Opinión

AnálisisImpericias oficialistas y miserias opositoras

Imagen: La Nación

Por Carlos Pagni

El tratamiento del presupuesto en la Cámara de Diputados presenta una radiografía de la política muy preocupante para el futuro de la economía

La normalización de la economía argentina reclama medidas alrededor de las cuales no existe demasiada discusión. Entre otras cosas porque, cuando las distorsiones son disparatadas, las terapias no dejan espacio a la originalidad. La verdadera incógnita que aparece en el futuro no es, entonces, qué. Es cómo. Dicho de otro modo: se trata de saber con qué instrumental político contará la sociedad para encarar una agenda acerca de la cual existe bastante coincidencia. Hoy más que nunca la pregunta está referida a la política, a su consistencia, a su capacidad de intervenir sobre las inercias de la historia. Saber eso es mucho más imprescindible que conocer la receta técnica. Si se lo observa a la luz de esta premisa, el tratamiento del presupuesto nacional en la Cámara de Diputados presenta una radiografía muy preocupante. Porque a las impericias del oficialismo, que son demasiado conocidas, se agregaron las miserias de la oposición. El estado de dispersión fue inocultable. Anoche se dio un paso más hacia esa balcanización: aliados del kirchnerismo presentaron un proyecto de ley para eliminar las primarias obligatorias. Un agradecimiento del oficialismo a los diputados que le ayudaron a aprobar el presupuesto.

No debería sorprender este panorama. Al ser una discusión sobre dinero, el debate presupuestario impone a los actores una gran sinceridad. Es una de las escasísimas ocasiones en que los dirigentes políticos aparecen desprovistos de la máscara del marketing. La sensación de desnudez asociada con esa situación excepcional trata de ser subsanada con un ardid metodológico: el destino del dinero de los contribuyentes, que viene acompañado de la distribución de prebendas, apropiación de cajas y conquistas de exenciones, se trata durante la noche. Cuando los que ponen la plata están durmiendo.

El oficialismo está quebrado y los indicios fueron estridentes. Máximo Kirchner no bajó al recinto a dar quorum. Es cierto, sus principales colaboradores hicieron gestiones para que el resto de los diputados de La Cámpora fuera a votar. Pero, aunque fuera sólo simbólica, esa inasistencia fue significativa. Confirma una estrategia: tanto Kirchner como su madre se proponen como los representantes de los indignados con el gobierno que ellos mismos produjeron. La principal víctima de esta aspiración es Sergio Massa. Él llegó al Ministerio de Economía acreditando que, a diferencia de Martín Guzmán, contaba con el respaldo político de la vicepresidenta y del líder de La Cámpora. Desde hace varias semanas se comenzó a sospechar que eso era un mito. Quedó corroborado el 17 de Octubre, cuando Kirchner suscribió un documento que está a años luz de la política económica oficial. Ayer le puso la firma a esa estrategia: bajó al recinto a última hora, para votar la aplicación del impuesto a las Ganancias a los jueces que todavía están exentos. Perdió.

Esa derrota fue motivo de discusión interna. ¿Retirar el artículo o perder plantando una bandera? Máximo Kirchner dispuso lo segundo. ¿Cuánto esfuerzo puso en ganar la pulseada? Cabe el interrogante porque diputados a menudo alineados con él no votaron el artículo: Sergio Palazzo, Vanesa Siley, Carlos Cisneros. Hasta allí llega la fragmentación política. Massa, un especialista en inventar estrategias brillantes ex post facto, explicaba a la medianoche, con esa serenidad sobradora con que maneja la máquina de humo, que él había alentado la discusión sobre el impuesto de los jueces para distraer a la oposición del resto de los temas.

Cuando el transcurso de la sesión ya demacraba los rostros, Alberto Fernández tuvo una derrota decisiva. El artículo 127 del presupuesto fue rechazado. Se inspiraba en una idea correcta: el sistema de salud no tiene recursos infinitos para afrontar cualquier tipo de servicio. Pero la implementación propuesta era aberrante: la creación de un fondo que quedaría establecido en el Ministerio de Salud con doble finalidad: dictaminar si es razonable la aplicación de un tratamiento o un medicamento de alto precio y, a la vez, pagar esa terapia. Es obvio que no debería coincidir quien autoriza una prestación desde el punto de vista técnico, con el que debe solventar el gasto. El otro desatino es que, para reclamar una tecnología o un remedio caro, habría que conseguir ya no una medida cautelar sino una sentencia firme de algún juez. Si no fuera un tema desafortunado, se diría que era un chiste. El artículo no figuraba en el texto enviado por el Poder Ejecutivo. Fue introducido en la Comisión de Salud entre gallos y medianoche. La chapucería fue tan audaz que la redacción seguía hablando de “el presente decreto”. Es decir: incorporaron el texto de un decreto que estaba en discusión para aprobarlo de improviso. Se trata de una pretensión de las obras sociales sindicales y las empresas de medicina prepaga. Es obvio que una materia tan delicada demandaría una ley con muchísimas más precisiones que ese mamarracho.

La maniobra se intentó ejecutar en un contexto político crucial. El Presidente organiza la fuerza con la cual imagina enfrentar al kirchnerismo en las próximas elecciones internas y en el centro coloca al aparato sindical y a los movimientos sociales, en especial al Evita. Esta es la razón por la cual ni Cristina ni Máximo Kirchner lloraron su eliminación de la ley. Más todavía: cuando se discutía, a las 8 de la mañana del miércoles, el artículo original, representantes de La Cámpora pidieron la exclusión de las empresas privadas.

En el mismo sentido, la vicepresidenta lanzó ayer un cañonazo: “Resulta inaceptable el aumento de 13,8% que otorgó el Gobierno a las empresas de medicina prepaga”. Ese ajuste responde a una fórmula de actualización de las cuotas aprobada por los exministros Guzmán y Claudio Moroni. La ecuación contempla la actualización de los salarios, de los insumos y de los medicamentos. La medicina privada consiguió de este modo introducir alguna racionalidad en su balance financiero. El precio de sus servicios, que es muy sensible desde el punto vista político, está atrasadísimo respecto de la inflación. En el mercado es un secreto a voces que una de las grandes firmas de cobertura de la salud está al borde de la quiebra. El gran lobista del sector es Héctor Daer, quien a la vez es socio político principal del Presidente y de Juan Manzur. Daer tiene un interés legítimo en la materia: su paritaria, la de Sanidad, depende de los recursos que tengan las prepagas para remunerar a todo el sistema de salud. Sin embargo, Cristina Kirchner apunta a otro de sus blancos: Claudio Belocopitt, el titular de la cámara de prepagas. Ella lo considera un mero financista.

Más discretos y mucho más efectivos que las empresas de medicina privada fueron, como de costumbre, los laboratorios. Nacionales y extranjeros. Lograron un 200% de aumento en el rubro de remedios de alto costo. Cuando el accionista de una prepaga leyó el tuit de la señora de Kirchner, preguntó: “Si no le gusta el aumento que conseguimos, que pregunte cuánto subieron este años los medicamentos”.

En un presupuesto pensado para el año electoral, es previsible que los grandes mecenas de la política obtengan los fondos que van a redistribuir. En ese pasamanos circular no sólo está la industria farmacéutica. También los grandes importadores de electrónicos que ensamblan en Tierra del Fuego. Ayer se les aumentó la alícuota de impuestos internos de 6,55% a 9,5%. Un castigo a los consumidores de tecnología. Sin embargo, a los competidores extranjeros de esos ensambladores locales se les aumentó de 17 a 19%. Quiere decir que, por ejemplo, el celular importado, pero ensamblado en la isla, tiene frente a otro importado, pero ensamblado en el exterior, una protección de 9,5%. Esa reserva de mercado es una gran conquista de Nicolás Caputo, quien lidera la producción de telefonía móvil. Caputo reapareció junto a Mauricio Macri para aplaudir la aparición de “Para qué”, un libro destinado a predicar que se debe competir y terminar con los negocios prebendarios. Un halcón aplaudiendo, Caputo.

También hay que sacarse el sombrero frente a la capacidad de persuasión de José Glinski, el titular de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). Logró que la Cámara apruebe una tasa de 250 pesos por pasaje aéreo, indexados según la evolución del salario de los oficiales principales de la fuerza. Glinski se hizo así de una gigantesca caja, que convertirá a la jefatura de esa policía en uno de los cargos más apetecibles del sistema. ¿Cómo lo obtuvo? Sencillo: explicándole a allegados a la vicepresidenta que él carece de recursos para investigar a los “copitos”. Cuánto que aprender…

Desde Juntos por el Cambio reprocharon a Javier Milei no haber estado en el recinto cuando se votaba un nuevo “impuesto”, que se aprobó por la simple diferencia de un voto. Horacio Rodríguez Larreta aprovechó esa ausencia para castigar, por primera vez, al diputado que lo había amenazado con “aplastarlo como un gusano”.

Sin embargo, la principal coalición opositora, que tal vez sea el próximo gobierno, se mostró también muy fragmentada. Lo más notorio: los distintos aliados no pudieron ponerse de acuerdo respecto de una norma tan sustancial como el Presupuesto. Cada fuerza desnudó el nivel de compromiso que tiene con el kirchnerismo y, sobre todo, con Massa. Un desacierto que revela la ceguera estratégica de Juntos por el Cambio. El pasable aval al fantasioso proyecto de Massa significa que el mayor costo del ajuste lo pagará, como ya decidió el Fondo Monetario, el próximo gobierno. Es muy razonable, entonces, que que correrá por cuenta de quienes ayer ayudaron al ministro. Un error suicida.

El radicalismo votó a favor del Presupuesto. Es decir, votó a favor de una propuesta basada en que la inflación del próximo año será de 60%, entre otras supersticiones. Massa celebró en Twitter, agradeciendo a la Cámara por su victoria de 180 votos afirmativos. La decisión de los radicales de acompañar al Gobierno fue el resultado de una votación interna, en la que se impuso la estrategia colaboracionista de Gerardo Morales, por sobre la intransigencia de Mario Negri. El que aportó su voto “no negativo” fue Julio Cobos. Desempatar: a su juego lo llamaron. Lo más risueño es que en la derrota de Negri fueron cruciales las gestiones de Emiliano Yacobitti, que lidera un bloque ajeno: Evolución. El Presupuesto incluye los recursos del sistema universitario, donde están anclados los intereses de Yacobitti y otros dirigentes radicales. Arrastrados por esas efectividades conducentes, por decirlo con palabras de Yrigoyen, fieras opositoras como Martín Tetaz o Rodrigo de Loredo votaron con el Frente de Todos.

El Pro, gran pajarera de halcones, no votó en contra. Se abstuvo. Hasta festejó algunos artículos. Por ejemplo, el presidente de bloque, Cristian Ritondo, aplaudió que se renovara el blanqueo impositivo de la industria de la construcción. Había sido un proyecto de él con Massa. Para Ritondo es una hazaña familiar: es el titular de la constructora Emprendimientos Rivadavia S.A. Un homenaje al tatarabuelo del neoliberalismo. Eso sí: entre los diputados parece no existir la noción de conflictos de interés. Ritondo se había comprometido con Massa a votar otro blanqueo, ideado por el titular de la Aduana, Guillermo Michel: el de los que regularicen sus dólares en negro para financiar importaciones. Pero no consiguió convencer al resto del Pro. El inesperado carácter colombófilo adquirido por Ritondo podría ser una decepción para Patricia Bullrich, quien en las próximas horas adheriría a su candidatura a gobernador bonaerense. Ritondo es el candidato de Macri. Sólo falta el beso Bullrich-Néstor Grindetti, para aislar a Diego Santilli, el ahijado de Larreta en la provincia.

La Coalición Cívica de Elisa Carrió, encabezada por Juan Manuel López, y Ricardo López Murphy votaron en contra de la propuesta del Gobierno.

Los peronistas se regodean en estas horas montando una escena simétrica. En la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, liderados por el kirchnerista Juan Manuel Valdés, los diputados del PJ se aliaron a libertarios y liberales, para eliminar el impuesto de Larreta a los consumos con tarjetas de crédito. Una picardía, por dos razones. Primero: en muchas provincias gobernadas por el PJ rige el mismo gravamen. Segundo: la oposición sabe que con esta iniciativa introduce una incómoda fisura en el oficialismo porteño. Por ejemplo, obligó a los legisladores de Patricia Bullrich a defender la vigencia de un impuesto.

Los conflictos dentro de Juntos por el Cambio son delicadísimos en el principal distrito de esa coalición. Esa es la razón por la cual Larreta decidió no enviar a sus ministros a defender su presupuesto en la Legislatura. No teme a los rivales. Teme a los “propios”.

Líder en las encuestas presidenciales, el jefe de gobierno porteño asiste a un festival de desafíos. La operación por la cual incorporó a su gestión a Jorge Macri, nada menos que como ministro político, y lo avaló como candidato a la jefatura de Gobierno, se ha transformado en una encerrona. Como era de prever, Macri trabaja para Mauricio Macri. Nada que reprocharle: lo avisa ya en el apellido. Anteayer Jorge Macri consiguió una foto con Patricia Bullrich, la principal competidora de Larreta, que le dio su respaldo. Primero fue más Jorge que Macri, ahora es más Bullrich que Jorge. Una identidad en tránsito. Sólo falta que también “Nicky” Caputo migre hacia su viejo amigo Mauricio Macri. Y, lo que sería más inconveniente, que se lleve el equipaje.

La Capital Federal se ha convertido en el principal campo de batalla de la interna. Este sábado los radicales, que votaron el Presupuesto con el oficialismo, pedirán a Larreta el apoyo para su candidato Martín Lousteau, el más carismático de los seguidores de Yacobitti. Es un inmejorable servicio a Mauricio Macri: Larreta apoyando a un candidato de otro partido. El alcalde queda, entonces, a merced del prestigioso Fernán Quirós, a quien imagina como candidato de esta interna.

Larreta apeló para salir del laberinto a una estrategia muy típica del Pro. Ayer, durante un retiro, convocó a un gurú espiritual e hizo que todo su equipo se tomara de las manos para meditar por 10 minutos. Se hicieron eternos. Sobre todo para Jorge Macri, que comenzó a empaparse con la incómoda transpiración de quienes lo escoltaban.

 

Por Carlos Pagni para La Nación

 

 

 

 

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