Opinión

Fotos de la velocidad“La verdad de un hecho trágico y luctuoso es deglutida por la fractura social”

Por Carlos Torino*

La foto es elocuente. Una camioneta está atravesada en la parte delantera del micro. La camioneta  y su bella doble cabina yacen averiadas entre las ruedas delanteras del rodado de mayor porte. Tiene su caja desgarrada. El vehículo símbolo del país agroexportador también sufre y se desmorona.

La foto es impactante. Se ven como abrazados los dos automotores con el límite de las dos líneas amarillas. Limite que desde el punto de vista vial  podría destrabar tantas preguntas, tantos por qué, tantas resignaciones. Las primeras fotos – no más de cuatro- muestran la escena cruda de los fierros retorcidos. Lo suficiente para cegar vidas humanas. Las fotos subsiguientes amplían la mirada y se observan frondosos árboles de las propiedades adyacentes al camino que se llama ruta, a pesar de que es una zona urbanizada hace décadas aunque ese status de ruta invita a  seguir revelando esas fotos de los llamados accidentes.

La foto de la portada de mayor generación de opinión pública en esta zona del norte argentino, tiene el fondo de un cartel de la última campaña política con el nombre y foto del candidato. Esta foto sí ubica dónde fue precisamente el llamado accidente. Indica la tragedia y los dos automotores, inmortalizados en la instantánea, asoman inseparables. Se observa el piso embarrado. Con agua. Hay colectivos y autos y gente. La escena amerita la ayuda. Hasta alguna frazada se ve y se supone la solidaridad.

Prontamente, el choque es trascendido por una información mayor: el padre del joven conductor de la camioneta fallece cuando reconoce a su hijo despojado de vida. Son dos víctimas y el “accidente” se convierte en una tragedia familiar. La noticia se vuelve a superar. Son dos miembros de una familia tradicional del pueblo. El choque es una conmoción. A esta altura la mirada y el sentir apunta a los occisos sin edad para ser eternos. Los accidentados reales son desplazados por el relato del drama familiar. Claro está, de una sola familia.

La foto del llamado accidente se completa con la versión confirmada mucho después de la conmoción de la tragedia, que hubo una mujer que, apenas la colisión, salió despedida del colectivo pero no se sabe ni su nombre. La noticia destaca que cayó fuertemente contra el cemento delante del micro pero parece que no le pasó nada y se sabe que el hospital del pueblo no da abasto, máxime cuando se sabe que el médico que debe estar no está y rápidamente el nosocomio se desborda por las urgencias. Se sabe que una mujer voló por los aires pero el dolor no sale más allá de los difuntos. Tampoco de los niños heridos se sabe una línea, por lo menos en los medios informativos importantes y no tan importantes. Menos se sabe del chofer. Parece que los milagros estuvieron en su día en la recta de Cánepa. Mucho menos se sabe de la empresa de ómnibus y menos que menos del Ministerio de Salud ni de la Municipalidad del lugar. Así la tragedia vial se subsume en lo trágico del padre y del hijo. Obvio ¿quién puede interpelar en la desolación  y la angustia a la mismísima muerte?

Las redes sociales arden. Los grupos de WhatsApp de los barrios alejados del centro del dolor manifiestan indignación por lo que se veía venir. Autos a altas velocidades y micros sin seguridad para los pasajeros. Pero se intuye que sin apretar el acelerador se disminuye la tragedia. Lo intuyen los de a pie. Los pies en el acelerador de los volantes solo conocen llegar rápido o escapar de una tormenta eléctrica o llegar a protegerse a tiempo de las famosas piedras. Ahí un mínimo descuido o desconcentración es fatal. La escena del bosque y los comentarios de testigos certifican por lo menos una mala maniobra.

Se revelan otras instantáneas. Preocupantes. “La imprudencia de las camionetas de los cholitos en la ruta” impacta un comentario de un lector en un diario. Impacta, por lo menos para este cronista. La indignación y la descalificación de clase ensancha la brecha social. “Pobre familia” es un comentario común en las redes. ¿Las familias de los que viajaban no son también pobres en este mismo  sentido? Otro contesta en el diario: Que seas pobre y no tengas ni para comprar una bici no es culpa de los que tienen camionetas, escribe naturalmente el lector. Los unos contra los otros.

La información se viraliza pero la foto del padre y el hijo circula como estampa. Son dos o tres click, tal vez sacadas de alguna red social. Circula para dar el titular a la nación toda.

Ni el diario que hace más de un siglo el progenitor de sus dueños actuales llamó “la tribuna de doctrina” se pregunta ni por los pasajeros del ómnibus ni por el chofer. Ni por el estado de salud de la persona que literalmente voló y dio con su humanidad en el pavimento, ni por los pibes lastimados. Tampoco se preguntan los medios locales y las redes sociales. ¿ Se preguntará su señoría?

En tiempos de posverdad parece haberse vaciado el ómnibus. Parece que solo chocaron dos automotores, no que uno colisionó con el otro. Los heridos no existen. La guardia del hospital registra a una treintena de heridos y lesionados. Son solo eso: un número. Mientras en la ruta del siniestro hay dos cuerpos sin vida y uno quedó así por inconmensurable amor pero esas almas tienen nombres. Tienen existencia en su última morada.

Las cámaras se empiezan a guardar para la próxima calamidad. Las adjetivizaciones de los nuevos cronistas de las redes sociales siguen su camino, envenenando otras historias. Mientras la verdad de un hecho trágico y luctuoso es deglutida por la fractura social. Nadie debe ni merece morir en una ruta. Nadie debe ni puede no llegar a su destino porque se le cruzó en el camino cualquier auto. Mucho menos ser invisibilizado porque los dolores de otros son más que los dolores propios.

 

 

*El autor es Periodista, salteño, oriundo de Cerrillos, radicado en Córdoba

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