo valorado y no sólo por los enemigos del capitalismo; también por sus defensores.

«Contra este espectro (del comunismo) –escribe Marx- se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes».

Esta estigmatización lleva a Marx a afirmar que «ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones». Para ello, el Manifiesto.

Para Marx y Engels, «la historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases», desde los patricios y los plebeyos en la antigua Roma, los siervos y los señores en el feudalismo, hasta los burgueses y los proletarios en el capitalismo.

El burgués posee los medios de producción pero son los proletarios -que no los poseen- quienes generan el valor de las mercancías con esos medios.

La burguesía es una clase dinámica que ha jugado en la historia un papel revolucionario al derrocar al poder feudal. Su prosperidad deriva del crecimiento de la industria y del comercio, potenciados por la apertura de nuevos mercados, por ejemplo, como resultado del descubrimiento de América y la apertura de mercados en Asia.

La revolución industrial impulsa a crear un mercado mundial y acelera aún más el desarrollo del comercio, de la navegación y las comunicaciones.

El poder político, los gobiernos, no son más que comités que administran para la burguesía.

Vale la pena reproducir un párrafo que el Manifiesto dedica a la clase dominante:

«La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios (…). Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó (…) un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación».

Este breve extracto permite apreciar lo atractivo de la prosa marxista, el modo conciso y drástico con el que se analizan y exponen los armazones del sistema.

Pero las realizaciones de esta clase burguesa son también admirables. Muestran todo aquello de que es capaz el genio humano. La burguesía no puede subsistir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y las relaciones de producción.

Otra condición necesaria a la subsistencia de la sociedad burguesa es el imperialismo: la constante carrera hacia adelante le impone conquistar nuevos territorios, nuevos mercados para sus mercancías y nuevas fuentes de materias primas.

La burguesía exporta el modo de producción capitalista a todo el mundo, pero también sus gustos, ideas y costumbres: «Con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes».

En lo interno, se produce un éxodo del campo a la ciudad, los campesinos se convierten en obreros, lo que no es necesariamente negativo para Marx, ya que, al liberar más fuerzas productivas de las relaciones feudales que las ataban a la tierra, completa el paso del antiguo sistema al capitalismo, un estadio superior de desarrollo.

Esta liberación de relaciones de producción antiguas también tendrá incidencia en el desarrollo de las ideas. Porque para Marx es la materialidad la que determina la conciencia: no son las ideas las que modelan las condiciones concretas de vida de los hombres en una época dada, sino las condiciones económicas, el nivel de desarrollo material de una sociedad. Los espíritus cambian porque cambian las condiciones económicas.

Ahora bien, llegará un momento en que, como en el feudalismo, también en la sociedad burguesa las relaciones de producción pueden desacoplarse del estado real de la sociedad. Esto genera crisis que, a diferencia del feudalismo, no desembocan en hambrunas sino en sobreproducción. Demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio.

La burguesía desatará entonces guerras imperialistas, en busca de nuevos mercados, nuevos productos, lo que desembocará en más explotación y generará en adelante nuevas crisis.

Pero en este proceso, advierte Marx, la burguesía engendra también sus futuros verdugos, los proletarios. «En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital.  El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera…».

El obrero es esclavo de los burgueses y de la máquina -y por un sueldo de subsistencia- en un sistema cuyo fin proclamado es la ganancia. Eso legitima la reivindicación comunista de que los medios de producción deben pertenecer a quienes trabajan con ellos, a los obreros, y no a los burgueses.

Marx profetiza que pronto la clase obrera tomará cada vez más conciencia de su fuerza y se organizará. Que la revolución está cercana porque el proletariado ha tomado distancia de los valores burgueses: ha entendido que las leyes, la moral, la religión, sólo encubren intereses de clase.

El paso de la sociedad burguesa a una nueva sociedad no puede hacerse mediante reformas, sino por una revolución. Esta posición es la que diferencia a Marx de los socialistas que preconizan reformas y cambios lentos, mientras que los comunistas quieren la revolución, lo que implica cierto grado de violencia.

Marx no hace una condena moral sino histórica de la burguesía. La sociedad burguesa va a desaparecer porque está atrapada en contradicciones insuperables. Explota al proletario al punto de no dejarlo sobrevivir.

La misión del partido comunista es ayudar al proletariado a organizar la revolución. Mejor dicho, a acelerarla, ya que la misma es inexorable.

La abolición de la propiedad privada

«Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros. Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada». Así resume el Manifiesto el núcleo del programa comunista.

Marx se adelanta a las críticas. «Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población (…)!»

Y también: «Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesará toda actividad y reinará la indolencia universal. Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habría estrellado contra el escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los que adquieren, no trabajan.» La concreción del comunismo –que Marx no vería- desmintió drásticamente esta afirmación. Precisamente, la caída de la productividad fue el gran punto débil de las economías colectivistas.

Optimista, Marx se muestra convencido de que el cambio en las condiciones materiales hará cambiar las mentalidades; eliminará el individualismo burgués.

«A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad. Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen», alega, convencido de que la revolución proletaria pondrá fin a las rivalidades nacionales. Otra afirmación idealista que recibirá una desmentida histórica, con la Primera Guerra Mundial, cuando los proletarios de todo el mundo opten por la patria antes que por la solidaridad internacional de clase.

Pero en 1848, Marx y Engels estaban convencidos de que la instauración del comunismo implicaba el fin de la lucha de clases en lo interno y de la hostilidad entre las naciones en lo externo.

El Manifiesto concluye con una exhortación: «Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista.  Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas.  Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los Países, uníos! «

La relectura del Manifiesto a la luz de la historia debería llevar a la reflexión acerca de cómo armonizar libertad e igualdad, en la búsqueda de una sociedad más justa. Una no debe ser sacrificada en el altar de la otra; o a la larga se pierden ambas, según publicó Clarín.

El capitalismo no sucumbió a sus crisis, como pronosticó Marx. En diferentes etapas y países, las superó adoptando un rostro más social, alejado de las formas crudas de explotación que denunciaba el Manifiesto.

Hoy, en muchas regiones del mundo, la brecha entre ricos y pobres se agudiza, desafiando a la imaginación a encontrar nuevas soluciones, sin caer en concepciones reduccionistas de la naturaleza humana que olvidan que el hombre es armonía de individuo y sociedad, de materia y espíritu. Que aspira tanto a la justicia como a la libertad.

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