Opinión

AnálisisEl peronismo se enfrenta a otra encrucijada en su historia

Martín Rodríguez Yebra

Lo dieron por muerto. Apenas dos años atrás, los estudiosos de la política discutían sobre si el ciclo del peronismo como factor dominante de la política argentina había llegado a su fin. La fractura crónica entre sus dirigentes, una imagen muy diluida de sus ideales históricos y, sobre todo, dos derrotas electorales consecutivas contra una coalición republicana de centroderecha permitían fantasear con la hipótesis del ocaso definitivo.

Crisis de por medio, el país se prepara para entrar en la segunda década del siglo XXI con una nueva versión del peronismo en el poder. Unificado detrás de un presidente, Alberto Fernández, que en sus inicios en la política grande junto a Néstor Kirchner soñaba con dinamitar el artefacto creado por el general Perón para dividir el tablero político en dos grandes frentes, uno de centroizquierda y otro de centroderecha.

El peronismo ha vuelto, si es que alguna vez se fue. Regresa sin épica, con un discurso en el que la palabra «futuro» se expresa con sordina. Es un peronismo de supervivencia, una maquinaria de poder con los engranajes oxidados. Un conjunto de dirigentes dispersos y por mucho tiempo resignados que corrió a los brazos de Fernández después de que Cristina Kirchner lo eligió como su compañero de fórmula, con la sorpresa de que la vice sería ella. Gobernadores, sindicalistas, diputados y concejales saltaron al tren kirchnerista, fascinados con el «gesto de grandeza» de la expresidenta (para el que nunca fueron consultados).

Quedará para los historiadores determinar si fue la crisis económica, los errores de gestión, la reunificación del peronismo o una combinación letal de esos tres factores lo que selló la derrota de Mauricio Macri. La realidad indica que el triunfo de la estrategia trazada por Cristina Kirchner resulta incuestionable, así como también la existencia de una porción considerable de la población que se aglutinó en defensa de una serie de valores a priori contrapuestos a los que ofrece el gobierno entrante.

El nuevo peronismo, con Fernández a la cabeza, nace con el reto de modernizar un espacio de representación popular que perdió conexión con las clases medias y que desde hace tiempo no se plantea siquiera su responsabilidad en el deterioro constante de las variables económicas y sociales de la Argentina.

A la lista de pendientes, se le añade el desafío de conciliar los intereses de los sindicatos, en su defensa del derecho de los trabajadores formales, y los de los movimientos sociales, representantes de las demandas angustiosas de planes, bolsones de comidas y subsidios de una porción de la población que sobrevive fuera del mercado laboral.

En ese colectivo que regresa al poder conviven dirigentes de diversas ideologías, desde un presidente que se define como «liberal progresista» hasta figuras de centro como Sergio Massa; de la derecha ortodoxa del sindicalismo de Hugo Moyano al colectivismo de Juan Grabois, con infinitos matices e intenciones en medio. ¿Será capaz Fernández de dotar de un sentido integrador a ese frente político construido para sostenerlo en el gobierno? Y más allá de eso, ¿tendrá la audacia de cumplir con su promesa de terminar con la grieta y abrirse a una gestión que privilegie los consensos antes que los enfrentamientos?

El nuevo peronismo, con Fernández a la cabeza, nace con el reto de modernizar un espacio de representación popular que perdió conexión con las clases medias y que desde hace tiempo no se plantea siquiera su responsabilidad en el deterioro constante de las variables económicas y sociales de la Argentina

El desafío de gobernar con amplitud y generosidad cobra una significación aún mayor ante la dramática fragilidad institucional que exhibe la región, afectada por un ciclo económico decepcionante para sus productos y por los vientos de descontento que atraviesan el mundo entero. El respeto en política no exige resignar convicciones ni desconocer los intereses contrapuestos.

A casi 75 años de su fundación, el peronismo se enfrenta a otra encrucijada en su historia. El movimiento camaleónico de Perón, de Menem, de Duhalde, de los Kirchner se debe el intento de una encarnación institucional, en la línea de la que ensayó en los años ochenta Antonio Cafiero, tan respetado y admirado por el nuevo presidente. ¿Podrá superar la tentación hegemónica y evolucionar hacia modelos como los que Fernández dice admirar, como el del socialismo español?

Otro año electoral termina. Fue un festival de tacticismo, especulación, cobardías y una fuerte devaluación de la palabra. La utopía del diálogo constructivo se mantiene como la gran deuda pendiente de la democracia recuperada en 1983. Y el peronismo -lo admiten por lo bajo infinidad de sus cultores- ha tenido una buena cuota de culpa en ese fracaso.

No será fácil sacar a la Argentina del pantano y encarrilarla hacia el progreso sin hacer al menos la prueba de integrar a una sociedad agotada por los enfrentamientos.

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