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Hace 77 añosEl temblor ocurrió a tres días del aniversario del recordado terremoto de San Juan de 1944

Hace 77 años, un 15 de enero se produjo el más terrible sismo que recuerde nuestro país. El 90 % de los edificios de la capital provincial fueron destruidos y nunca se supo la cantidad exacta de fallecidos, aunque se estima en 10 mil

El fuerte terremoto de 6.4 grados en la escala Richter que se registró durante la noche de este lunes en San Juan, se produjo apenas tres días después de que se cumplieran 77 años de aquel fatídico sismo de 1944, que afectó a esta misma provincia.

Sucede que Mendoza, San Juan, Catamarca, La Rioja, Salta y Jujuy son de las regiones de la Argentina más propensas a protagonizar este tipo de fenómenos, que se producen cuando hay un rompimiento repentino que las rocas del interior de la Tierra, que a su vez genera energía que se propaga en forma de ondas y provocan el movimiento del suelo.

Según informó el Instituto Nacional de Prevención Sísmica (INPRES), en esta oportunidad el temblor alcanzó su máxima intensidad a las 23:46:22 y tuvo una profundidad de 8 kilómetros, mientras que su epicentro fue a 57 kilómetros al sudoeste de la capital local.

El viernes pasado se había cumplido un nuevo aniversario del más terrible sismo que recuerde nuestro país, en el que el 90% de los edificios de la ciudad de San Juan fue destruido y nunca se supo la cantidad exacta de fallecidos, aunque se estima en 10 mil.

Ese sábado 15 de enero de 1944 allí todo era tranquilidad. Eran casi las 9 de la noche, la gente salía del cine, regresaba a sus hogares, otros se detenían en los cafés del centro a tomar algo, y las mujeres, como pasatiempo, ya se habían preparado para ir a la iglesia de la Inmaculada Concepción de María, en el norte de la capital, a ver los casamientos. Ese sábado a las 21 horas el padre Esteban casaría a Miguel Serrano, de 24, con Francisca Sánchez, de 20.

Pero a las 20:52 la vida cambiaría para siempre para los casi cien mil habitantes de la capital, cuando la tierra tembló durante interminables 25 segundos, como nunca lo había hecho. El último terremoto de magnitud había sido el 27 de octubre de 1894. En esta ocasión, las construcciones de esa vieja ciudad de San Juan, levantada en adobe, se derrumbaron.

En una total oscuridad, una densa nube de polvo inundó el ambiente que dificultaba para respirar. La gente, que iba de un lado para el otro, tropezaba con cuerpos y escombros mientras escuchaban por todos lados gritos de auxilio, que se irían apagando con el correr de las horas. Casi la totalidad de las construcciones de la ciudad se vinieron abajo. La mitad de los habitantes de la provincia perdieron sus casas. Fue el terremoto más destructivo.

Fue un sismo de 7,4 de la escala Richter y 9 de Mercalli, con epicentro a 20 kilómetros al norte de la capital, en La Laja. En esa zona, hubo terrenos que literalmente desaparecieron, y donde el agua afloró.

No se sabía qué hacer. Muchos buscaron a sus familiares y seres queridos; hubo vecinos que se organizaron en grupos y participaron del rescate de personas que estaban atrapadas en los escombros. Sin poder ver casi nada, se guiaban por las voces de auxilio o los gritos de dolor. Horas después, en la iglesia de Concepción, descubrieron entre los escombros los cuerpos de los novios, del cura, de los testigos y de algunos asistentes.

Fueron los esfuerzos del radioaficionado José Laureano Rocha que hizo lo imposible para hacer funcionar su equipo para comunicar sobre la tragedia y pedir ayuda. Más tarde, este joven sería distinguido con la medalla de oro de la Presidencia de la Nación por su labor.

Los cadáveres eran llevados a la Plaza 25 de Mayo, iluminada con las luces de los autos que estacionaron mirando hacia el centro de la misma. Todos los servicios estaban cortados.

A la mañana siguiente, en una zona donde las precipitaciones son escasas, se desató una fuerte lluvia. Se veían a familias que, en improvisadas capillas ardientes a la intemperie, velaban a sus muertos. Los que tuvieron suerte, habían conseguido un féretro.

La gente pudiente abandonó rápidamente lo que quedaba de la ciudad y se fue a sus fincas, en las afueras. Otros optaron por abandonar la provincia.

El 18 se declaró día de duelo nacional, y se suspendieron todos los espectáculos. El gobierno envió al ejército y a médicos, ya que en la ciudad quedaban muy pocos. Se calculó que las pérdidas materiales alcanzaban los 400 millones de pesos. El interventor provincial era David Uriburu, quien había asumido cinco días atrás.

Como los muertos comenzaron a descomponerse y aumentaba el riesgo de las enfermedades, a la entrada del cementerio los soldados cavaron una fosa de cuatro metros de ancho por cien de largo y de tres metros de profundidad. Los fallecidos eran llevados en camiones y arrojados en esa fosa, donde el fondo había sido cubierto con leña. Hombres, mujeres, niños, todos eran incinerados. Un grupo de hombres se ocupaban de alimentar el fuego con combustible. Nadie se ocupó en confeccionar una lista de muertos. Por eso es que solo hay números estimativos de las víctimas fatales. Siete mil o hasta diez mil fallecidos, y 12 mil heridos, pero son cifras estimativas.

Mientras tanto, en la ciudad, todo era caos. Hubo mucha gente que ayudaba en el rescate, calles que ya no existían, individuos desesperados que todo lo habían perdido, algunos fueron baleados al querer robar; esa desesperación los llevaba a cometer todo tipo de atrocidades, como el de cortar dedos u orejas de los muertos en procura de alhajas de oro. En el caos, hubo presos que escaparon de la cárcel que también quedó destruida, y otros dejaron sus celdas para ayudar a sus familias.

Con el correr de los días se fueron armando barrios de emergencia con albergues provisorios para los que habían quedado sin nada.

Ayuda a los “terremoteados”

De Mendoza llegaron médicos y gente dispuesta a dar una mano a los “terremoteados”. Enseguida se fletaron dos trenes desde San Juan con heridos que fueron internados en el hospital central de esa provincia vecina. En Mendoza primero y luego en otros puntos del país la gente se auto convocó para donar sangre.

A partir del 16, se estableció un puente aéreo con Chile, que envió personal médico, medicamentos, ropa y tiendas de campaña. El 20, cuando uno de esos aviones bimotor Lockheed despegó de El Plumerillo hacia San Juan con personal médico y con damajuanas con leche, se precipitó a tierra, muriendo sus doce ocupantes. Varios puntos de la provincia sanjuanina recuerdan el nombre del piloto, capitán Eduardo Lazo.

En muchos puntos del país se veían colas de personas dispuestas a colaborar. La tragedia de San Juan estaba en el centro de la escena.

Los niños que habían quedado huérfanos fueron enviados a centros maternos infantiles de la ciudad de Buenos Aires y a otras provincias donde serían inscriptos por familias como propios. Muchos de ellos, de corta edad, no sabrían nunca los nombres de sus padres biológicos y hubo casos en que sus padres aún vivían cuando los separaron.

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