Opinión

Análisis Elecciones que de primarias no tienen nada

Por Ricardo Kirschbaum

La polarización se alimenta de la adhesión a las fórmulas y de la voluntad de que “el otro” no gane.

Nadie puede decir que las singularidades políticas son exclusivo patrimonio de la política argentina porque es evidente que no es así. Pero sí es una excentricidad tener elecciones para elegir candidatos principales ya elegidos. El hecho es que como hoy lo que se vota tiene poco y nada de primaria, estas PASO se han convertido en una virtual primera vuelta porque sus números influirán, y mucho, de aquí a octubre.

Las fórmulas principales, y las no tanto, llegan exhaustas a esta confrontación, pensadas por la astucia de Kirchner como una forma de evitar que los peronistas perdidosos en las internas corrieran a postularse aliarse u ofrecerse, para debilitar a los ganadores. Como en tantos temas centrales y sensibles, el kirchnerismo presentó este instrumento como una herramienta democratizadora cuando en verdad buscaba sofocar las clásicas disidencias internas. En todo el mundo se promete una cosa para hacer otra, deliberada o por necesidad. Churchill ya explicaba hace mucho que una de las artes de la política consiste en explicar por qué ocurrirá tal cosa y luego explicar por qué no ocurrió. Sin leer o siquiera conocer siquiera a Churchill, los dirigentes argentinos siguen esas enseñanzas al pie de la letra.

 

De que esto es una primera vuelta real lo marca la expectativa y los pronósticos cambiantes. Que arrancaron en abril pasado con el cortocircuito de una encuesta que daba vuelta todos los pronósticos: la economía en crisis pegaba tanto que Macri perdía por goleada hasta el balotaje. La corrida del dólar de 2018 cegó la euforia reeleccionista tras las legislativas 2017.

De aquel momento de zozobra oficialista a éste, esas expectativas han cambiado y no solo fue porque el dólar se calmó sino, fundamentalmente, por el significado político de esta elección. Esto es lo que ha determinado tanto las composiciones de las fórmulas (la sorpresa de Alberto Fernández, la incorporación de Pichetto, el estallido del peronismo alternativo, la incomprensible pirueta de Massa) como el impulso emotivo del voto. Cada fórmula ha necesitado de la otra para mantenerse en lucha y tratar de sacar ventaja, como en el yudo. Si las encuestas reflejan la realidad, esta polarización ha determinado que se llegue a hoy con diferencias que no superan el error de las muestras.

La lectura tras estas PASO puede añadir un elemento de análisis algo relegado en la atención general por la ansiedad y que es cuánto pesan en esa recuperación oficialista, de ser confirmada, los recuerdos del futuro que el kirchnerismo reflotó en esta campaña. Es decir, cuánto contrapesan lo económico la repetición de conductas y la promesas de políticas que también han fracasado, la búsqueda nada inocente de corridas cambiarias, y, naturalmente, la impunidad para la corrupción y el castigo para sus denunciantes.

Como siempre, los argentinos votan en la urgencia y en la compulsión. Es una elección “sistémica” para dramatizar lo que está en juego, algo repetido. La opción entre el recuerdo de aquel pasado que amenaza con volver y este áspero presente que apuesta a quedarse.

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