Opinión

Dos barcos a la deriva

Por Carlos Pagni

Estamos navegando a escala global en un mar de incertidumbre. Hay infinidad de indicios de esa situación, que está ligada sobre todo a las consecuencias que ha desencadenado la invasión de Rusia, de Vladimir Putin, sobre Ucrania. Uno de esos indicios es el discurso que pronunció la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, el 17 de marzo pasado. Ella es conocida nuestra porque es quien negoció con la Argentina el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que firmó Mauricio Macri. Lo que dijo respecto de lo que significa para Europa la crisis que se abre a partir de la guerra en Ucrania es muy revelador e interesantísimo, justamente porque expresa muy bien este nivel de incertidumbre en el que está viviendo la humanidad y, principalmente, quienes tienen responsabilidades de gobernar.Lagarde dijo que, en este momento, se está ante un movimiento tectónico en Europa; es decir, algo que es profundo y al mismo tiempo estructural. Esto plantea, además, una cantidad de interrogantes que, a lo largo de su discurso (y esto es lo interesante), ella no sabe resolver, pero que están ligados sobre todo a la cuestión energética y a todas las derivaciones que tiene lo energético sobre el conjunto de la economía y, en general, de la vida humana.

En su discurso, Lagarde plantea que ya había un aumento de precios inquietante de la energía. Ella dice que, en lo que va del año, el petróleo aumentó 44% y el gas, cerca de un 75%. Y subraya también que hay cosas que no miramos; como por ejemplo, que Rusia y Ucrania producen el 30% de las exportaciones mundiales de trigo, lo que genera un aumento en su precio, que está tratando de resolver el gobierno argentino con intervención en ese mercado.

Del mismo modo, detalla que Ucrania suministra el 70% del gas de neón, crucial en la industria de los semiconductores, que está en el centro de la provisión de productos para la industria electrónica. Otro dato interesante: desde Rusia procede el 20% el uranio enriquecido que consumen las plantas nucleares que producen energía en Estados Unidos; es decir, estamos hablando de que la guerra de Ucrania plantea un colapso o, por lo menos, una crisis de gran dimensión en el corazón de varias industrias, no solamente en la de los hidrocarburos, que ya de por sí es un condicionante extraordinario de toda la economía.

Todo este planteo que hace Lagarde envuelve un problema que ella está viendo: una mayor inflación a escala internacional. Ya se suponía que iba a haber una inflación importante derivada de la salida de la pandemia, pero ahora ella dice que habrá otro tipo de inflación derivada de la salida de la guerra, que aparecerá durante la guerra y después de esta. Esto quiere decir que la inflación es un fenómeno que llega para permanecer mucho tiempo entre nosotros y que plantea, a su vez, incógnitas, desde el punto de vista de la política monetaria europea, muy difíciles de responder. “Nuestra perspectiva actual se puede resumir claramente en las palabras de Maya Angelou: ‘Esperamos lo mejor, estamos preparados para lo peor y no nos sorprende nada en el medio’”, cerró la presidenta del Banco Central Europeo citando a aquella líder de los derechos civiles, cantante y poeta de los Estados Unidos.

Este es el mundo en el que estamos viviendo. ¿Por qué importa esto? Primero, porque somos parte de él, pero además porque, desde la perspectiva en que nosotros lo miramos, que es la de nuestra peripecia argentina, este mundo tan incierto implica o produce que, antes de que el acuerdo con el Fondo sea aprobado el viernes que viene por el directorio del organismo, ya haya quedado totalmente desactualizado, especialmente en materia de precios energéticos, de subsidios a la energía y de la demanda de reservas del Banco Central, que plantea la necesidad de comprar gas. Hay toda una gama de problemas macroeconómicos que rodean a la cuestión sectorial de la energía.

De este problema apareció un síntoma la semana pasada que revela el problema energético, el problema fiscal y un problema político. Se trata de una carta, que el Gobierno trató de disimular, firmada por el secretario de Energía, Darío Martínez. Fue dirigida al ministro de Economía, Martín Guzmán -que es su jefe inmediato- y enviada con copia al presidente de la Nación, Alberto Fernández. Es una carta extraordinariamente inusual por lo dura, por lo terminante y por lo indignada. Se parece bastante a aquel conflicto que apareció entre Guzmán y Federico Basualdo, cuando Guzmán intento reemplazarlo (y hasta el día de hoy no pudo, a pesar de todas las promesas que le formuló el Presidente) por el aumento de las tarifas eléctricas. Basualdo, respaldado por Cristina Kirchner, se plantó diciendo que no sería mayor al 9%; y ese fue el principio de la disidencia de la vicepresidenta con el acuerdo con el Fondo, que terminó en la negativa a votarlo por parte de La Cámpora y los senadores que responden a ella.

Como una especie de repetición de ese episodio con un funcionario de Energía, que políticamente reporta a Máximo Kirchner y es respaldado por La Cámpora, Martínez le envió esta carta a su jefe, al ministro Guzmán, y al Presidente, y la hace filtrar o alguien le pide que la filtre, para que todos sepamos el nivel de conflicto que hay dentro del Gobierno, política y técnicamente, respecto de un tema tan importante como el energético.

Hay algunos párrafos que son muy inusuales en una carta técnica, que a lo mejor ni había necesidad de escribir, porque normalmente estas discusiones se dan de manera oral y sin registro, sobre todos en los gobiernos que tiene algún espíritu de autopreservación. Martínez escribe: “En el ejercicio de mis funciones como Secretario de Energía, consciente de las necesidades que se deben afrontar durante el corriente mes para mantener los servicios básicos imprescindibles y actividades críticas vinculados a mi área, es que por la presente rechazo el recorte impuesto por los Techos de Caja, advirtiendo sobre las consecuencias desastrosas para el país que ello implica”.

Sigue: “Sobre este punto, cabe aclarar que los Techos de Caja vienen de Hacienda y que, si se mantiene este recorte, él había pedido 306.000 millones de pesos y le asignaron 66.000 millones de pesos para marzo”.

En otro tramo, el secretario de Energía señala: “No se podrán pagar los Cargamentos de GNL y de Gas Oil, que fueron contratados para que arriben durante el corriente mes al país y que IEASA y CAMMESA, respectivamente, deben atender en dólares, en forma anticipada (…) Sobrevendrá una crisis por falta de combustibles para alimentar las centrales térmicas del país (…) No se podrá realizar el pago en dólares que demanda la provisión de Gas Boliviano, justo en medio de las negociaciones donde estamos intentando subir los volúmenes que recibimos por esa vía”.

Respecto de esto, se debe decir que el gobierno boliviano (el entrañable Evo o su delegado, el presidente Arce) se ha puesto más duro en medio de este contexto.

Este texto demuestra que hay una insubordinación del secretario de Energía al ministro, pero que -además- hay un problema enorme para cumplir con los acuerdos con el Fondo. Porque lo que Martínez le está diciendo es que los números que ellos pactaron con el FMI son números que vuelven inviable la gestión que él debe llevar adelante para que no haya, dicho brutalmente, un gran corte de luz a particulares e industrias.

Esto lo señaló, vía Twitter, Nicolás Gadano, que es experto en historia de la energía y afirmó que, más allá de la interna política, el problema de los números está ahí. Según tengo entendido, oralmente Guzmán le dijo a Martínez que no es que no le manda la plata porque no quiere, sino que no la tiene. Y ese “no la tengo” implica “tengo que cumplir con compromisos asumidos exteriormente con el Fondo”.

Lo curioso es que, después de esta carta, Alberto Fernández se comunicó con Martínez y, como si el secretario de Energía fuera su jefe, le dijo que no se ponga nervioso porque le iban a mandar el dinero. Esto representa, en una pequeña escala, la relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner y todo lo que la rodea.

En este marco de problemas, el ministro Guzmán viaja a París porque tiene que ir a negociar el pago de la deuda con el Club de París, aquella que de tan mala manera negoció Axel Kicillof. Allí se va a ver con el ministro Bruno Le Maire y, además, se va a encontrar con ministros de Energía. Entre ellos, con la secretaria de Energía de los Estados Unidos. Guzmán intentará ver si puede conseguir algo inhallable: contratos para la provisión de gas. Si algo falta en el mundo, es gas. Y habrá que ver si son los ministros los que proveen ese insumo o si hay que tener otro tipo de negociaciones porque, en general, son empresas las que lo proveen.

Esto implica que hay que corregir y aumentar o agravar algo que fue insólito. Tal como publicó la periodista Sofía Diamante en LA NACION, mucho antes de que se termine de negociar el acuerdo con el Fondo, la contraparte de Guzmán, Ilan Goldfajn, que es el director para el Hemisferio Occidental del FMI, y quien negoció de parte del organismo, reunido con ejecutivos de bancos en Wall Street, dijo que el acuerdo que se firmaría no sirve para nada. Y esto es algo que uno no espera que diga un funcionario del FMI, ni diplomática, ni técnica ni políticamente. Además, es importante resaltar que lo dijo antes de que el problema energético se introdujera sobre ese acuerdo que, según él, ya era deficiente.

Esto es interesante porque este banquero ultraortodoxo, que fue presidente del Banco Central en el gobierno de Temer, en Brasil, que pertenece al mundo de la banca y que es una especie de ultrafiscalista monetarista, coincide con Cristina Kirchner que, desde la otra vereda, también opina que este acuerdo no sirve para nada y que, por lo tanto, el gobierno de Alberto Fernández no tiene perspectiva de recuperarse y ganar las elecciones.

Es una coincidencia muy llamativa de dos mundos distintos en la que se revela el verdadero problema entre Cristina y Alberto: los pronósticos. Lo que los separa es una diferencia profunda respecto del sustento electoral que puede tener la política económica del Gobierno en los próximos dos años. Al final de todo, es su profesión: la obligación de un político es preocuparse por si la gente lo va a votar o no.

¿Dónde está el problema central de la cuestión electoral referida a la economía? Son dos visiones contrapuestas sobre la capacidad o incapacidad de este programa para reducir la inflación, que determina el nivel de salario real, que a la vez determina la orientación del voto. La gente tolera o deja de tolerar a un líder político o a un gobierno por muchísimas razones, pero sobre todo por una: su poder adquisitivo. Lo que se discute aquí es si este Gobierno, en los meses que faltan para las primarias, puede o no hacer que la población recupere su capacidad de compra.

Alberto Fernández creería que es posible, por lo que dijo en su discurso del viernes. Allí habló de un futuro en el que no está contemplada la posición de Cristina Kirchner. Mencionó un eje con la oposición, que colaboró en que se apruebe el acuerdo con el Fondo. No sabemos muy bien si está dispuesto a ejercer un liderazgo sobre esos opositores o si seguirá navegando en el mar de la ambigüedad, como hizo durante los últimos dos años.

Sus expresiones no siempre son felices. Cuando dice “el viernes empieza la guerra contra la inflación”, el primer ofendido es Guzmán, porque implica que estuvo dos años sin prestarle atención al principal problema que tiene que resolver. En esto de ir procrastinando y gobernando secuencialmente, en algún momento nos encargaremos de la inflación y en algún momento encararemos la energía. En París dijo que hace falta que la Argentina produzca y pueda vender gas licuado. Llega un poco tarde. Es un debate instalado hace tiempo en el país, donde hay empresas que piden precios para exportar, la posibilidad de construir una planta de licuefacción de gas, etc. Se corren los problemas desde atrás.

Hay un grupo de gente en el Gobierno, alineada con el Presidente, que cree que puede haber otro rumbo y otro destino para esta administración. Algunos hasta se hacen la fantasía de que cuando Fernández habla del consenso y el acuerdo con la oposición, busca pactar con un sector de Juntos por el Cambio. Empiezan a mirar el eje entre Alberto Fernández, Gerardo Morales y la UCR. Probablemente, vayan mucho más allá de lo que permiten anticipar los hechos.

Alrededor de Alberto se ha formado un grupo para que se olvide de Cristina Kirchner y arme otro esquema de poder. Allí están Aníbal Fernández, Pepe Albistur -el mejor amigo del Presidente-, Agustín Rossi, y una persona que se vuelve ahora relevante porque está muy asociada al kirchnerismo histórico y a los movimientos sociales, que es Luis D’Elía, que le acaba de decir a Cristina que era inviable no acordar con el Fondo, porque sin eso la Argentina termina en Venezuela, asumiendo que ese país ya colapsó.

Los ministros de Obras Públicas y Desarrollo Social, Gabriel Katopodis y Juan Zabaleta, también integran este núcleo de gente que espera que Fernández se levante, enfrente a Cristina Kirchner y limite el poder de La Cámpora en el Gobierno. Algunos piensan una idea un poco audaz, quizá suicida, que es ponerle a cada dirigente camporista un segundo debajo, de tal manera que la guerra se traslade a la administración y no ya el oficialismo, y el Gobierno estalle.

En ese grupo hay mordacidad y mal humor. Dos de sus integrantes llaman a Máximo Kirchner “Ricardito”. Como Ricardo Alfonsín no es Raúl, Máximo tampoco es Néstor. Hay otro grupo más cercano a la concepción que se va formando Alberto Fernández respecto de lo que debe hacer en este momento formado en la Casa Rosada por Vilma Ibarra, Gabriela Cerruti y una persona clave al lado de Fernández, su jefe de asesores, Juan Manuel Olmos.

A la vez, están tratando de buscar alguna sangre intelectual que justifique esta orientación. Ligado al acuerdo con el FMI, apareció un texto de Ricardo Forster y Jorge Alemán. Desde el grupo Soberanxs, Alicia Castro los llamó intelectuales “rentados”, porque les pagan un sueldo para escribir. Estamos viendo cómo va subiendo la agresividad.

¿Qué está pasando? Es importante advertir que la que se peleó es Cristina, que decide irse del oficialismo, no asociarse a los ajustes para ella infructuosos, que van a ocurrir en los próximos dos años. Alejarse de un programa que, necesariamente, va a entrar en una revisión porque ya ni los del Fondo creen en él. Pero se va de una manera muy peculiar, dejando a su gente en las principales cajas del Estado, en la Anses, en el PAMI, en la DGI, en el área energética, etc.

Si esa postura ancla en una propuesta electoral, cuando Alberto Fernández y su grupo vean que con “su plata” le están armando una candidatura para entorpecerlos, o derrotarlos, probablemente la guerra cambie de tono. Cristina Kirchner piensa que esa “plata” no es de Alberto sino suya y que el oficialismo le pertenece, porque los votos son suyos, al igual que la legitimidad. El Presidente que ella puso es apenas un delegado.

Ahora empieza la pelea por esa legitimidad, porque esta semana se conmemora un nuevo aniversario, con lo que significa para el kirchnerismo y las organizaciones de derechos humanos, del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Vamos a ver cómo, subliminalmente, el discurso contra la dictadura se transforma en un discurso contra el Fondo y, eventualmente, contra Alberto Fernández.

Estamos viendo un proceso de radicalización del grupo que rodea a Cristina Kirchner. Al irse del Gobierno y desentenderse del plan económico, se liberan de algo muy incómodo: tener que responder cómo se llega al día de mañana. Entra entonces en una pelea utópica, milenarista, de transformar el capitalismo, resolver de otra manera el problema de deudores y acreedores en el mundo. ¿Cómo pago los sueldos mañana? ¿Cómo hago para que haya combustible y que la economía funcione? ¿Qué hago con un Banco Central sin reservas? Son preguntas que ya no se verán obligados a contestar ni Cristina, ni Máximo, ni La Cámpora.

Dos fotos de la semana pasada muestran este nuevo alineamiento. En la primera, vemos a Myriam Bregman, líder del trotskismo en la Argentina, al lado de un señor que se llama Eric Toussaint, un belga que vive y da clases en París y se dedica a recorrer el mundo como vocero del Comité para la Abolición de Deudas Ilegítimas. Estuvo en Buenos Aires hablando de cómo el país debe romper con el FMI. Claro, el día que rompamos y nos quedemos sin energía, él nos va a estar mirando nuestro incendio desde París.

¿Qué es lo interesante de este intelectual? Una segunda foto, donde lo vemos rodeado de gente muy ligada a Cristina Kirchner: Paula Penaca, la mano derecha de Máximo, secretaria del bloque oficialista de la Cámara de Diputados, muy inteligente y aguerrida, y Oscar Parrilli, que aparece en una inesperada condición de “trosko”, reunido con Toussaint y hablando de la ruptura con el Fondo. Dicen que la coincidencia seguirá el 24: La Cámpora y el trotskismo convergerán sobre Plaza de Mayo en el mismo horario, algo que nunca había ocurrido.

¿Por qué estas dos fotos son importantes? Porque nos están revelando la preocupación del kirchnerismo frente a la posibilidad de que la izquierda trotskista siga creciendo electoralmente. En las últimas elecciones sacaron más de un millón de votos, crecieron en la provincia. Dentro del kirchnerismo, creen que avanzan sobre su propio terreno. Es decir, empiezan a ver que el trotskismo le habla a su propia base electoral, sin compromiso con Alberto Fernández ni la responsabilidad de gobernar, de una manera mucho más nítida e interpelante de la que podrían hablar ellos. Esto explica en buena medida la ruptura. Lo que más les importa es retener el voto, su base electoral.

Todo esto empieza a anclar en conceptos y palabras de las que es difícil desdecirse o volver atrás. En este momento, circula un documento bastante bien redactado, extraordinariamente teórico, escrito por gente que no está comprometida con la administración, pero que curiosamente lo hace circular La Cámpora buscando firmas, que se llama “Moderación o pueblo”. ¿Cuál es el planteo? Tenemos que preservar la unidad. Pero no es la unidad de la dirigencia, de los bloques, de la conducción. Es la unidad del pueblo. Y esa unidad se quebró por la política económica que vienen llevando desde que llegaron -no desde el acuerdo con el Fondo- Fernández y Guzmán. ¿Dónde se quebró la unidad? En que se perdieron 4 millones de votos.

Ahí esta la preocupación y la vamos a ver expresada muchas veces esta semana, en vísperas del 24 de marzo. Dicen que hay una carta de Cristina para ese día -un poco peyorativamente, dicen que Horacio Verbitsky la está ayudando a escribirla, como si ella no pudiera hacerlo sola- y hay distintas apelaciones a la cuestión de derechos humanos y FMI. La más insólita se escuchó el sábado pasado durante una marcha de antorchas en Lugano, en conmemoración del golpe del 76 y la dijo Horacio Pietragalla, secretario de Derechos Humanos. Según él, “los 30.000 desaparecidos no hubieran votado el acuerdo con el Fondo”. Yo esperaba que renuncie al terminar el acto, porque él es funcionario del gobierno que rubricó ese pacto; pero no sucedió.

¿Cómo ancla electoralmente este debate? Probablemente, el kirchnerismo tenga que buscar otro candidato para una PASO, o replegarse en la provincia de Buenos Aires. En el primer escenario, hay alguien que se está poniendo el traje azul, Sergio Massa. Hay intendentes que dicen haber escuchado de su boca que Cristina le dijo “preparate, Sergio”. No sabemos para qué. Sería increíble que este grupo humano que vimos con ese intelectual belga que predica en contra del acuerdo con el Fondo termine detrás de Massa. Es el Massa que habló a la Casa Blanca con su amigo Juan González para conseguir el apoyo del gobierno de Biden y es el que juntó los votos en Diputados. Si Alberto Fernández hoy tiene acuerdo es gracias a la habilidad del exintendente de Tigre. Cómo iría La Cámpora y Cristina Kirchner detrás de él y hablando en contra del acuerdo con el Fondo es algo que podría explicar solo esa frase de Borges, maravillosa, del cuento “La busca de Averroes”: “Con esa lógica peculiar que da el odio” podrían estar en contra del acuerdo y a favor de Sergio Massa.

No es el problema central, que sí se ve reflejado en una encuesta de Zuban Córdoba, contratada por Juan Manzur (Juan XXIII, Juan XXVII o Juan XXXI, no sabemos cuándo le va a tocar al jefe de Gabinete). Ese estudio analizó cuál es la imagen, positiva y negativa, que tiene la sociedad respecto de distintos funcionarios y dirigentes. Según este estudio, quien está mejor es Patricia Bullrich, a quien hay que prestarle atención porque ya está recorriendo el conurbano y estuvo comiendo, en un municipio de la zona sur, con dirigentes que en la última elección respondían a Horacio Rodríguez Larreta. La presidenta del PRO cuenta con 56,4% de imagen positiva y 37,6% negativa.

La siguen Larreta, con 52% de positiva y 38,7% negativa; y Javier Milei, que tiene un 47,3% de imagen positiva y 41,1% negativa. En cuarto lugar está Facundo Manes, con 46,9% de positiva y 31,6% negativa. Luego, aparecen Miguel Ángel Pichetto, que cuenta con una imagen positiva del 45,1% y una negativa de 41,7%; y Mauricio Macri, con 43% de positiva y 54% negativa. El expresidente aún tiene más imagen negativa, pero está mejorando. Entonces, al ver los resultados de esta encuesta, contratada por Manzur, se podría decir que todos los que hoy generan expectativa forman parte de la oposición.

Según estos datos, la que mejor está dentro del Gobierno es Cristina Kirchner, con 35% de imagen positiva y 64,1% negativa; y detrás suyo está Alberto Fernández, que tiene 34,3% de positiva y 64,7% negativa. Tras él se ubica Gerardo Morales, con 31,4% positiva y 44,5% negativa, a quien curiosamente el encuestador ubicó dentro del oficialismo. Finalmente, están Sergio Massa, muy por debajo de los candidatos, con 28,1% positiva y 67,1% negativa; Máximo Kirchner, con 24% de positiva y 68,7% negativa; y el propio Manzur -que debe estar arrepentido de que le lleguen esos números- con 20,2% de positiva y 62,6% de negativa.

Al ver los datos respecto de los funcionarios del Gobierno surge la siguiente pregunta: ¿de dónde se cuelgan para una carrera electoral? Acá está el problema, porque un gobierno con muy poco atractivo social, que inspira mucho fastidio, debe encarar una tarea muy complicada: en un contexto de incertidumbre global y local, debe dar la pelea contra la inflación. Tal vez a nivel inconsciente, Alberto Fernández dijo que ese combate “empieza el viernes”. Durante dos años durmieron la siesta.

Hay una fractura en el Gobierno. Fernández no se anima a asumir su liderazgo y a abrazarse al acuerdo con el Fondo y, en cambio, se lo vende a la sociedad como un mate frío, algo que no quiso firmar; y Cristina Kirchner invita a los suyos a una saga de milenaristas que no tiene respuesta para lo que puede pasar mañana. Quebrados y peleados entre ellos. La sensación ha sido, durante estos dos años, que el Gobierno era un barco a la deriva. Ahora, la sensación es que son dos barcos sin rumbo.

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