Opinión

AnálisisEl desafío de garantizar la gobernabilidad

Por Carlos Pagni

berto Fernández y Cristina Kirchner obtuvieron ayer una victoria arrasadora, que superó aun las expectativas de quienes, en el Frente de Todos, encabezaban el optimismo. Esta madrugada registraban un 47,36% de los votos, contra un 32,24% de Mauricio Macri y Miguel Pichetto.

Para el Gobierno, es un resultado catastrófico, cuya reversión demandaría, en octubre, una hazaña. El kirchnerismo demostró ayer que está en condiciones de ganar la presidencia en la primera vuelta. A estas incógnitas se agrega, por supuesto, otra: la capacidad del oficialismo para garantizar la gobernabilidad hasta diciembre. Desde anoche, la conducta de Fernández y la relación que con él tenga el Presidente serán claves para el orden general, sobre todo en el aspecto económico. El principal reto de Macri es, desde anoche, conducir un proceso que sigue teniendo la dinámica de una competencia de poder, pero que, al mismo tiempo, ha adquirido los rasgos de una transición hacia otro orden. Para Macri, Fernández es un rival, pero, al mismo tiempo, un socio.

El oficialismo vio desmentidas sus principales hipótesis. La más importante: que el rechazo a lo que el kirchnerismo representa, para buena parte de la sociedad, desde el punto de vista ético-institucional sería más decisivo que el malestar material que provocan la inflación y la recesión. La presunción de que se quebraría la ley según la cual ninguna administración puede sobreponerse a una economía deprimente fue refutada. Para la principal oposición, y sobre todo para la señora de Kirchner, se corroboró un axioma, pero también un pronóstico elaborado en 2015: con Macri había llegado al poder una «derecha ajustadora» que en poco tiempo se volvería intolerable para «el pueblo».

A partir de hoy se conocerá qué sensibilidad posee Macri para leer el resultado. Sus primeras manifestaciones no fueron felices. Que haya anunciado el desenlace cuando todavía no había datos oficiales es, a estas alturas, un detalle. Lo más notorio es que careció de un giro autocrítico. Ese déficit puede reponer un problema que Juntos por el Cambio había, en apariencia, sofocado hace un par de meses: la apertura de un debate interno sobre la política económica y sobre la propia candidatura del Presidente.

Las voces de dirigentes que, con distinto énfasis y publicidad, señalaron los límites electorales de la política oficial, que fueron desde Emilio Monzó y Alfredo Cornejo hasta Alfonso Prat-Gay, no encontraron eco en la Casa Rosada. La disidencia de esos integrantes de Cambiemos puso el acento en un aspecto de la situación que en el gabinete fue menospreciado: aun con estabilidad cambiaria y un descenso tenue de la inflación, el rigor de la recesión socavaría la base oficial.

Habrá que ver qué hace Macri para administrar esas diferencias, que ahora están potenciadas. ¿Habrá un reemplazo de figuras? ¿Se decidirá un cambio de políticas? Solo hay una seguridad: si insiste en la visión que expresó anoche Macri, atribuyendo el resultado a dificultades objetivas y proponiéndose como alguien ajeno a esos inconvenientes, que está «para ayudar», es dificilísimo que el oficialismo consiga en octubre resultados mejores que los de anoche. Hasta pueden ser peores. Esta preocupación, que recorría ayer a muchísimos dirigentes de Juntos por el Cambio, debe ser más angustiante en el caso de Horacio Rodríguez Larreta. Es el que más tiene que perder. Resulta bastante obvio que la suerte de Macri y su equipo ya está echada si la lectura predominante es la de Carrió, que negó significación a lo que votó la ciudadanía. Un homenaje a la negación en la que incurrió Néstor Kirchner cuando, en 2009, sufrió un traspié mucho más tenue que el de Macri.

 

de un problema crucial. Así como el triunfo del Presidente en 2015 provocó en el kirchnerismo y, en general, en la izquierda un sobresalto cognitivo cuya principal derivación ha sido la atribución, más o menos explícita, de un déficit de legitimidad, el posible regreso de Cristina Kirchner al poder, como compañera de Fernández, puede inspirar el mismo reflejo antidemocrático en quienes piensan ese regreso como una pesadilla.

Esta dificultad para asimilar los resultados es la manifestación más inquietante de la fractura ideológica que afecta a la sociedad argentina. Hay más síntomas de esa fisura. Uno de ellos es la dificultad de los encuestadores para capturar el estado de opinión. Una dificultad que se extiende a un bloque entero de analistas, encerrados en una cámara de eco. Nada que sorprenda: le sucedió a buena parte de la intelectualidad kirchnerista en 2015, cuando triunfó Macri. Eso es la grieta.

En lo inmediato, la imposibilidad de interpretar al otro puede tener consecuencias prácticas contundentes. El orden económico de las próximas semanas dependerá mucho del diálogo que exista entre dos dirigentes que, como Macri y Fernández, son también competidores. Anoche hubo un mal augurio: en su discurso, el presidente no saludó a quien había obtenido el mayor número de votos.

Las expectativas del kirchnerismo se vieron superadas. En la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof también obtuvo una victoria más contundente de la prevista por las principales consultoras de opinión: 49,26% sobre 32,66% de María Eugenia Vidal. La diferencia entre Macri y Vidal tampoco fue la prometida. El volumen del corte de boleta fue de 2,69 puntos porcentuales. Ese movimiento se produjo, en muchas localidades, en sentido contrario. Néstor Grindetti, en Lanús, sacó 10 puntos más que Macri. Y Jaime Méndez, en San Miguel, 17. En municipios gobernados por Juntos por el Cambio, como La Plata, Tres de Febrero o Morón, también los intendentes sufrieron la derrota.

Encrucijada

Los resultados de las provincias del norte, que el oficialismo imaginó mucho mejores que los de 2015, fueron parecidos a los de aquel año. O peores. Fernández y la expresidenta ganaron por 17 puntos en Jujuy, donde gobierna Juntos por el Cambio con Gerardo Morales. Una victoria tan elocuente como la de Mendoza, gobernada por Cornejo. El único pronóstico que se realizó fue el de Córdoba, donde Macri sacó 48% contra 30% de Fernández. Hasta en la Capital Federal la cosecha fue más pobre de la que esperaba el oficialismo: Larreta no ganó en primera vuelta, sino que quedó a 4 puntos del 50%. Dependerá muchísimo de lo que haga el gobierno nacional para que el ballotage no se convierta para él en un abismo.

Fernández y la señora de Kirchner también están ante una encrucijada. Ellos, pero sobre todo el candidato a presidente, deben resolver con qué enfoque conceptual encararán la nueva etapa. Sobre todo, si les interesa provocar o evitar una tormenta.

Ninguna elección es igual a otra, porque toda coyuntura histórica es irrepetible. Pero la de ayer tiene un aire de familia con la de 1989. Hace 30 años, Raúl Alfonsín se vio envuelto en un incendio por la rebelión de parte del radicalismo, encabezado por el candidato a presidente, Eduardo Angeloz, y también porque el peronismo prefirió atizar la hoguera. Guido Di Tella prometió el «dólar recontraalto» y Domingo Cavallo insinuaba que no se pagarían los compromisos externos asumidos por el oficialismo que se retiraba.

En las últimas semanas, Alberto Fernández aconsejó un «dólar alto» y sugirió que no mantendría la estrategia actual con los tenedores de Leliq. ¿Mantendrá ese discurso, destinado a provocar sobresaltos cambiarios con derivaciones impredecibles? ¿O intentará llevar serenidad?

Anoche, en Nueva York, algunos financistas aseguraban haber recibido mensajes de allegados de Fernández para calmar al mercado. La situación puede ser complicada porque se agrega otro interrogante: ¿qué hará el Fondo ante el resultado? ¿Hasta qué límite permitirá que Guido Sandleris se desprenda de reservas si hay que controlar el tipo de cambio? David Lipton, el representante de Estados Unidos e interlocutor con el Gobierno, debe haber pasado una noche similar a la de Macri. Tal vez haya pensado también en el sentido de la oportunidad de Christine Lagarde, quien ya tiene la cabeza puesta en la presidencia del Banco Central Europeo, que asumirá en noviembre próximo.

Fernández no podrá resolver su estrategia sin hacerse otra pregunta: ¿cómo piensa financiarse si es elegido presidente? ¿Sueña con recrear el aislacionismo financiero que ensayó Cristina Kirchner? ¿O aspira a normalizar la economía hasta volver a solventarse en el mercado?

Él aseguró muchas veces que su objetivo es mantenerse dentro del acuerdo con el Fondo. Pero ese propósito está en tensión, desde anoche, con el mandato electoral que aconsejó ayer un cambio de orientación. Lo más probable es que para Fernández no haya contradicción entre ambos términos. Y que el resultado de ayer sea el primer argumento para una renegociación con Lipton, o con el sucesor de Lagarde, que es lo que también viene prometiendo. Cuenta con una ventaja: el Fondo pretendía demostrar en la Argentina que sus programas ahora incorporaban la viabilidad política y social como variable. Los resultados de anoche derribaron también esa premisa.

Hasta ayer, Fernández insinuaba que su triunfo lo convertiría en el constructor de una alianza entre los gobernadores del PJ y la Casa Rosada capaz de encuadrar, sin necesidad de enfrentamiento alguno, a la expresidenta y a sus seguidores más radicalizados. Pero los números de anoche pueden modificar esa dirección.

La pregunta por la economía se inscribe en una incógnita más amplia. La estrategia de Cristina Kirchner al designar a Fernández supuso que los métodos y las ideas de su última experiencia de gobierno impedirían un triunfo electoral. La contundencia de la victoria en las primarias puede ejercer la tentación de revisar ese criterio. Quitar cualquier timidez. El kirchnerismo fue cuidadoso y dialoguista cuando, entre 2003 y 2005, careció de votos. A partir de ese momento tuvo otro manejo del poder. Y a partir de 2011 se lanzó al «vamos por todo».

La oratoria de ayer tuvo otro tono. Cristina Kirchner y Máximo convocaron a una especie de reconciliación nacional. Y Fernández anunció que «se acabó la venganza y la grieta».

Unos minutos antes, el Gobierno les regaló esa propuesta, con planteos cercanos al autismo. Así como Macri puede alucinar que los meses que vienen pueden ser la repetición exacta de lo mismo, el kirchnerismo más ortodoxo puede suponer que los próximos años pueden ser la reedición de la experiencia terminada en 2015. La viabilidad de uno y otro ejercicio se verá desde hoy hasta el 27 de octubre. Es el día de las elecciones generales. Y el noveno aniversario de la muerte de Néstor Kirchner.

 

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