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Boca campeón. La fiesta que comenzó en un hotel bahiense, pasó por el Obelisco y se extendió por todo el país

La derrota de Banfield a manos de San Lorenzo coronó automáticamente a un plantel concentrado a 650 kilómetros de Buenos Aires para jugar con Olimpo

Estalla el país futbolístico. Boca campeón se celebra en la megalópolis y en cada paraje, en la muchedumbre alrededor del Obelisco y en la soledad de una ruta desierta a oscuras con la radio como nexo con la civilización. En pleno junio, la mitad más uno (entre 30 y 40% según el rigor científico de las encuestas) está de carnaval: ser el mejor de 30 equipos al cabo de una lucha de casi diez meses no es cosa de todos los días, ni siquiera para los poderosos de este deporte. Es feriado, por la bandera nacional. Ellos, los fanáticos, sienten que es por la azul y oro, según informo La Nacion.

Esta vez no es claro el epicentro. La Bombonera sonríe a la distancia, la buena nueva surge del Nuevo Gasómetro y el núcleo de la repercusión está muy lejos, en Bahía Blanca. Un hotel, apenas. Ahí sueltan su euforia los jugadores xeneizes, que se reunieron en un comedor con dirigentes para compartir sin curiosos sus nervios y ansiedad, televisor mediante. Incluso ocultos tras unos banners de un espectáculo de Toni Kamo, una universidad y el propio alojamiento que los cobija, para no exponerse a periodistas e infiltrados. Fernando Gago ve en grupo un rato de San Lorenzo vs. Banfield y se va. Directivos y encargados de prensa entran y salen, inquietos. Paradoja: el gol de un ex riverplatense, Fernando Belluschi, al equipo dirigido por un hombre exitoso en tiempos boquenses, Julio César Falcioni, manda al descenso la incertidumbre y desata el festejo de los aficionados que están afuera, que sólo porque hay vallas no tienen la ñata contra el vidrio oteando si pasa una estrella en azul y amarillo.

Un campeonato de 30 fechas, disputadísimo en el tramo más emocionante con el archirrival, que parecía llevárselo de atropellada, deriva en una celebración pequeña y endógena en un salón de hotel de la lejana y fría Bahía, más allá de unos minutos de frenética ofrenda a los cientos de hinchas que se agolpan en la calle España, del acompañamiento de cantos desde las ventanas de las habitaciones y de la aparición de Guillermo Barros Schelotto para estrechar manos y tomarse fotos con la gente.

Consecuencia del descalabro organizativo del torneo, un festejo demasiado pequeño como para semejante logro. Boca terminó imponiéndose al optimismo serial de River convertido en preocupante amenaza, al batallón de grandes que lo perseguía (pocas veces los cinco tan encumbrados como en este certamen), a las lesiones de sus figuras, a la salida controvertida de su ídolo mayor. También, a la interrupción del campeonato en su mejor momento (noviembre-diciembre), cuando el conjunto alcanzó su pico de rendimiento y justo en una serie de clásicos. Incluso a sí mismo, a sus vaivenes, pues este Boca no será recordado por la firmeza del de fines de siglo ni por el brillo del de mediados de la última década.

Pero fue el mejor, sin dudas. Y no meramente porque los demás fueran peores. El Boca 2016

2017 tiene una gran ofensiva y una defensa mejor que lo que parece. «Cuando ataca, este equipo te mata», define Barros Schelotto. Un número lo respalda: 58 tantos en 28 partidos, más de dos por fecha en promedio. ¡Impactante! Y el sufrimiento por la retaguardia es más por lo decisivos que fueron los errores (varios goles en los desenlaces, que costaron puntos) que por la cantidad de fallas: con 22 tantos, es el segundo conjunto menos vulnerado. Por cada gol que recibe, Boca consigue 2,63. Una cifra abundante, anormal. No así el correcto 70% de puntos conseguidos hasta ahora (59 de 84).

Es cierto que el plantel casi no tiene cracks (estuvo Carlos Tevez, están Gago y Ricardo Centurión, y nada suena indiscutible respecto a ellos), y que ésta no parece una camada destinada a marcar época como la de 1998

2003. Es cierto, también, que el equipo perdió el clásico que más le duele: con River en La Bombonera. Pero a la vez es verdad que de los cinco clásicos en el torneo, Boca ganó cuatro, algo que no ocurrió ni de cerca con el último campeón xeneize, el de 2015. Y a eso se agrega el sabor de la conquista inspirada por un ídolo propio, Barros Schelotto, que obtiene su primera estrella local, y liderada por un capitán hecho en casa, Gago, con los goles de un hincha-jugador, Darío Benedetto. Más: en esta vuelta paulatina a la cordura organizativa, ya no habrá certámenes de 30 clubes, por lo que Boca queda como el único campeón de torneos multitudinarios. Cuantos más adversarios hubo, más rindió el equipo azul y oro.

Esto empezó en agosto, cuando los 200 años del 9 de julio de 1816 estaban aún frescos. Por eso a éste se lo denominó «Torneo de la Independencia». Y Boca lo celebra en el Día de la Bandera. Es un festejo nacional. Y popular. Por más que nazca del frío de un hotel y no del calor de un estadio colmado.

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