Opinión

AnálisisMacaneos raciales

Por Carlos Saravia Day

                                                                                                              A raíz de las recientes declaraciones del presidente Alberto Fernández: “los mexicanos salieron de los indios”, “los brasileros salieron de la selva” y los argentinos, “de los barcos” que llegaban de Europa.

El premio Nobel de medicina en 1962, James Watson, desató una fuerte polémica, al afirmar que “los blancos son más inteligentes que los negros y que las diferencias entre las razas serán halladas en diez años” y agregó que se siente muy pesimista por el futuro de África.

Es curiosa la importancia de la palabra raza cuando su significado étnico parecía sepultado junto al ensayo político militar de la Alemania nazi al exaltar la raza aria, de ahí que muchos etnógrafos consideran el concepto de la raza exclusivamente lingüístico y que nada tiene que ver con la etnografía.

La idea surgió de la mente antojadiza de Joseph Arthur Gobineau, más conocido como el conde de Gobineau (paradójicamente francés), quien en 1853 escribe una obra que entonces pasó inadvertida titulada “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”. Con este motivo estudia las distintas razas, afirmando que son absolutamente desiguales. Distingue tres tipos de la raza negra, la amarilla y la blanca. La primera es la lana, la segunda el algodón y la tercera es la seda. Con gracia criolla José Hernández, como el conde francés, abreva de la clasificación pigmentaria, aunque Hernández deja afuera la raza amarilla y la sustituye por el mulato. En uno de sus cantos el bardo nuestro dice: “A los blancos los hizo Dios, a los Mulatos San Pedro y a los negros los hizo el diablo para tizón del infierno”. Volviendo al pensador francés, él sostiene que cuando la sangre aria disminuye aumentan las mediocridades y los hombres viven embotados en sus nulidades como “los búfalos rumiantes de las lagunas pontinas”, remata metafóricamente asistido por razones de color de piel y textura de pelambre.

Esto es como decir que la walquiria Brunilda sacada de la mitología escandinava del Edda, es más inteligente y bella que la reina Sulamita, la de “El cantar de los cantares”, o tal vez suponer que en la historia Cleopatra no haya sido más inteligente y seductora que Julio César y Marco Antonio juntos, y esto no es cuestión de piel, ni crencha, sino dictamen de la historia. A las pruebas me remito: los dos romanos terminaron seducidos por la rey egipcia. (Recordemos que a la actual vicepresidente, Cristina Fernández, le gusta ser nombrada como la arquitecta egipcia)

La idea de pureza de la sangre entre los hombres comenzó cuando los lingüistas cayeron en cuenta que todos los idiomas europeos tenían un origen común, y Franz Bopp fundará la gramática comparada. Entonces se creyó que una misma raza hablando en un mismo idioma había aparecido en Asia y se había derramado por doquier.

Para enaltecer la raza aria la condecoraron con los mejores atributos: ario quería decir señor, el noble, el amigo excelente, etc., pero lo más original de todo es cuando se pretendió asentar la inteligencia en la forma de la caja craneana, que solo sirve de recipiente al cerebro. Para ello se echó mano a la distinción entre braquicéfalos y dolicocéfalos, según el envase sea cuadrado o alargado.

Es muy complicado el cerebro en su función para arribar a tal conclusión. Decir que los braquicéfalos no pueden ser geniales, cuando Kant lo era, resulta cómico como decir que Beethoven no podía ser músico, además también lo era y para agregado, sordo.

El prejuicio racial por el color o pelambre en el ser humano es anterior a la palabra que lo designa. España fue crisol de razas y culturas como ninguna otra nación: celtas, íberos, cartagineses, griegos, romanos, visigodos y por fin árabes – sin olvidar a los judíos- lo que dio origen a tantas voces que hoy parecen pintorescas y que solo se evocan por su gusto arquitectónico: como es el caso del arte mudéjar; también hubieron mozárabes y muladíes (blanco criado por árabes).

Estas voces prejuiciosas y enderezadas a la afrenta, cuando no a la diferencia injuriosa, venidas de España encontraron eco en América mutándose en nuevos sones de acuerdo a nomenclaturas bizantinas e insultantes: el mestizo era hijo de blanco y de indio. El mulato (este nombre viene de mula) de blanco y negro. El zambo era hijo de indio y negro. El tercerón de mulato y blanco. El cuarterón de tercerón y blanco, en tanto que el tercerón y el mulato daban el “tente en el aire”, y el ayuntamiento de cuarterón y negro producía el “saltapatrás”.

Entre nuestros próceres indisputados, Moreno y Rivadavia fueron mulateados por los historiadores que no comparten sus ideas ni sus procederes. Pero vengo a descubrir, en un viejo “Anecdotario argentino” de José María Aulín, que Rosas también fue sambenitado en su tiempo con el mote que más allá de cualquier biotipo se había originado en el resentimiento político. Las caracterizaciónes de los dos próceres anteriores en su biotipo pasa sin detenerse. ¿Pero cómo extenderla al arcángel rubio de las pampas?

Relata José maría Aulín: “Hablando una vez con la señora Agustina Rozas de Mansilla, su amiga de la infancia doña Hortencia Lavalle, le decía recordando los días de su juventud- Qué tiempos aquellos hija mía, figúrate que yo como muchas otra personas viví convencida que don Juan Manuel era mulato. Imagínate que una vez estando en la puerta tomando el fresco pasó un señor a caballo muy bien montado, vistiendo uniforme militar que nos saludó cortésmente. Tatita contestó con frialdad ¿Quién es ese señor? Pregunté luego que hubo pasado: El mulato Rosas ¿Mulato tatita si es rubio? Así los llamamos nosotros los unitarios”.

Cuando alguien decía el mulato Rosas, agrega Aulín, no quería referirse al color de su cara, sino a sus hechos; en el Río de La Plata como en todo América española, era y es aún creencia general que del mulato “no hay que fiarse”.

En Salta con variaciones, se decía: “Cuidate de los vientos colados y de los mulatos aseñorados”.

Tan inasible resulta el concepto de raza que hay que conformarse con la certera clasificación binaria en base al comportamiento: los hombres o saben enmendarse o son incorregibles, con perdón del premio Nobel de Medicina.

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