Opinión

Francisco: cinco años de un Papa que cosecha cada vez más resistencias

Por Andrés Beltramo Álvarez

«¿Por qué escandalizarnos? Es así y no podría ser de otra manera». Vincenzo Paglia lo describe con normalidad. Las resistencias a un Papa como Francisco son inevitables. Como presidente de la Pontificia Academia «Pro Vita» del Vaticano las ha visto de primera mano. Pero es, al mismo tiempo, muy enfático: Jorge Mario Bergoglio es seguido por millones, mientras las oposiciones «son pequeñas».

«El diablo no se queda sin actuar. El mal no descansa. Trabaja y mucho. Claro, existen estas pequeñas oposiciones, pero el Papa es el líder espiritual más universal. Creo que millones de personas miran a Francisco como nunca antes han visto a un Papa», dice Paglia convencido a Infobae a pocas horas de cumplirse un lustro de aquel 13 de marzo de 2013, cuando el cardenal de Buenos Aires se asomó al balcón central de la Basílica de San Pedro en una lluviosa y fría tarde romana. Ya no era más Bergoglio. Era Francisco.

Habla con conocimiento de causa el arzobispo italiano. Él mismo ha sido blanco de feroces críticas, dirigidas por elevación al pontífice. Esto porque Paglia es la cara visible de una de las reformas sensibles del actual papado: Un nuevo acento a la hora de abordar temas de vida y familia. Dejar atrás posiciones de retaguardia, defensivas. Abandonar una «línea dura» ante situaciones límite y dramas humanos, como el aborto o el divorcio.

Esta nueva mirada, propia de la «Iglesia en salida» impulsada por el Papa, es vista como una traición al magisterio católico desde diversos sectores dentro de la misma Iglesia. Una corriente transversal identificada como genéricamente «conservadora», si cabe el reduccionismo.

«Debemos leer el evangelio así como es. Si me persiguieron a mí los perseguirán también a ustedes, dijo Jesús. ¿Por qué escandalizarnos? Es así y no podrá ser de otra manera. El evangelio es una espada de doble filo, que penetra hasta la médula», sentenció Paglia.

En Roma, hace tiempo que las resistencias contra Francisco dejaron de ser un secreto a voces. Las opiniones críticas transitan «sotto voce» entre cardenales y obispos, sacerdotes y feligreses. Un persistente criticismo que llevó a intervenir en el debate, en las últimas horas, nada menos que al Papa emérito Benedicto XVI. Desde su retiro en los Jardines Vaticanos y en una carta autógrafa calificó de «insensato prejuicio» el sostener que su sucesor carece de formación teológica y filosófica.

Mientras para los críticos, las resistencias son producto de lo que ellos consideran errores en el pontificado, también existen otras explicaciones. Como la que ofrece María Voce, presidenta del Movimiento de los Focolares, una de las más agrupaciones católicas más extendidas del mundo.

«Creo que (Francisco) está teniendo un enorme impacto, y un gran efecto en el modo de vivir el cristianismo hoy. Es como una revolución, una reforma no sólo de la Curia Romana sino, sobre todo, de la Iglesia católica y de la cristiandad. Un retorno al evangelio puro, una radicalidad mayor. Esto lo siento todavía muy fuerte», aseguró en entrevista.

Con ella coincide el cardenal arzobispo de la Ciudad de México, Carlos Aguiar Retes. Para él, las resistencias no deben asustar, porque «se darán y se seguirán dando». A quien no parecen afectarle particularmente las críticas es a Francisco. Él mismo ha confesado que posee una sorprendente paz interior desde que asumió su nuevo puesto y eso le ayuda a seguir adelante.

No semuestra dispuesto, el Papa, a bajar la guardia. En cinco años de pontificado ya cumplió 21 viajes apostólicos internacionales y visitó los cinco continentes. Publicó dos encíclicas, dos exhortaciones apostólicas, 35 constituciones y centenares de mensajes. Ya es el pontífice que más entrevistas periodísticas ha concedido en toda la historia de la Iglesia.

A sus 81 años mantiene un intenso ritmo de trabajo. Se reúne diariamente con cientos de personas. A lo largo de este lustro de ministerio, no ha abandonado su estilo ascético y sencillo. Aún vive en la Casa Santa Marta, una espartana residencia construida en la periferia del Vaticano. Ha hecho de su encuentro con la gente su sello personal. Cada miércoles almuerza con cocineros y camareros de su residencia. A menudo visita por sorpresa las oficinas de la Curia Romana. Y un viernes al mes lo dedica a los más necesitados: de los pobres a las ex prostitutas, de los presos a los refugiados.

Prefiere ir con libertad ahí donde lo necesitan. Sin protocolo. Eso le granjea estima y confianza, sobre todo a nivel diplomático. Como ocurrió en uno de los grandes aciertos de su pontificado: el inédito abrazo entre un Papa y un patriarca ortodoxo ruso. Ocurrió en La Habana en febrero de 2016. Su posterior viaje a Suecia para las celebraciones por los 500 años de la reforma protestante alimentó el descontento.

Lejos de desanimarlo, las críticas han ratificado su voluntad. En junio próximo volverá a ser él quien visite a cristianos de otras denominaciones. Viajará a Ginebra (Suiza) para los 70 años del Consejo Mundial de Iglesias. En septiembre visitará los países bálticos (Lituania, Letonia, Estonia) y antes, en agosto, irá a Irlanda, donde la Iglesia atraviesa una severa crisis producto de abusos sexuales contra menores de parte del clero.

Para octubre próximo convocó a una cumbre mundial de obispos que analizará los desafíos de los jóvenes en el tiempo actual y un año después, en 2019, la reunión se repetirá, pero esta vez para abordar a fondo los desafíos de la Amazonia. En enero pasado, durante su visita a Chile y Perú, Francisco lanzó ese debate en Puerto Maldonado, una de las puertas de ingreso a ese pulmón verde del planeta.

Durante esa gira sudamericana, la más reciente, el Papa manifestó con claridad sus preocupaciones para la región. Un llamado a la congruencia de los católicos y la necesidad que la Iglesia se convierta en un verdadero agente de cambio social, desde el rescate a los excluidos y marginados. Fustigó con dureza la corrupción y el aprovechamiento de las clases dirigentes.

En Chile, Francisco se topó con una crisis capaz de opacar el futuro inmediato de su pontificado. El caso de Juan Barros, obispo de Osorno y acusado de encubrir los abusos sexuales cometidos por el otrora poderoso sacerdote Fernando Karadima. El pontífice defendió la «inocencia» del prelado, incluso públicamente.

Pero después se vio obligado a recular, enviando a Santiago a uno de los sacerdotes más acreditados en la lucha contra los abusos, Charles Scicluna, para conducir una investigación independiente. Este caso tendrá solución en breve y de su resultado dependerá, en buena medida, que el Papa pueda mantener su credibilidad en materia de lucha contra los abusos sexuales.

A nivel geopolítico, el líder católico ha desempeñado un rol destacado en América Latina. Desde su ayuda concreta al deshielo entre Estados Unidos y Cuba, en tiempos del presidente Barack Obama, hasta el apoyo directo a las negociaciones entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que pusieron fin a más de 50 años de guerra interna en Colombia. Ambas jugadas de la diplomacia vaticana fueron presentadas como un éxito de Francisco, pero le granjearon al Papa duras críticas de sectores católicos cubanos y colombianos, abiertamente contrarios al entendimiento entre las partes de ambas naciones.

Mucho menos eficaz ha sido su acción en Venezuela, donde la presencia pontificia no ha alcanzado para un acercamiento verdadero entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición. Al contrario, todas las infructuosas iniciativas de pacificación entre las partes han terminado por ser atribuidas –casi como una culpa- al mismo Francisco, acusado abiertamente por ciertos sectores de la oposición de solapar al régimen de quien consideran un dictador.

Un capítulo aparte corresponde a la Argentina, donde la figura del Papa ha sido convertida en una especie de gran árbitro entre diversas facciones políticas. Pese a haber recibido en el Vaticano, a lo largo de estos cinco años, a políticos de todos los partidos en el país, a funcionarios públicos de todos los niveles, a empresarios y sindicalistas, rectores universitarios, obispos y líderes religiosos.

«El Papa trata de poner a la religión al margen de la política, lo hizo con los Kirchner en su momento y lo hace ahora con los Macri. No quiere que la religión quede sumida a la política, y en alguna medida la política quiere ocupar –en su absolutismo- el espacio de la religiosidad», explicó Julio Bárbaro, histórico dirigente peronista y ex secretario de Cultura de la Nación (1989-1991), en uno de sus más recientes viajes a Roma.

Pero ese no parece ser el mensaje recibido en algunos sectores de la sociedad argentina, que ubican a Bergoglio en una vereda muy específica de la llamada «grieta» política. Esto ha alimentado malhumores y críticas, alimentadas también por la decisión del propio Papa de no regresar al país en una visita apostólica.

Apenas pocas semanas atrás, Francisco le reiteró a un grupo de obispos uruguayos primero, y a personas de su más estrecha confianza después, que ha decidido no emprender todavía el viaje de vuelta a Buenos Aires porque –para él- «no están dadas las condiciones». Aunque no especificó con mayor exactitud cuáles serían esas condiciones necesarias.

La historia del no-viaje extiende la frustración de no pocos obispos argentinos, que ya directamente evitan tocar el tema cuando se reúnen con Bergoglio en Roma. El sentimiento lo comparten los fieles de a pie. «La gran historia de este pontificado será la del Papa que nunca volvió a su país», arriesga un viejo conocido de Francisco en confianza. Al mismo tiempo, los fieles mantienen vivo el afecto a la distancia. E intentan diferenciar los debates mediáticos de las experiencias propias.

Porque todavía existe una corriente de admiración que quiere abrirse paso y valorar a Francisco en toda su extensión. «Lo que logró el Papa en el muro de los lamentos con el abrazo de las tres religiones, aún no lo puede lograr en la Argentina donde la cultura política todavía es muy chiquita», insistió Julio Bárbaro.

Al mismo tiempo destacó: «Él se puso en un lugar que abarca toda la religiosidad, está por encima de su ser jesuita. El Papa trasciende la fe y le devuelve a la Iglesia un lugar en la humanidad que la desburocratiza, rompe los límites entre lo sacro y lo profano, hace que la Iglesia sea más abarcadora».

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