Cultura

Les Temps ModernesDejó de editarse la mítica revista que fundaron Sartre y De Beauvoir

Se publicó en Francia por más de siete décadas. Bastión de la izquierda, conjugó literatura y periodismo.

Simone de Beauvoir decía que la reunión de editores de los domingos a la tarde era “la forma más alta de la amistad”, pero después de 74 años Les Temps Modernes, la revista mensual que fundó con Jean-Paul Sartre, ha cerrado.

La muerte del último editor, Claude Lanzmann, en julio pasado, hizo que la decisión de suspender la publicación se volviera inevitable por parte de su editorial, Gallimard. Lanzmann, colaborador desde los primeros tiempos y alumno de Sartre, había tomado la posta de manos de De Beauvoir, su ex amante, cuando ella murió en 1986. El deceso del editor quebró el círculo mágicode la historia.

Además, ¿quién podría estar hoy a la altura de esos tres pesos pesados intelectuales?

Leer un número de la primera década de la revista es tan novedoso hoy como entonces. El tono es original, los reportajes se leen como literatura, el estilo carece de concesiones y el análisis es combativo. A menudo se considera que el Nuevo Periodismo surgió en Nueva York a fines de los años 50. Pero podría argumentarse que provino de París a fines de los 40 con Les Temps Modernes, que fue una de las publicaciones iniciales en salvar la brecha entre literatura y periodismo.

Su manifiesto fue traducido y publicado en muchos medios, entre ellos Horizon de Cyril Connolly en Londres. Decía: “Todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad. Yo, por mi parte, hago a Flaubert personalmente responsable de la represión que siguió a la Comuna porque no escribió una sola línea para tratar de detenerla. No era asunto suyo, dirá quizá la gente. ¿El juicio de Calas era asunto de Voltaire? ¿La condena de Dreyfus era asunto de Zola? Los que hacemos Les Temps Modernes no queremos vacilar con respecto a los tiempos en que vivimos. Nuestra intención es influir en la sociedad en la que vivimos. Les Temps Modernes tomará partido”.

Para difundir su característica voz, la revista (que recibió su nombre en homenaje a Tiempos modernos, la película de Charles Chaplin) podía confiar en una variedad de talentosos escritores y filósofos de todo el espectro político. Comunistas, católicos, partidarios del general De Gaulle y socialistas: el filósofo Raymond Aron, el fenomenólogo marxista Maurice Merleau-Ponty, el antropólogo y crítico de arte Michel Leiris e incluso Picasso, que había aceptado diseñar la portada y el logo.

El escritor británico Philip Toynbee aportó una Carta desde Londres, mientras que las novelas y los ensayos que al comité de edición le gustaban particularmente se publicaban por entregas antes de salir al mercado en formato de libro o con vistas a atraer a un posible editor. Les Temps Modernes tenía particular interés en las mujeres, los escritores extranjeros, los disidentes y las voces talentosas originales.

El primer número comenzaba con un fragmento exclusivo del cuento Fuego y nube del autor afroamericano Richard Wright, cuya descripción de las turbas que perpetraban linchamientos en el sur profundo de los Estados Unidos conmocionaron a los lectores franceses y sacaron a la luz la discriminación racial en ese país con un lenguaje lírico y violento, magníficamente traducido por Marcel Duhamel.

En los números que siguieron, Samuel Beckett, Violette Leduc, Nathalie Sarraute, Boris Vian, Jean Genet y muchos otros encontraron un lugar y la revista abrazó la causa anticolonialista con pasión y coraje.

Les Temps Modernes, que combinó un laboratorio de ideas nuevas con una agencia de talentos, también fue la incubadora del existencialismo.

Sartre cerró el primer número con un artículo titulado El fin de la guerra, en el que escribió: “La paz es un nuevo comienzo pero vivimos una agonía… La guerra ha dejado a todos desnudos, sin ilusiones; ahora pueden depender de sí mismos y esto es quizá lo único bueno que ha salido de ella”.

Este pesimismo les dolió a muchos lectores, pero también se lo percibió como una nueva sinceridad, una sinceridad que reclamaba actuar de inmediato. Había en él algo fresco, estimulante, liberador. La responsabilidad por nuestros actos así como por nuestra inacción, por nuestro compromiso o la falta de él, era nuestra y sólo nuestra. Basta de excusas. Gallimard había acordado financiar la revista y dar al equipo una pequeña oficina en el corazón de Saint-Germain-des-Prés, en 5 rue Sébastien Bottin de París.

Insólitamente, Sartre se había comprometido a recibir a todo el que pidiera verlo en la oficina de la revista todos los martes y viernes por la tarde, entre las 17.30 y las 19.30. Esta promesa incluso se publicó en las primeras páginas de la revista, junto con el número de teléfono Littré 28-91, donde se lo podía contactar. Eso era democracia y debate público en acción.

Esto llevó a acalorados debates y a algunas escenas tragicómicas. En sus memorias, De Beauvoir recuerda a Abbot Gengenback, un “sacerdote semiexpulsado”, que se convirtió en una visita habitual. “Surrealista, bebía mucho, maldecía a la Iglesia y salía con mujeres. Después se encerró en un monasterio durante algunas semanas para expiar sus pecados.” Una tarde de martes, la recepcionista corrió a ver a De Beauvoir: un lector cuyo texto había sido rechazado por el comité editorial acababa de cortarse las venas.

Luego de que Les Temps Modernes dejó en claro su postura sobre el aborto, abogando por su legalización, la gente empezó a hacer cola frente a la redacción para pedir a la secretaria, Madame Sorbet, datos sobre médicos que pudieran practicar discretamente ese acto médico ilegal, que en aquella época eran punible con cadena perpetua y, en algunos casos, con la muerte. Tiempos modernos y peligrosos.

Fundada en el convulsionado –y a la vez esperanzador– año de 1945, Les Temps Modernes inexorablemente siguió las peregrinaciones políticas de Sartre y De Beauvoir. Cuando la Guerra Fría congeló el discurso público en la política de bloques, la revista también a veces se perdió en la ofuscación de izquierda. Entonces perdió la claridad de sus gloriosos comienzos, pero es el impacto que tuvo en esos primeros años lo que será su perdurable legado.

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