Cultura

Para leerCuarentena por coronavirus: publican la “novela inconclusa” de Ana Frank

La historia se deprende de lo que la joven escribió en su diario. Por primera vez, se edita de forma separada, bajo el título “Querida Kitty”.

¿Quién es la Kitty a la que Ana Frank le escribe muchas cartas de su célebre diario? Kitty es, antes que nada, un personaje ficticio: forma parte de un grupo imaginario de amigas de Ana Frank, la niña de 13 años, de origen judío, que escribió un diario escondida de la persecución nazi, junto a su familia, en una casa de Ámsterdam.

“Querida Kitty” encabeza buena parte de las entradas de ese diario. No es la única, también aparecen otras amigas imaginarias como Jetty, Emmy, Pop, Phien, Conny, Lou y Marjan. Kitty es, de todas, la amiga imaginaria preferida de Ana. O sea, su mejor amiga: «A quien más me gusta escribir es a ti, lo sabes, y espero que este sentimiento sea mutuo». Y el nombre proviene de un personaje ficticio de una serie destinado a niñas jóvenes de ese momento.

Del célebre diario, publicado en 1947 y con más de 30 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, se desprende que el gran deseo de Ana era ser escritora y publicar una novela. Al menos eso es lo que cuenta en las páginas, escritas entre el 12 de junio de 1942 y el 1° de agosto de 1944 desde el escondite en la llamada «Casa de atrás»: “En cualquier caso, cuando termine la guerra quisiera publicar un libro titulado La casa de atrás”, escribió el 11 de mayo de 1944. Había elegido para sí misma el seudónimo de Anne Robin.

Setenta y cinco años después, de alguna manera, el deseo de Ana se hace realidad. «Llevo más de veinticinco años empeñada en conseguir que La casa de atrás de Ana se publique por separado en forma de fragmento de novela, para que por fin su autora sea reconocida como la joven escritora en la que a todas luces se había convertido durante los últimos años de permanencia en su escondite”, cuenta en la introducción Laureen Nussbaum, vecina y amiga de los Frank y catedrática emérita de Literatura de la Universidad Estatal de Portland, Estados Unidos. 

En las cartas a la amiga imaginaria Kitty, que en esta edición se presentan por primera vez como publicación separada del diario y con una nueva traducción, se pone de manifiesto el deseo literario de la joven, que escribía sobre la situación opresiva que vivía en aquella casa de Ámsterdam, hoy convertida en museo (cerrado hasta junio por la pandemia de coronavirus).

Nacida, en Fráncfort del Meno, Alemania, en 1929, Ana Frank y su familia tuvieron que refugiarse en Ámsterdam escapando de los nacionalsocialistas. Tras la invasión de los Países Bajos por parte del ejército alemán, entre 1942 y 1944, los Frank se escondieron en una “casa de atrás”, donde Ana escribió su mundialmente famoso diario, y donde vivían con otra familia, también escondida de los nazis. El 4 de agosto, la irrupción policial en Prinsengracht 263 puso fin a todo. Nunca se supo quién los delató.

Ana y su familia fueron descubiertos por agentes nazis poco antes del fin de la Segunda Guerra y deportados a distintos campos de concentración. Ana falleció de tifus en el de Bergen Belsen, a los 15 años.

Tomada de las propias palabras de Ana en el diario, esa novela vuelve a publicarse estos días por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), con la cooperación del Centro Ana Frank Argentina y la Casa de Ana Frank de Ámsterdam. Se llama Querida Kitty. Novela epistolar redactada por ella misma y cuenta con la traducción directa del neerlandés de Diego Puls.

Por el momento el libro no se encuentra disponible en formato online, pero puede adquirirse en formato papel y con envío a domicilio a través de la página web oficial de Eudeba ($549).

Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No solo porque nunca escribí, sino porque me da la impresión de que más adelante ni a mí ni a ninguna otra persona le van a interesar las confidencias de una colegiala de trece años. Pero bueno, en realidad eso no importa, tengo ganas de escribir, y mucho más de desahogarme de una buena vez con respecto a un montón de cosas. “El papel aguanta más que las personas”: este dicho se me vino a la mente uno de esos días ligeramente melancólicos míos en que estaba sentada con la cabeza apoyada en las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y al final no me moví de donde estaba, pensando “sí, es cierto, el papel lo aguanta todo”. Y dado que no tengo intención de darle a leer jamás a nadie este cuaderno acartonado que lleva el ampuloso nombre de “diario”, salvo que en algún momento de mi vida llegue a tener un amigo o una amiga, que entonces será “el” amigo o “la” amiga, seguro que a nadie le importará.

Ahora llegué al punto donde nació toda esta idea del diario: no tengo ninguna amiga.

Para que quede más claro, ahora debería seguir una explicación, porque nadie podrá entender que una chica de trece años se encuentre sola en el mundo, y tampoco es cierto. Tengo unos padres muy buenos y una hermana de dieciséis, tengo en total como treinta conocidas y lo que suele llamarse amigas, tengo un cortejo de admiradores que me miran a los ojos y, cuando no hay otra manera, intentan espiarme en clase con un espejito de bolsillo roto, tengo familia, tías muy buenas, un buen hogar… No, visto así no me falta nada, excepto “la” amiga. Con ninguna de mis conocidas puedo hacer otra cosa que divertirme, nunca llego a hablar de otros temas que las cosas cotidianas, o a intimar un poco más, y ahí está el quid de la cuestión. Tal vez esa falta de confianza sea culpa mía, pero sea como sea, el hecho está ahí y lamentablemente no se puede remediar. De ahí este diario. Y para reforzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan ansiada, no quisiera en este diario enumerar simplemente los hechos como en cualquier otro diario, sino que quiero que este diario sea esa amiga, y la amiga se llamará Kitty.

Dado que seguramente nadie entenderá nada de lo que le escriba a Kitty si empiezo así, de sopetón, tendré que contar brevemente la historia de mi vida, por más que preferiría no hacerlo.

Mi papá, el papá más bueno que haya conocido jamás, se casó recién a los 36 años con mi mamá, que entonces tenía 25. Mi hermana Margot nació en 1926, en Fráncfort del Meno (Alemania). El 12 de junio de 1929 le seguí yo, y dado que somos judíos de pura sangre, en 1933 emigramos a Holanda, donde a mi papá lo nombraron director de la compañía holandesa para la elaboración de mermeladas Opekta. Nuestra vida se desarrolló con bastantes sobresaltos, dado que el resto de la familia en Alemania no se salvó de las leyes de Hitler contra los judíos. En 1938, después de los pogromos, mis dos tíos (hermanos de mamá) huyeron y llegaron sanos y salvos a Norteamérica. Mi abuelita se vino a vivir con nosotros; tenía entonces 73 años. Después de mayo de 1940 se terminaron los buenos tiempos: primero la guerra, la capitulación, la invasión de los alemanes y ahí empezaron las penurias para nosotros los judíos. Promulgaron una ley antijudía tras otra, y se nos restringió mucho la libertad, pero todavía se aguanta, a pesar de la estrella, los colegios separados, toque de queda a las ocho, etc., etc.

La abuela falleció en enero de 1942. A Margot y a mí nos habían trasladado al liceo judío en octubre de 1941, ella a 4.º y yo a primer año. Nuestra familia de cuatro sigue estando bien, y así llegamos a la fecha de hoy, donde empieza el estreno solemne de mi diario.

Ámsterdam

Anne Frank

20 de junio de 1942

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