Opinión

Análisis Cómo cuidar la democracia pisando opositores con un camión

Por Pablo Mendelevich

Una ventaja que el peronismo les ofrece a sus exégetas son los brotes de transparencia que intercala en su rica verborragia. En apenas 72 horas produjo tres pronunciamientos aparentemente inconexos a los que, sin embargo, basta unir para entender mejor cómo son las cosas.

Primero fue la creación del organismo al que el gobierno denominó NODIO (tampoco se puede esperar que le pongan SIODIO), destinado a «verificar» desde el Estado las noticias para determinar cuáles son maliciosas y cuáles no. Unas horas después se pudo conocer la conclusión del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, respecto de la clase de personas, si se les puede decir así, que usaron el Día de la Diversidad Cultural para protestar contra el gobierno. «Estos argentinos y argentinas -explicó el calificado observador Cafiero- que se manifestaron ayer (por el lunes) no son ‘la gente’, no son todos, no son ‘el pueblo’, no son la Argentina».

Un tercer pronunciamiento fue el del cómico kirchnerista Dady Brieva, quien a propósito de la manifestación opositora confesó en su programa de radio que había tenido «ganas de agarrar un camión N1 619 y jugar al bowling por la 9 de Julio». El N 1 619 es un camión marca Fiat, robusto, de frente vertical, muy similar al que utilizó el terrorista tunecino Mohamed Lahouaiej Bouhlel el 14 de julio de 2016 para embestir a una multitud en Niza, con un saldo de 86 muertos y 434 heridos. Falta consignar que el programa de radio de Brieva se llama «Volver mejores».

Al renovarse en la mira telescópica del Estado peronista los periodistas, los medios y también las redes sociales, esta temporada debido al hallazgo de una nueva profilaxis para combatir las fake news y la violencia verbal que lacera la democracia, no parece necesario desgañitarse para conocer las intenciones oficiales subyacentes: están a la intemperie.

El gobierno dice que quiere proteger al pueblo. Casi en un mismo acto advierte que para formar parte del pueblo es requisito no salir a la calle a protestar (o quizás no ser opositor). Se trata de un refinamiento taxonómico, porque en la manifestación anterior el presidente Alberto Fernández había dejado entrever que a su juicio los que protestaban sí eran gente, pero abominable. Fernández dijo que cuando se termine la pandemia «va a haber un banderazo de los argentinos de bien».

Enseguida el vocero oficioso del oficialismo duro que en 2019 había sembrado la semilla de «una Conadep del periodismo» habló de pisar con un camión a los que salen a la calle a protestar. Para entonces Miriam Lewin, factótum del «Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica», el germinal NODIO, ya había dado la nómina oficial de los execrables que justifican crear en el Estado una dependencia para revisar mensajes mediáticos: los propaladores de «mensajes favorables a la dictadura cívico militar -enumeró Lewin-, misóginos, sexistas, racistas, xenófobos, homofóbicos», porque son los que «intoxican el debate democrático y refuerzan opiniones que promueven la polarización, cancelan la diversidad y pueden conducir, incluso, a la violencia física». En lo inmediato no asomó ningún videlista ni ningún misógino ni sexista ni racista ni xenófobo ni homofóbico para fortalecer el entusiasmo purificador de Lewin; solo emergió un fanático del gobierno de considerable renombre que dijo que le gustaría matar a los opositores mediante un camión bien grande.

Dadas la inquietud que generó la iniciativa gubernamental en diversos sectores, Lewin consideró necesario subir el siguiente texto a la página de la Defensoría: «En relación al observatorio NODIO que se anunció el viernes último, se aclara que no existe intención alguna de llevar adelante ni el control, ni la supervisión de la tarea de la prensa, actividades que son incompatibles con las funciones de la Defensoría del Público. Por lo tanto, NODIO aportará una mirada desde el estudio cualitativo y cuantitativo de la violencia simbólica y las noticias maliciosas ya emitidas».

En buen romance, la Defensoría del público no tiene capacidad punible, así que solo «aportará una mirada». No castiga a nadie. Mira. Sin embargo, casualmente Dady Brieva usó el año pasado en su iracunda embestida contra la prensa la figura de la Conadep, comisión que tampoco tenía capacidad punitiva, solo podía reunir información. Claro que esa información permitió probar la existencia de un plan sistemático de represión ilegal y resultó clave para que la Justicia juzgara y condenara a los militares responsables. Un proceso virtuoso que hizo que en la memoria colectiva la Conadep quedase asociada con cumbres de coraje y de justicia.

Poco le importó al kirchnerismo que Brieva hiciera una profanación del nombre de la Conadep, profanación asistida por su propia ignorancia, ya que el peronismo se opuso en su momento a esa política de derechos humanos al punto que rechazó la invitación para formar parte de la Conadep. La bestial comparación que hiciera Brieva entre persecuciones penales contra militares que secuestraron, torturaron, asesinaron u ordenaron hacerlo con periodistas que no son del agrado de su grupo político y que según él debían «ser juzgados por lo que hicieron», retumba desde entonces como un murmullo en las catacumbas del kirchnerismo. Nunca terminó de disiparse. Brieva, tal vez acolchado por la simpatía histriónica que muchos le reconocen, siguió haciendo de vocero oficioso de esas catacumbas con más eco regocijante que límite a sus arrebatos extremistas.

El peronismo se opuso en su momento a esa política de derechos humanos al punto que rechazó la invitación para formar parte de la Conadep

Tal vez se adivine el mismo estilo de conducción política transitiva detrás de aquella Hebe de Bonafini que en 2010, en línea con las políticas gubernamentales, hizo un juzgamiento simbólico contra periodistas en la Plaza de Mayo.

Que ese kirchnerismo ahora gobernante diga que hay que quedarse tranquilos porque el nuevo organismo llamado NODIO solo es «para mirar» resulta casi infantil. No se trata acá de medir las intenciones individuales de Lewin, quien podrá ser criticada por muchas cosas pero no por dar muestras de parecerse a Goebbels ni a su versión subdesarrollada, Apold. Se trata de otras dos cosas: los pésimos antecedentes del peronismo-kirchnerismo con relación a la prensa independiente y su falta de autoridad moral para venir a salvarnos de la «violencia simbólica». Justo la fuerza política cuyo líder dijera desde el mismísimo balcón de la Casa Rosada: «Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley y la Constitución ¡puede ser muerto por cualquier argentino!». Fue el mismo discurso del presidente Perón del cinco por uno («cuando caiga uno de los nuestros caerán cinco de los de ellos») que más tarde los Montoneros convirtieron en grito de guerra. Es solo un ejemplo; un recordatorio, también, de que las responsabilidades varían según la jerarquía del emisor y el lugar en el que está parado.

Por supuesto que la violencia simbólica existe en los medios y en las redes y también ha sido abundante -y muy perniciosa- en el antiperonismo furibundo. Eso sin contar a los extremistas de toda especie, los fascistas, los locos y algunos imbéciles agresivos. Pero crear una oficina estatal para combatirla está sobradamente demostrado que es una pésima idea. No hay manera de que el Estado se ponga a «verificar mensajes» o a «mirar» cuán verdaderas son las noticias sin inflamar apetitos totalitarios encubiertos. Ni la existencia de los problemas ni su envergadura son razones suficientes para que el Estado se agregue funciones sanadoras.

Desde luego que cualquier tema que involucra la libertad de expresión concierne a la calidad de la democracia. La democracia también se afecta cuando desde una coalición que se llama Frente de todos se sugiere: todos somos nosotros, no ellos. A ellos hasta hay quien siente ganas de pisarlos con un camión y lo proclama.

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