Opinión

Otro más y van....Alberto, Putin y la crónica anunciada de otro papelón

El presidente preferido de Cristina habló y dejó al descubierto la novela kirchnerista en torno a la vacuna rusa.

La Argentina está en problemas. Pasó los 40.000 muertos por Covid, no tiene la cantidad suficiente de testeos para sus habitantes y necesita que la vacuna contra el virus le ponga un límite a la segunda ola que ya aterroriza a Europa y a los Estados Unidos. Por eso, es que el Presidente inició en los últimos meses negociaciones con diferentes laboratorios para asegurarse las dosis suficientes.

Hasta ahí, todo parecía una gestión razonable para un gobierno de científicos, el eslogan arriesgado que ensayó Alberto Fernández cuando su gestión contaba con el beneficio de la incógnita. El contacto con el laboratorio de Oxford o con las farmacéuticas estadounidenses y alemanas era un buen augurio para obtener las vacunas que podrían salvarnos del coronavirus. Todo bien hasta que se metió la grieta innecesaria de la geopolítica para complicarlo todo.

Como en todas las cuestiones en las que termina definiendo el interés de Cristina Kirchner, Alberto Fernández se metió diligente en el laberinto de la vacuna rusa, impulsada por Vladimir Putin para competir en la batalla global por el hallazgo del remedio. Solito, el Presidente repitió una de las recetas que más daño le han hecho a su gobierno: la sobreactuación.

Porque a Alberto no le bastó con agregar la vacuna rusa al menú de respuestas posibles al Covid. Quiso florearse difundiendo con bombos y platillos una videoconferencia con Putin y envió en secreto una delegación a Moscú encabezada por la viceministra de Salud, Carla Vizzotti, para mostrar que era el más canchero de todos. El que iba a contar con millones de dosis para distribuir generosamente entre los argentinos.

Envalentonado, Fernández anunció que iba a vacunar a 300 mil argentinos antes de fin de año y a otros 10 millones entre enero y febrero. Nadie le había pedido tanto. Eran cifras que sus ministros ponían en duda cuando no había cámaras ni micrófonos cerca. Esta semana, el propio Ginés Gonzalez García sugirió en público lo que todos decían en privado y entonces le cayó el rayo fulminante para aquellos que quieren tener un discurso personal no acordado con el kirchnerismo. “Somos la envidia del mundo”, decía el imprudente Alberto, como si el país que gobierna no tuviera récords de recesión ni 20 millones de pobres.

El Presidente no le prestó atención a las demoras de la vacuna del laboratorio Gamaleya para someterse a las pruebas internacionales de seguridad. Ni a las dificultades del resto de las vacunas que sí van haciendo públicos sus resultados a medida que desarrollan sus ensayos. Después de haber dicho que no iba a ponerse la vacuna rusa en el arranque del operativo, cambió el discurso para anunciar que sí se la iba a aplicar. Y como las aprobaciones no llegan y se pone difícil la autorización de la Anmat, se apuró a prometer que la vacuna rusa estará en Buenos Aires para las vísperas de Navidad.

Y pasó lo que sucede muchas veces con la Argentina y sucede desde hace un año con el Gobierno. La aparición de la realidad para romper en pedazos las construcciones discursivas. Desde Moscú, Vladimir Putin admitió en una conferencia de prensa que él no iba a ponerse la vacuna de su país. “Yo atiendo a las recomendaciones de nuestros especialistas y por eso por ahora no me he puesto la vacuna, pero lo haré sin falta cuando sea posible”, se curó en salud el ruso. En el país cada vez más atrapado en el realismo mágico, era la crónica anunciada de un nuevo papelón.

La declaración explotó como una bomba en los despachos de la Casa Rosada. Putin tiene 68 años y reveló lo que los funcionarios argentinos ocultaban. Que sigue habiendo pruebas que la vacuna rusa no ha superado y que la seguridad para los pacientes en edad de riesgo es una de las grandes dudas. El plan de vacunación argentino está pensado para incluir en la primera etapa a los trabajadores esenciales y a las personas mayores o con enfermedades de riesgo. Ya casi nadie cree que pueda ponerse en marcha antes de fin de año. Con suerte, arrancará en el fin del verano.

“Tiene la piel delicadita y le molesta que le digan tibio”, lo provocó a Alberto esta semana Diosdado Cabello, el militar y número dos del régimen que agobia y mortifica a Venezuela. La sobreactuación albertista se ha probado como un método ineficaz y que coloca al Presidente en un lugar que lo despoja del respeto ajeno y de la solidaridad de los propios.

Los guiños exagerados que Alberto les hace a Putin, a los Moyano o a los jerarcas del chavismo no hacen más que acercarlo al subsuelo de una imagen negativa que todavía no encuentra el piso. Y en política, se sabe, no hay remedio ruso o estadounidense que pueda detener el virus incomprensible de la autoflagelación.

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