Opinión

Análisis Los K y el virus distanciaron a la Argentina de Chile

Por  Eduardo van der Kooy
Todos los gobiernos de la región de centro o centroderecha son sospechados por el kirchnerismo. El caso de Bolivia, Joe Biden y la apuesta en Ecuador.

Alberto Fernández realizó ayer su segunda visita oficial a un país de la región. A un vecino. Se entrevistó en Santiago con el presidente de Chile, Sebastián Piñera. El 20 de noviembre último había cruzado el Río de la Plata para compartir en la Estancia Anchorena un asado con Luis Lacalle Pou. Ambos son jefes de Estado distantes del mosaico ideológico –o algo así- que caracteriza a la coalición oficial en la Argentina, el Frente de Todos.

El Presidente supo reconocer que “en este tiempo difícil”, Piñera “me llamó más de una vez” para preguntarme qué podía hacer por nosotros y qué podíamos hacer juntos. Sin embargo, se lamentó que “si hubiésemos estados más juntos y más unidos”, seguramente podríamos haber llevado mejor las cosas. Como si por algún golpe de hechizo las relaciones bilaterales no hayan funcionado según lo pretendía.

La política exterior del Gobierno ha sido la que, en verdad, no funcionó durante el primer año. Porque ese desempeño sonó siempre más pendiente de las necesidades políticas internas en el FdT que de los intereses objetivos de la Nación. Todo aquello que encuadre dentro del vaguismo neoliberal que utiliza el kirchnerismo para diferenciarse del resto, nunca resulta de su agrado.

En ese aspecto, a Alberto le tocó debutar con poca suerte. La región, salvo Venezuela, está dominada por administraciones de centro o centroderecha. Sospechosas para los K. Recién en los últimos meses resurgió Bolivia, tras la victoria del economista Luis Arce, discípulo –se verá hasta dónde—del líder Evo Morales. Otra esperanza argentina está depositada el 7 de febrero en Ecuador. Allí tiene muchas chances de triunfar el correísta Andrés Arauz. Ex ministro del líder condenado por corrupción, con residencia en Bélgica. Recibido por Cristina Fernández en el Senado, en claro gesto de participación en la campaña ecuatoriana.

Tanta fue la soledad del presidente argentino en sus inicios que decidió anclar la política regional en un empalidecido Grupo de Puebla. Ensayo de tinte progresista. La contracara del Grupo de Lima que promueve la democratización en Venezuela. Fue creado en 2017, también están la Argentina y México, pero con las ingratas compañías de Estados Unidos –habrá que ver con Joe Biden- el Brasil de Jair Bolsonaro, Canadá y el Chile de Piñera, entre muchos.

Aquel anclaje fue perdiendo consistencia, sobre todo, por las posturas de Andrés Manuel López Obrador, el mandatario de México. Apostó de manera muy ostensible a la reelección de Donald Trump. Demoró en reconocer la victoria de Biden. En su primer diálogo, incluso, sorprendió al presidente demócrata con una frase: “Sepa que Trump fue muy respetuoso con México”. Omitió cualquier referencia a la edificación del muro fronterizo.

Alberto recibió la llegada de Biden a la Casa Blanca como un bálsamo. Por dos razones. La influencia que Estados Unidos podrá tener en la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) por la deuda del US$ 44 mil millones heredada del macrismo. La pérdida de volumen político regional que aquella victoria produjo en el Brasil de Bolsonaro. Totalmente identificado con Trump. De hecho, el mandatario brasileño comenzó a insinuar un giro.

El internismo kirchnerista tampoco perdió esa oportunidad. Mientras Alberto fue el primer presidente latinoamericano en reconocer la victoria de Biden y en saludarlo cálidamente tras su asunción, la Cancillería, que conduce Felipe Solá, advirtió sobre el peligro que se “repita el intento de desunión entre nuestros pueblos como en la etapa anterior”. Para el experto Carlos Pérez Llana se trató de una lógica de libro dentro del FdT: la necesidad de contentar a los sectores intransigentes. En detrimento de la política presidencial.

Alberto concretó ahora su primera aproximación a Chile con un horizonte incierto. Este año será la votación constituyente por la reforma constitucional. Precedida por violentas expresiones de descontento social. El año que viene ocurrirá el reemplazo de Piñera. Con un escenario político fragmentado. Tanto del lado de la Concertación, coalición gobernante la mayor parte del ciclo pos pinochetista, como de la derecha o centroderecha.

El Presidente tuvo y tiene una buena relación personal con Piñera. Pero el kirchnerismo nunca le permitió un desarrollo exhaustivo entre los países por el signo político del mandatario chileno. La pandemia también ahondó las divisiones. En este caso, debido a errores de Alberto que también pudieron ser inducidos por la interna K.

En mayo, en el despuntar del Covid-19, Alberto hizo exaltación de los presuntos éxitos argentinos en contraposición con el fracaso que evidenciaba Chile. Eran los tiempos en que aparecía flanqueado por Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de la Ciudad, y Axel Kicillof, el gobernador de Buenos Aires. La desmesura movió una réplica del entonces ministro de Salud, Jaime Mañalich, que tildó de “inconducente” cualquier comparación.

En agosto ambos presidente tuvieron una videoconferencia en la que celebraron la eliminación del cobro del roaming en las comunicaciones de telefonía móvil entre los países. Pero solo 48 días después, en otra de las presuntas exposiciones magistrales por la pandemia, Alberto insistió con las descalificaciones a Chile. Mencionó su colapso.

La relación volvió a tensarse. Pero Santiago hizo mucho para que no escalara. Las cifras de la pandemia comenzaron a hablar por sí solas. Chile tiene casi 710 mil infectados y ocupa en ese aspecto el puesto 24. La Argentina enfila hacia los 1.900.000 y figura entre las trece naciones más afectadas.

Luego sobrevino la carrera por las vacunas. Común denominador en todo el mundo. Chile cerró un primer trato con el laboratorio Pfizer-BioNtech (estadounidense-alemana) y diseño un plan de inmunización muy detallado, que tiene dificultades porque la provisión del producto se realiza con retraso.

La Argentina ató su suerte a la Sputnik V y posee un programa difuso de vacunación. Rusia no tiene capacidad de producción para cumplir con el compromiso contraído. También está el acuerdo con AstraZeneca, británico-sueco, cuyas vacunas estarían disponibles recién con el otoño entrado. Quizás cuando la segunda o la tercera ola del Covid-19 aterrice en la región.

Con ese panorama y la cronología del año de vínculo bilateral entre la Argentina y Chile resulta difícil comprender el lamento (no haber trabajado en conjunto) que Alberto lanzó ayer en su paso por Santiago.

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