En 1837, Juan Bautista Alberdi imaginó la posibilidad de que los argentinos adoptáramos el francés como idioma oficial, en lo que calificaba como una necesaria «emancipación de la lengua». Y en una clara reacción antiespañola.

Eran tiempos en que los intelectuales criollos debatían sobre si las particularidades que había adoptado el castellano en Sudamérica -y en el Río de la Plata en especial- eran desviaciones que había que corregir o bien la expresión del surgimiento de un «idioma nacional», según informó Infobae.

Alberdi, claramente, se decantó por lo segundo. España representaba para él el pasado colonial -del que en ese momento sólo veía lo negativo, una posición que luego corregirá, como veremos-, mientras que Francia era el futuro y el progreso. España era la colonia, Francia, la república, nacida para nosotros en Mayo de 1810.

 Toda la llamada Generación del ’37, de la que Alberdi era un exponente, junto con Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López, José Mármol y Félix Frías, entre otros, compartía esta visión, y tenía una fuerte influencia del pensamiento y la cultura francesa. No valoraban la herencia colonial ni las raíces indígenas, como luego harían otros pensadores nacionales; para ellos, la Revolución de Mayo había engendrado la nación, rompiendo las cadenas que la ataban a una metrópoli «decadente».

En el año 1838, Alberdi publica un artículo de título significativo, «Emancipación de la lengua», en el que sostiene que el idioma acompaña la revolución, por lo que es natural que adopte una estructura local, americana. Responde allí a las críticas que se formulan al «afrancesamiento» de la lengua de algunos jóvenes -se refiere, obviamente, a la élite social y cultural.

«Para Alberdi, la lengua es una faz del pensamiento, de modo que perfeccionar una lengua es perfeccionar el pensamiento», dice Fernando Albón, en el estudio preliminar de la antología La querella de la lengua en Argentina (Ediciones Biblioteca Nacional, 2013). «Imitar una lengua perfecta es imitar un pensamiento perfecto, es adquirir lógica, orden, claridad, laconismo, es perfeccionar nuestro pensamiento mismo», escribió el padre de nuestra Constitución.

En el artículo que cita Alfón, Juan Bautista Alberdi fundamentaba así su posición: «Si la lengua no es otra cosa que una faz del pensamiento, la nuestra pide una armonía íntima con nuestro pensamiento americano, más simpático mil veces con el movimiento rápido y directo del pensamiento francés, que no con los eternos contorneos del  pensamiento español. Nuestras simpatías con la Francia no son sin causa. Nosotros hemos tenido dos existencias en el mundo: una colonial, otra republicana. La primera nos la dio España; la segunda, la Francia. El día que dejamos de ser colonos acabó nuestro parentesco con la España; desde la República, somos hijos de la Francia. (…) A la España le debemos cadenas, a la Francia libertades. (…) El pensamiento francés envuelve y penetra toda nuestra vida republicana. De este modo, ¡cómo no hemos de preferir las nobles y grandes analogías de la inteligencia francesa! A los que no escribimos a la española se nos dice que no sabemos escribir nuestra lengua».

Nuestra lengua aspira a una emancipación, porque ella no es más que una faz de la emancipación nacional (Alberdi)

Postulaba, en el mismo texto, la existencia de una «lengua argentina» que debía emanciparse, como antes lo había hecho el país: «La lengua argentina no es, pues, la lengua española: es hija de la lengua española, como la nación Argentina es hija de la nación española, sin ser por eso la nación española. (…) Nuestra lengua aspira a una emancipación, porque ella no es más que una faz de la emancipación nacional, que no es completa por la sola emancipación política».

Años más tarde, la polémica volvió, esta vez de la mano de un francés radicado en la Argentina, Lucien Abeille, quien, maravillado al descubrir tantos galicismos y modismos franceses en el idioma rioplatense, hizo un estudio filológico de nuestro castellano y publicó, en 1900, el libro Idioma nacional de los argentinos.

Abeille no sólo defiende la tesis de un «idioma argentino», sino que rastrea en él las influencias del francés, entonces más notorias que otras (todavía no se sentía con tanta fuerza el peso del aluvión italiano). Llegó incluso a publicar en Francia una edición totalmente bilingüe de su libro para transmitir su entusiasmo a sus compatriotas. En Argentina, señala Fernando Albón, aunque la tesis de Abeille tuvo muchos detractores, contó con un respaldo de jerarquía: el del entonces ya ex presidente Carlos Pellegrini.

«Ya no hay casi un solo joven de talento que no posea el instinto del nuevo estilo y le realice de un modo que no haga esperar que pronto será familiar en nuestra patria el lenguaje de Lerminier, Hugo, Carrel, Didier, Fortoul, Leroux», se entusiasmaba Alberdi en 1837.

Y es verdad que, por mucho tiempo, la elite argentina prefirió el francés a otros idiomas, incluso cuando el vínculo con Inglaterra se volvió dominante.

Pocos años después, Alberdi renegó de su hispanofobia y pidió aclamar no sólo a los hombres de 1810, sino también a los de 1492

Ahora bien, para hacer justicia a Juan Bautista Alberdi, hay que decir que, pocos años después, revisó su posición y dejó de lado la hispanofobia de su juventud.

En un trabajo titulado «Hispanofobia e hispanofilia en la Argentina» (Universidad de Montréal, 2011), Santiago Javier Sánchez señala que, en ocasión de un viaje a España, en 1843, Alberdi ya no tiene un juicio tan negativo sobre el legado cultural español, e incluso adelanta al respecto las que luego serían las tesis de autores nacionalistas como Ricardo Rojas y Manuel Gálvez: «Ya hemos dicho todas las cosas malas posibles sobre nuestra raza -escribió entonces Alberdi-; es hora de empezar a mirar el otro lado… Ya hemos aclamado a los [próceres] de 1810; elevemos las cosas a un plano superior y aclamemos a los de 1492; aquellos que inventaron la mitad de la orbe de la tierra (…). No ataquemos a la raza española, porque eso es lo que somos (…) Estudiemos a España, entonces, para conocernos a nosotros mismos».

El «afrancesado» San Martín

De aquella utopía alberdiana, les ha quedado a los argentinos un apego a Francia y a su cultura, que no sólo heredamos de la generación del 37.

Recordemos que el Padre de la Patria, el general San Martín, era un militar español ilustrado, formado en un ejército que tenía enorme influencia francesa. Cuando llegó a Buenos Aires en 1812, el futuro Libertador traía en sus baúles una gran cantidad de libros que luego donó a la biblioteca de Lima: más de la mitad de ellos, en idioma francés.

Se dice que en francés pronunció sus últimas palabras, «C’est la tempête qui mène au port» (Es la tempestad que lleva al puerto), y de hecho eligió Francia como tierra de exilio: allí vivió sus últimos 20 años. Alberdi, justamente, lo visitó en su casa de Grand-Bourg, en las afueras de París, en 1843, y luego escribió una muy interesante crónica de esa visita: «En su casa (San Martín) habla alternativamente el español y francés, y muchas veces mezcla palabras de los dos idiomas, lo que le hace decir con mucha gracia que llegará un día en que se verá privado de uno y otro o tendrá que hablar un patois de su propia invención», cuenta allí Alberdi, entre otras cosas.

Argentina, en la francofonía

Todo lo dicho explica la presencia de la Argentina en la Organización Internacional de la Francofonía, que a un desprevenido puede parecerle caprichosa. Por otra parte, no somos el primer país latinoamericano en integrar la francofonía.

Además de Haití, por razones obvias, también República Dominicana, México, Costa Rica y Uruguay se han sumado. La Argentina lo hizo en noviembre de 2016.

Cuando se creó la ONU, hace más de medio siglo, fue gracias al voto de los países latinoamericanos que el francés obtuvo el estatuto de lengua oficial del organismo, evitando el monopolio del inglés y contribuyendo a la multilateralidad. 

El mapa de la francofonía: en naranja los 54 países miembros, en rojo, los asociados, y en verde, los observadores; Argentina entre estos últimos (Gráfico: Organisation Internationale de la Francophonie)

El mapa de la francofonía: en naranja los 54 países miembros, en rojo, los asociados, y en verde, los observadores; Argentina entre estos últimos (Gráfico: Organisation Internationale de la Francophonie)

La Alianza Francesa de Buenos Aires fue fundada en 1893. Es una de las más antiguas y tiene muchas sedes en el interior del país. En los últimos años, tras un período de marginación causado por la imparable expansión del inglés, ha vuelto el interés por el estudio del francés.

La Semana de la Francofonía

El idioma francés es el 5° más hablado en el mundo, después del inglés, el mandarín, el español y el árabe. El 20 de marzo se inició en el mundo la Semana de la Francofonía. Son 32 los países que tienen este idioma como lengua oficial y 274 millones de personas lo hablan en todo el mundo, claro que no todos con el mismo acento…

De esos 274 millones de franco-hablantes, 150 están en África, 20 en América, 2,5 millones en Medio Oriente y Asia y el resto en Europa. La esperanza de que el francés gane posiciones en el ránking de idiomas más hablados reside en el dinamismo demográfico del continente africano. Según el Observatorio de la Lengua francesa, hacia el año 2050, el África representará el 85% del mundo francófono.

Entre los países que tienen al francés como lengua oficial o co-oficial, se encuentran, además de Francia, Canadá, Bélgica, Suiza, los dos Congos, Costa de Marfil, Burundi, Camerún, Haití, Líbano, Luxemburgo, Madagascar, Malí, Guinea, Guinea Ecuatorial, Mauritania, Mónaco, Chad, Gabón, Níger, República Centroafricana, Ruanda, Senegal, Togo, Túnez, etcétera.

Pero son muchos más -84 Estados y gobiernos en total, entre ellos 23 observadores- los que integran esa comunidad llamada «francofonía», que hace tiempo ha dejado de ser patrimonio exclusivo de Francia, para convertirse en un terreno compartido y un puente entre comunidades muy diferentes pero unidas por la afición a un idioma y a valores universales.