Cultura

Permítame contarleLeón Tolstoi, en el nostálgico recuerdo de su nieto Serge

Por Magdalena Ruiz Guiñazú
Aquel invierno parisino de 1979 fue frío y ventoso, lo cual no impidió innumerables actos para conmemorar que en esos días León Tolstoi hubiera cumplido 150 años.

En teatros y monumentos se sucedieron homenajes y evocaciones para aquel padre de trece hijos que había encontrado tiempo para escribir obras clásicas como La guerra y la paz o Ana Karenina.

Una celebración a la que también yo, simple periodista argentina, quise acoplarme.

Por esos misterios de la vida, me presentaron al conde Serge Tolstoi, médico radicado en Francia y uno de los muchos nietos del célebre escritor.

Recuerdo la casa del doctor Tolstoi que, aún siendo de estilo francés, nos permitió entrever el pasado a través de iconos dorados, fotografías fascinantes.

Y esa hospitalidad que, seguramente, había reinado a principios del siglo XX en Iasnia Poliana, la casa de campo rusa cuyo nombre significaba “claro del bosque”, hoy transformada en museo.

Tolstoi vivió allí prácticamente toda su vida y el doctor Serge, como nieto menor, recordaba una inmensa mesa donde nunca había menos de quince personas.

“La falta de hoteles hacía que amigos y admiradores se quedaran allí y disfrutaran de una existencia dulce y apacible, muy semejante a la que llevan (en un comienzo) los protagonistas de La guerra y la paz”.

“Mi abuelo –explicaba Serge– tenía una profunda preocupación por la cultura, por la educación.”

“Sostenía, por ejemplo, que a un niño no se le puede enseñar un texto de memoria sin que lo comprenda. Sólo así podrá recordarlo.”

“Las obras de mi abuelo eran usadas en las escuelas de Rusia y también mi abuela tenía un sentido innato de la comunicación con los niños.”

El doctor Serge la evocaba así: “Mi abuela solía recortar figuritas de papel que luego desplegaba como pájaros victoriosos que causaban nuestra alegría”.

“La recuerdo con enorme cariño. Siempre estaba ocupada y como era muy miope, es todavía más conmovedor recordar que copiaba a mano las obras de su marido. En especial La guerra y la paz, que reprodujo siete veces”.

«Yo tendría alrededor de siete años cuando me llevaba de la mano hasta la sala principal y me describía a cada uno de los antepasados que, entre puntillas, nos observaban desde sus retratos.”

La nostalgia de Serge
El doctor Serge se recostó en su sillón y con los ojos semicerrados también evocó la tarde en la que aquella mítica abuela lo llevó hasta un claro del bosque donde la hierba era más tierna y las hojas, más verdes.

“Aquí descansa tu abuelo”, me explicaba, y cuando yo le preguntaba por qué no había allí ni cruz ni lápida, ella apretaba mi mano y murmuraba:

“No es necesario. Aquí León fue feliz buscando un tronquito verde donde, según la leyenda, estaban grabadas las reglas de conducta para seguir toda la vida. Hacer el bien, evitar el mal… Pidió que lo enterraran aquí…”

Mientras nuestro colega fotógrafo recibía la autorización de Serge para reproducir viejas fotografías, éste retomó su relato:

“Contemplando a estos antepasados que mi abuela describía en la sala de Iasna Poliana, nació en mí la necesidad de ser un biógrafo de la familia y como médico me he ocupado en mostrar los elementos fundamentales en la formación de la personalidad.”

“Es curioso, pero dentro de la inmensa bibliografía que se le ha dedicado, hasta ahora nadie se ha ocupado de explorar el entorno familiar.”

Luego, revisó su escritorio en busca de las fotografías que pudieran interesarnos.

Pero quizás lo que indagaba todavía el nieto de León Tolstoi era el alma de aquel pequeño vestido de encajes que, de la mano de su abuela, buscaba, como su abuelo atormentado, un tronquito misterioso, de un verdor más intenso, marcando un límite frente al cual siempre se ha debatido el hombre.

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