Opinión

AnálisisLa difícil apuesta de Alberto Fernández ante la pandemia

Alberto Fernandez

Por Fernando Laborda

Es un secreto a voces que la cuarentena total impuesta por el Gobierno hasta el 31 de marzo ha llegado para quedarse por más tiempo. Pero también se admite en círculos políticos y económicos que el aislamiento social preventivo y obligatorio no podrá extenderse a lo largo de meses enteros. Hasta cuándo aguantará la economía argentina las medidas restrictivas de la circulación y el encierro en los hogares es la gran pregunta que todos se hacen.

La respuesta de Alberto Fernández a ese interrogante por ahora se limita a tratar de acompañar a los grupos más desprotegidos, empezando por los trabajadores informales y los monotributistas de las categorías más bajas, que son aquellos que más pueden perder en la presente crisis por la pandemia del coronavirus . También se han anunciado exenciones del pago de contribuciones patronales para algunos de los sectores más castigados por la cuarentena, como las empresas de transporte, turismo o esparcimiento.

No tardarán en producirse planteos de empresarios en favor de un relajamiento gradual del confinamiento de la población en sus hogares. En las últimas horas, ya se escucharon comentarios de hombres de negocios y de economistas, quienes advierten que, habiendo provincias sin un solo caso certificado de coronavirus, la cuarentena podría ir dejándose de lado en determinadas zonas del país, dejando en sus casas solo a quienes se encuentran dentro de los grupos de riesgo, que son básicamente los adultos mayores.

La convicción del presidente de la Nación acerca de que debe privilegiarse la salud como bien superior antes que la economía no deja margen para pensar en relajamientos tempranos. El mundo parece darle la razón: el primer ministro británico, Boris Johnson , acaba de dar marcha atrás con su estrategia inicial y comenzó a imponer un confinamiento domiciliario, tras la fuerte presión de la comunidad científica. En las antípodas, está curiosamente un buen amigo de Alberto Fernández, como el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador , quien instó ayer a la población de su país a «seguir llevando a la familia a los restaurantes y a las fondas», por cuanto eso ayudará a la economía.

Una ventaja de la Argentina es que este dilema acerca de cuánto puede aguantar una economía con la sociedad en cuarentena y restricciones al consumo no es exclusivamente propio, sino mundial. Y como el coronavirus aterrizó en nuestro país casi dos meses después de que comenzara a propagarse en China y luego en el resto de Asia y Europa, las experiencias de otros países nos deberían ayudar a imitar sus aciertos y no repetir sus errores.

El problema es que el mundo enfrenta un enemigo tan invisible como desconocido en demasiados aspectos. Un enemigo del que todos los días se aprende algo, pero no lo suficiente como para vencerlo por ahora.

En este experimento social a escala global, surge una clara distinción entre aquellos países que hoy están capeando el temporal y aquellos cuyos gobiernos actuaron muy tardíamente y hoy están pagando las consecuencias, como Italia . Entre los primeros, se encuentran China y varios países asiáticos que, luego de medidas drásticas tomadas a tiempo, hoy están comenzando a relajar las decisiones de aislamiento social forzado.

Lo cierto es que en países como Taiwán , Corea del Sur , Japón y Singapur la pandemia fue menos combatida por médicos y virólogos que por especialistas en tecnología informática y big data . La vigilancia digital ha sido para esas naciones más efectiva que el confinamiento forzado de las personas en sus hogares.

Taiwán reportó el primer caso de coronavirus el 21 de enero, apenas diez días antes que esta enfermedad se detectara en España . Dos meses después, esta pequeña isla solo tenía 53 contagios, sin cerrar escuelas ni suspender las actividades económicas. Las autoridades envían a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o para informar sobre los lugares o edificios donde ha habido personas contagiadas con el virus.

Algo similar ocurre en Corea del Sur, donde quien se aproxima a un edificio en el que se hubiera detectado a un infectado recibe un aviso de alarma en su celular a través de una «Corona-app». Se puede realizar así un perfil del movimiento de cada infectado y localizar a quienes han tenido algún contacto con él. Algo que es posible solo con los datos de su teléfono móvil y las filmaciones de las cámaras, junto al trabajo de analistas de esos macrodatos.

Es destacable también que en Corea no hay nadie que circule sin mascarillas protectoras antivirus de una calidad superior, capaces de filtrar el aire de virus y que nada tienen que ver con los barbijos que conocemos en la Argentina . Los coreanos incluso han desarrollado una mascarilla para el coronavirus hecha de nanofiltros, que hasta se puede lavar y volver a utilizar. Una buena solución mientras no haya vacunas ni medicamentos para tratar los casos graves.

Corea del Sur ha tenido 8961 casos hasta ayer y 110 muertes. Pero lo más importante es que ha logrado aplanar la curva de crecimiento de infectados hacia mediados de marzo, luego de una fuerte incidencia de la enfermedad durante febrero.

En China, se da el extremo de que toda persona que sale de la estación central de Pekín es captada automáticamente por cámaras que miden su temperatura corporal. Si su temperatura es alta, todas las personas que viajaron en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. Algo que no es imposible por cuanto en China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, provistas en muchos casos de tecnologías para el reconocimiento facial, además de políticas de control de los ciudadanos y hasta de su vida privada, que serían inaceptables en la mayor parte de Occidente.

La Argentina carece hoy de las tecnologías y de la infraestructura digital de estos países asiáticos. Tampoco se caracteriza por la disciplina social de sus pueblos ni posee (felizmente) un Estado burocrático autoritario capaz de controlar hasta la intimidad de las personas.

En conclusión, en lo más inmediato, el gobierno de Alberto Fernández solo puede apostar a la cooperación de la sociedad para retrasar la expansión descontrolada del virus y evitar un colapso sanitario. No se trata de una apuesta sencilla, a la luz de algunos ejemplos de rebeldía y despreocupación social a los que lamentablemente hemos asistido en los últimos días. El grado de conciencia ciudadana sobre la magnitud del problema será decisivo.

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