Opinión

Análisis La traición que descubre Alberto Fernández

Por Eduardo van der Kooy
Cristina Kirchner quiere un cambio inmediato en el Gabinete. El Presidente, recién en noviembre. El número de ministros y funcionarios que presentaron la renuncia no diría tanto como el modo en que fue maquinado.

El Presidente repitió muchas veces, desde que fue ungido candidato en 2019, que nunca más se pelearía con Cristina Fernández. Tal vez no calculó que el desafío pudiera ser planteado, como empezó a suceder desde la derrota del domingo en las PASO, por la vicepresidenta. La dificultad para convivir entre los máximos exponentes del poder político ha abierto en la Argentina una crisis institucional, en su génesis, similar a la ocurrida hace exactamente dos décadas.

Se impone un repaso. En octubre del 2000 se produjo la renuncia del vicepresidente Chacho Alvarez, a raíz del supuesto pago de coimas en el Congreso para la aprobación de la reforma laboral. Fernando de la Rúa quedó extremadamente débil. En marzo del 2001 dejaron el gabinete de la Alianza ministros que respondían a Alvarez. En octubre del mismo año De la Rúa se hundió en los comicios de medio término. Renunció en el último mes de ese año, en medio de violencia y protestas callejeras. Quedó registrada como la gran crisis del comienzo de siglo.

Cristina parece haber decidido, en este caso, una intervención directa sobre la administración de Alberto Fernández. Se le puede llamar golpe palaciego. O como se quiera. Resolvió luego de conversaciones fracasadas vaciar de ministros y funcionarios –al menos simbólicamente- la gestión presidencial. Once fueron en total los que pusieron a disposición sus renuncias.

El número no diría tanto como el modo en que fue maquinado. Con la lógica que la vicepresidenta mamó por años de Néstor Kirchner. La primera señal fue ofrecida por Alicia Kirchner, la gobernadora de Santa Cruz, también derrotada el domingo. Le pidió la renuncia a todos sus ministros. En la mañana de este miércoles, la ministra de Gobierno de Axel Kicillof, Teresa García, comunicó que el gabinete íntegro había colocado sus dimisiones a la consideración del gobernador. No fue posible leer, sin embargo, ningún texto. Alberto, abrumado en estas horas, tal vez no advirtió la tormenta que se avecinaba.

Desde que inició la recomposición con Cristina, antes del 2019, el Presidente realzó el papel colaborativo de Eduardo De Pedro, el ministro del Interior. “Es un buen pibe”, repetía en alusión el dirigente oriundo de Mercedes. De Pedro, Wado para casi todos, fue en las últimas horas la punta de lanza de la operación para debilitar al Presidente. Lo hizo con la frialdad que transmite su figura, calcada de su jefa, Cristina.

Mientras el Presidente encabezaba un acto junto a Martín Guzmán por la Ley de Hidrocarburos, delante de importantes empresarios, De Pedro hizo entregar a la prensa el texto de su renuncia con una referencia a Néstor Kirchner. No tuvo carácter indeclinable: solo para que Alberto la considere. Detrás se alineó el resto de los kirchneristas.

Alberto se enteró cuando concluyó aquella ceremonia. Inició un improvisado despliegue defensivo con gobernadores. Anticipado el martes cuanto juntó a intendentes en Almirante Brown. Sus hombres más cercanos vivieron la novedad con perplejidad y enojo. Uno de ellos comentó cerca del anochecer: “Estamos asistiendo a una traición”. Lenguaje muy familiar al peronismo.

El movimiento de pinza de Cristina sucedió a una noche del martes durante la cual se produjo una fractura. Un desacuerdo ruidoso. Existen, a propósito, dos versiones. La de un diálogo solitario entre el Presidente y su vice. La de un encuentro entre Alberto, Sergio Massa, el titular de la Cámara de Diputados, y Máximo Kirchner. En cualquier caso el contenido de la agenda fue el mismo: Cristina desea un inmediato cambio en el Gabinete; el Presidente estima que hasta noviembre debe corregir ciertas políticas, aunque sin tocar el equipo. Después de las legislativas, según sean los resultados, relanzaría la gestión para darle al Frente de Todos la posibilidad de luchar por el recambio del 2023.

El Gobierno, virtualmente, está desde entonces partidos en dos. La fragmentación en el Frente de Todos asoma aún mayor. La simple enunciación no alcanzaría para dimensionar la gravedad de la crisis. La discordia ocurre después de la derrota en las PASO, en medio de una dantesca crisis económico-social y con la amenaza de una pandemia cuya atención el Gobierno parece haber abandonado. Los informes diarios del Ministerio de Salud carecen cada día de rigor. Está informando decesos que se produjeron en junio y julio.

Alberto se atrincheró con los suyos, que intentaron licuar el reto kirchnerista colocando también a su disposición las renuncias. Sobrevino una búsqueda de respaldo para afrontar la tempestad que encontró eco en un puñado de gobernadores peronistas de provincias chicas, en organizaciones sociales acicateadas por el Movimiento Evita y en la Confederación General del Trabajo. La adhesión más llamativa se habría originado en un llamado que el Presidente recibió de parte del líder camionero, Hugo Moyano.

Cuatro días después de la derrota electoral, el Gobierno de la coalición parece haberse asomado a un abismo. Esa sensación de vahído, quizás, indujo el retardado llamado que Cristina hizo al ministro de Economía, Martín Guzmán, para aclararle que no propiciaba su renuncia. Aunque, junto con La Cámpora, discrepa con el rumbo del profesor de Columbia. Habría sido una de las razones principales del desastre en las urnas. Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, esperaba una comunicación similar. Nunca le llegó.

La crisis política e institucional ha cobrado una dinámica de la cual resultará muy difícil regresar. El Presidente cavilaba este miércoles a la noche no aceptar ninguna de las renuncias que le fueron presentadas –tampoco la de los kirchneristas— y continuar como si nada hubiera pasado. Pero pasó. ¿Cómo podrán volver a convivir esos bandos a futuro dentro de la misma administración? ¿Cuánta confianza podrá seguir dispensando Alberto en De Pedro, “el buen pibe”? ¿Cómo podría suceder sin obstaculizar aún más una gestión que hasta el presente resultó ineficaz?

La interferencia mayor no sería esa. Parece claro que aquel dispositivo anómalo de poder que pergeñó Cristina –con un Presidente como delegado— se encaminaría a fracasar. No se percibe de qué modo podría resultar reparado.

La crisis afloró apenas el Gobierno debió dar los primeros pasos en busca de rehacerse para el exigente desafío de noviembre. Remontar la cuesta era ya difícil el domingo por la noche. Lo será muchísimo más después de esta explosión política. Juntos por el Cambio asiste incrédulo y agazapado al posible beneficio.

¿Pudieron Cristina y el kirchnerismo no advertir el daño objetivo que generaría la ofensiva contra el Presidente? ¿Qué sucederá si la derrota se repite o se profundiza el segundo domingo de noviembre? Son los peligrosos enigmas que envuelven en estas horas a la política y las instituciones argentinas. Se tornan más angustiantes cuando detrás de toda la escena se divisa el perfil de la vicepresidenta.

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