Opinión

TestimonioLa agresión en primera persona, por Nicolás Wiñazki

El periodista de Clarín revela cómo lo agredieron cuatro jóvenes que se identificaron como kirchneristas.

Ayer fui a trabajar, como todos los días. Volví a mi casa a la una de la mañana, después de ser atacado por cuatro militantes K que me pegaron, intentaron robarme el celular, y me amenazaron de muerte.

La denuncia sobre esos posibles delitos quedó radicada en la comisaría sexta.

Los agentes que trabajan en esa dependencia, y un excustodio que junto a otro grupo de policías de la Metropolitana me cuidó alguna vez durante ocho meses seguidos por orden judicial, me salvaron de no sé bien qué.

La patota de jóvenes que me siguió por la calle era violenta, irracional, una tromba de fanáticos.

Ellos mismos se identificaron como kirchneristas mientras me gritaban que iban a matarme cuando “volvamos”. Eso quería decir: cuando vuelvan al poder.

Es su ilusión, su esperanza, al menos el segundo ítem.

El primero, el más grave, es lo que gritaban.

Les saqué fotos. Una de ellas ilustra esta nota.

La Policía o la Justicia se encargará de saber quiénes son.

Durante cuatro horas había cubierto para TN, junto a Nelson Castro, la votación en la Cámara de Diputados del proyecto de ley para frenar el aumento de las tarifas de los servicios públicos.

Terminado el trabajo, un hombre noble que trabaja hace décadas en el Palacio del Congreso me aconsejó que saliera por la puerta del Senado y no por la de Diputados. “En la calle Rivadavia está La Cámpora”, me alertó, sabiendo que los jóvenes K podrían ponerse violentos conmigo.

Lamento escribir esta nota en primera persona.

El periodista no debe ser noticia.

Pero me tocó serlo.

Salí a la calle, solo, porque no tengo por qué tener compañía por si pasa algo en la calle en una democracia, por esa puerta enorme de la Cámara alta que da a la calle Yrigoyen.

Crucé la esquina en la que ese asfalto y la vereda se unen con Combate de los Pozos.

Agredieron a Nicolás Wiñazki

Agredieron a Nicolás Wiñazki

La calle estaba cortada por militantes.

Otros estaban sentados.

Pasé caminando.

No eran más de las diez y cuarto de la noche.

Faltaban cincuenta metros para llegar a mi auto.

Media hora más manejando un auto que pago en cuotas para llegar a una casa que alquilo en el conurbano bonaerense. Quería estar aunque sea un rato con mi esposa, Laura.

Mis tres hijos chicos ya dormían.

Faltaban cuarenta metros para el garaje cuando escuché gritos atrás mío.

Nunca me di vuelta.

Escuché insultos.

Nicolás Wiñazki denunció que fue agredido por un grupo de kirchneristas

Nicolás Wiñazki denunció que fue agredido por un grupo de kirchneristas

No me di vuelta.

No dije nada.

“¡Mentiroso!”, “¡Oligarca!”, “¡Vendepatria!”.

Escuché que una lata de cerveza llena caía a pocos metros.

El objetivo de ese misil mal tirado era yo.

Vi por el reflejo de una vidriera que el grupo que me insultaba se había parado y me seguía.

Faltaban quince metros para el garaje.

Faltaban quince metros para que esa patota entrara al garaje conmigo y me siguiera insultando, esta vez los cuatro juntos, además persiguiéndome dentro de ese galpón lleno de autos para pegarme.

Uno de ellos me pegó en la parte de atrás de mi cabeza.

Jamás me peleé en mi vida.

Nunca le tiré una piña a nadie.

Esa falta de boxing no me define como persona ni es una vara ética.

La patota insistía en lastimarme.

Algo los hizo retroceder.

Todo pasó en lo que me pareció instantes.

Se fueron del garaje pero se quedaron en la puerta.

Por una acción quizás irracional, quizá periodística, volví para verlos y filmarlos.

Creí que los estaba filmando pero en realidad, en medio de los nervios, les sacaba fotos con el método “ráfaga” que tienen algunos smartphones.

Fue entonces cuando me gritaron esa frase increíblemente triste.

“¡Cuando volvamos te vamos a matar!”. “¡Adonde vayas te vamos a ir a buscar!”.

Tres de las personas que agredieron a Nicolás Wiñazki, fotografiados por el periodista de Clarín con su teléfono.

Tres de las personas que agredieron a Nicolás Wiñazki, fotografiados por el periodista de Clarín con su teléfono.

No sé por qué respondí: “¿Por qué cuando vuelvan?”.

“Volver”, para ellos, es “volver” al poder.

Ellos, jóvenes militantes, nunca estuvieron “en el poder”.

Sí sus jefes políticos, sí los empresarios que están presos, acusados de haberse adueñado de millones de dólares de los contribuyentes. La misma situación por la que pasa buena parte del gabinete K. Presos con preventiva por orden de jueces y fiscales que los investigaron por corrupción.

¿A ellos defienden realmente los jóvenes que piensan que agrediendo o golpeando a un periodista se podría solucionar alguno de los problemas de la Argentina?

Cuando volví no a enfrentarlos, si no a filmarlos, aunque los haya fotografiado, la patota se enojó aun más.

Volvieron a entrar al garaje, me siguieron pegando. Querían robarme el celular. Me gritaban: “¡Dame el celular, dámelo!”.

No se los di. No pudieron sacármelo.

No sé bien cómo, dentro del garaje apareció un policía de la Metropolitana que fue parte de un grupo de custodia que por orden judicial me cuidó a mí y a mi familia durante ocho meses.

No podía creer que él estaba ahí.

Ahora trabaja para un diputado nacional y por instinto profesional, mientras esperaba a su custodiado sobre las mismas calles por las que había caminado antes yo, me reconoció y vio que la patota me seguía. Nos siguió pensando que me iban a insultar.

Terminaron pegándome y amenazándome de muerte.

En pocos minutos otros policías de la comisaría sexta estaban dentro del garaje.

Me pedían que me pegara a una pared para que los militantes violentos no me vieran, lo que les permitiría a ellos, a la Policía, sacarme del lugar sin nuevas agresiones.

Así fue.

Pagué el ticket por el estacionamiento de mi auto.

Escuché a una chica que, muy valiente, me dijo que saldría como testigo a favor mío si yo lo necesitaba.

Lo mismo me dijo un hombre que trabaja en un municipio bonaerense y que yo no conozco.

Terminé saliendo en la parte de atrás de un patrullero. Donde suelen ir los delincuentes.

Así llegué a la comisaría donde denuncié a los patoteros.

Entregué las fotos que les pude sacar.

Mi esposa me esperaba en mi casa.

Conté lo que me pasó en el programa “A dos Voces”, de TN.

Mil solidaridades que agradeceré para siempre llegaron a mi teléfono.

Ya pasé por situaciones parecidas.

Este caso no fue dramático, no pasó nada grave.

Le han pegado peor, perseguido peor, hecho cosas peores, a muchos otros colegas.

El kirchnerismo jamás repudió esos actos cobardes y peligrosos en público.

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